Capítulo 9

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Luz y más luz.

Era lo único que notaban mis ojos.

— ¡América! Me podías haber bajado la persiana —bufé mientras que me levantaba. Estiré los brazos y bostecé.

Al entrar en el salón, vi a mi mejor amiga llorando. Tenía la cabeza gacha y se frotaba los ojos con los puños cerrados.

Me senté a su lado.

— Si lo llego a saber, no te digo nada —dije frotando su espalda.— ¿Qué ha pasado?

Ella mantenía la mirada fija en el suelo y eso era una forma de decirme que era una noticia horrible.

Al cabo de unos minutos, consolándola e insistiendo en que hablase, levantó la cabeza.

— Son las doce y media —dijo casi sin voz.

— Ya lo sé y ¿qué pasa con eso?

— Tú madre me ha llamado hace dos horas.

— ¡Mierda! Apagué el móvil por la noche. ¿Qué te ha dicho? —pregunté asustada.

— Sarah, por favor, necesito que estés tranquila —me rogó cogiéndome ambas manos.

— Estoy en calma Mare. ¿Me puedes decir que pasa? —dije impaciente.

— Esta mañana, tú madre se ha despertado y ha ido a ver como estaba Christian, ya que salió anoche. Al entrar en la habitación, estaba tumbado boca abajo y ella lo intentó despertar.

— ¿Y a dónde quieres llegar con esto? Salió como todas las personas un viernes —dije mientras que me acomodaba.

— Él ha muerto por una sobredosis —esas palabras salieron fácilmente de su boca.

Miré a mi amiga y vi que volvió a llorar.

¿Era de verdad? ¿Mi hermano pequeño había muerto?

— ¿Él ha muerto?

— Sí, cariño —empezaron a salir de sus ojos abundantes lágrimas.

No me lo podía creer. Estaba en estado de shock.

— ¿En serio? —ella asintió con la cabeza.

Noté como mi respiración se empezó a entrecortar y los ojos me ardían.

América me abrazó fuertemente cuando vio las primeras lágrimas.

Empecé a llorar descontroladamente y diciéndome a mí misma que no podía ser real, que él seguía vivo.

Mi hermano pequeño, el más amado por mis padres.

— ¿Quieres que llame a alguien? —preguntó mientras que me acunaba en sus brazos.

Negué con la cabeza.

Necesitaba paz y tranquilidad, y ella me estaba calmando.

Necesitaba procesar la información que me acaba de soltar.

Necesitaba llorar la muerte de mi hermano Christian.

Me levanté con los hombros caídos y la cabeza gacha.

América también se levantó.

Iba a venir detrás de mí, pero yo negué con la cabeza en señal de desaprobación.

Caminé hacia mi habitación y después me tumbé en mi cama.

Notaba que todo en mi cabeza daba vueltas.

Las lágrimas amenazaron con salir de nuevo, pero me las reprimí.

Cogí el móvil y lo encendí. Marqué el primer número que se me vino a la cabeza.

— ¿Diga? —preguntó. La voz cálida de Oliver me calmó unos segundos.

— Hola... —dije en un suspiro.

— ¿Qué tal la mañana? —preguntó con ansias de saber. Mi mente volvió a la realidad. Mi hermano había muerto. Empecé a llorar sin darme cuenta.— ¿Qué te pasa?

— Necesito verte —dije observando toda la habitación. Ahora mismo sentía que me sobraba todo el cuarto.

— ¿Qué cojones te pasa? —empezó a angustiarse.

— Te necesito conmigo, Oliver —respiré intentando calmarme.

A través de la línea se escucharon unas voces de fondo y luego un silencio que me empezó a poner nerviosa.

— Voy para allá. No tardó ni media hora —su voz me sorprendió.

Colgué y dejé el teléfono tirado en el suelo. Luego cerré los ojos.

***

Empecé a escuchar unas voces que procedían del pasillo.

Me dolían los ojos de llorar y los tenía hinchados.

Llamaron a la puerta.

Suavemente, me levanté y agarré el pomo. Con un movimiento rápido abrí la puerta.

Ante mi tenía a un Oliver con las pupilas dilatadas y el pelo alborotado. Estaba jadeante. Una leve capa de sudor lucía en su frente. Se apoyó en el marco de la puerta y empezó a reírse por los nervios.

— ¿Me puedes decir qué cojones te pasa? Porque he dejado tirado a mi jefe.

— ¿No te lo ha contado América? —pregunté mirando al suelo y mordiéndome el labio inferior. Levantó su mano y me agarró de la barbilla intentando que lo mirase.

— Por favor, cuéntamelo tú —me suplicó.

Le miré directamente a los ojos. Los tenía brillantes. Ya no podía aguantar. Comencé a llorar. Oliver me abrazó fuertemente y empezó a besarme el pelo.

— Mi hermano ha muerto —dije con voz temblorosa.

— Siento haberme puesto tan idiota —dijo apretándome aún más fuerte.— Lo siento mucho.

Me aparté de él y le miré tiernamente. Él limpió mis lágrimas con sus dedos y me dio un rápido beso en la boca.

Después me cogió de la mano y entramos a mi habitación.

— Te puedes sentar en la cama —comuniqué débil.

Él se sentó y yo cerré la puerta para luego sentarme a su lado.

Cogió mis piernas y las puso en su regazo.

— ¿Vas a ir a Florida? —preguntó rozándome las piernas con sus firmes dedos. Negué con la cabeza.— ¿No vas a ir al entierro de tú hermano?

— No tengo fuerzas para afrontarlo.

— Yo te voy a ayudar.

— Es difícil porque yo fui quién le dijo de ir a rehabilitación. Le convencí y funcionó. Gasté parte de mis ahorros y resulta que se muere por una sobredosis —dije sollozando.

Oliver me apretó contra él y posó su cabeza en la mía.

— Piénsatelo. Puede que en un tiempo te arrepientas de no haber ido. Al fin y al cabo, él era tú familia —respondió tranquilo.

— Necesito pensarlo detenidamente.

— De acuerdo. Por cierto, América ha llamado a Jackson. Estaba muy preocupada por ti —dijo moviéndose a mí lado.

No me gustaba involucrar a mis amigos más queridos en mis problemas. Creía que les hacía daño verme en semejante estado.

— Vale. Gracias por haber venido, te necesitaba —solté mirándole a los ojos.

Él me sonrió tiernamente y después pegó sus labios a los míos.

En este momento, lo único que necesitaba era calma y mi calma era Oliver Bennett.

Se despegó de mí y acarició mis mejillas con ambas manos.

— Te quiero, Sarah. Siempre estaré aquí para ti —se sinceró.

Me abracé a él y con el fuerte latir de su corazón, me quedé dormida.



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