ALWAYS YOU | Mia y Kimi se encuentran frente a frente después de seis años de haber terminado su relación. A pesar de que ambos han intentado avanzar y encontrar la felicidad por caminos separados, con solo una mirada se darán cuenta de que aún no h...
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19 de febrero 2014 Sakhir, Baréin
Baréin le dio la bienvenida a las cinco y media de la mañana con un calor que no tenía sentido. El cielo era una sábana blanca y el aire olía a polvo y combustible viejo. Mia bajó del servicio de transporte con la carpeta de simulaciones bajo el brazo y la frente ya pegajosa de sudor. El pelo castaño recogido a las apuradas, las zapatillas negras cubiertas de arenilla. Ni siquiera habían empezado y ya sentía que el día la iba a masticar y consumir.
El circuito todavía estaba dormido, o por lo menos fingía estarlo. Se oía el golpeteo metálico de alguna pistola neumática, un par de motores eléctricos encendidos en algún box, y el zumbido grave de los generadores. Nada de motores todavía. Solo murmullos y pasos lentos.
Mia caminó directo al garaje de Red Bull sin saludar a nadie. Sabía que era el primer día de la segunda tanda de pretemporada, y que eso, en condiciones normales, ya era un lio. Pero esto no era normal. Jerez había sido una montaña rusa, pero no para su auto: el RB10 de Sebastian Vettel había aguantado, aunque con mucho margen de mejora, mientras que el coche de Daniel Ricciardo se había incendiado dos veces. Eso había puesto al equipo en alerta máxima. Por eso, ahora en Baréin, su prioridad era que el auto de Seb funcionara limpio, sin dramas, mientras se seguía exprimiendo el límite de cada componente.
Adentro, el aire acondicionado hacía lo que podía. Algunos mecánicos estaban con las camisetas pegadas al cuerpo, otros usaban trapos húmedos en el cuello. El coche estaba en el centro del box, como una bestia dormida, conectado a los monitores, cubierto de sensores, con un par de ingenieros aún chequeando la refrigeración lateral y los tubos de presión.
—¿Cómo va la presión del sistema hidráulico? —preguntó Mia, sin levantar la voz, dejando la carpeta sobre la mesa de briefing.
—Estable. Sesenta y cinco bar. Sin pérdidas por ahora —dijo un técnico sin mirarla.
—¿Por ahora?
—Es un RB10, no un milagro —bromeó otro desde el fondo.
Ella no sonrió.
Había trabajado semanas sobre ese auto. No solo desde la simulación: lo había metido en la fábrica, lo había desarmado con los de Renault, lo había visto toser humo en el dinamómetro y lo había vuelto a parir con soluciones que, en teoría, eran viables. Había peleado con ingenieros franceses que no sabían escuchar, que la miraban con desdén como si ellos supieran más, había ajustado mapas eléctricos hasta quedarse dormida frente al monitor, y había tomado más café que agua. Todo para llegar a esto. A un chasis en Baréin que todavía podía prenderse fuego en cualquier momento.
Christian Horner apareció detrás de ella con dos cafés en la mano y cara de no haber dormido nada.