Capítulo 1

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¿Cómo iba a saber Aden que se vería inmerso en ese mundo tiempo después?

¿Cómo podría llegar a conocer que él mismo, aquel adolescente corriente, se iba a convertir en un monstruo?

¿Cual sería el pasaporte a aquella experiencia, a aquella historia?

Aquel pasaporte tenía nombre:

Crawford Hudson.

-¿1984?

-Eh... sí.

-Me encanta. Uno de los mejores libros sobre el totalitarismo, ¿verdad?

El señor alzó un poco la mano con la que sostenía el libro, dejando ver la portada, haciendo entender al joven que estaban leyendo el mismo libro. El menor sonrió gentilmente, de modo que aquel señor tomase aquella sonrisa por una invitación a sentarse al lado de él en el banco del parque en el que se encontraban.

Dio pocos pasos, ya que no estaba muy lejos, y se estableció en el banco.

-Qué casualidad -exclamó el señor con una gran sonrisa y la voz entrecortada, como incrédulo-. ¿Verdad?

-Sí, bueno, supongo. Yo acabo de empezar el libro, de hecho es de los pocos que me he leído, soy un novato en esto -la alegría del hombre hacia el joven, hizo que este pensara que era un hombre un poco exagerado. No era tanta casualidad que los dos leyesen el mismo libro, ya que este era famoso. A pesar de ello, le parecía alguien agradable y positivo-. Y tanto que soy novato, solo me he leído los libros que mandaban en la escuela o en el instituto.

Los dos se ríen, el menor algo apenado.

-¿Por qué? ¿A que curso vas?

-Eh, pues estoy en segundo de bachillerato.

-Ah, poco para la universidad. Me acuerdo cuando tenía tu edad, parece que han pasado mil años.

-Bueno, tampoco tanto, usted es joven, ¿no?

-Yo tengo 34 años. Sí, se podría considerar que lo soy -se creó el silencio, aunque nadie se encontraba incómodo. El adolescente observaba cómo su interlocutor miraba hacia el suelo, estaba cambiando la posición de sus pies, deslizando sus zapatos y dejando libre el trayecto que unas hormigas estaban recorriendo.

-Yo de pequeño me dedicaba a matarlas -intentó retomar la conversación.

-Juegos de críos. Aunque eso no está bien, las hormigas trabajan mucho todos los días, y tienen mucha fuerza -respondió. "Es un buenazo" pensó el joven, con un toque despectivo, el señor se levantó del asiento-: Ya es la hora, me tengo que ir, hasta otro día.

Se giró hacia el joven, este hizo lo mismo.

-Hasta otro día, me llamo Aden.

Extendió la mano, y el otro la tomó.

-Crawford.

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