Capítulo 25

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Había llegado el verano.

Ya estábamos instalados en nuestro bonito apartamento y ya habíamos terminado con los exámenes.

Estaba muy nerviosa.

Lauren me ajustó el vestido a mi cuerpo y me lo apretó más. Me colocó la última pinza y me pintó los labios. Me miré al espejo y se me cayó una lágrima. Todo era real.

— No tengas miedo, todo va a ir bien —me frotó la espalda.

— Lo sé Lauren, pero es que ni mamá ni papá están aquí para ver este gran paso.

— Eso es parte de tu pasado, recuérdalo siempre —me abrazó y yo hice un amago de sonrisa, pero no funcionó.— Hoy tienes que estar feliz porque es tú día, te vas a casar con el amor de tu vida y después haréis el amor.

Me empecé a reír y la miré fijamente.

— Deja de ser así. Tengo un bebé en la barriga —la frote y sonreí. Christian se movió en señal de aprobación y eso me calmó mucho.

América entró. Se veía preciosa: su vestido corto de palabra de honor color verde fuerte le hacía justicia.

Empezó a llorar. Se acercó a mí y me abrazó.

— Estás tan preciosa...

— Gracias Mare —sonreí y le abracé más fuerte. Ella era una de las personas más importantes en mi vida, ya que me había apoyado en todo desde que todo empezó.— Pero no vale llorar más, ¡es mi día!

— Vale, pero sabes que soy muy sensible con estas cosas.

— ¡Estamos en Las Vegas! Hay que disfrutar y pasar una gran noche.

Llamaron a la puerta y eso me puso los pelos de punta.

— Tranquila. ¡Adelante! —contestó mi hermana por mí. La cabeza del cura que nos iba a bendecir se asomó y nos miró de arriba a abajo.

— ¿Estáis listas? Dentro de cinco minutos empieza la ceremonia y creo que el novio ya está preparado para recibir a su esposa y a esa barriga tan enorme —contuvo la risa y me entraron ganas de pegarle un puñetazo en la boca.

— ¿Me estás llamando gorda? —grité alterada. El cura, con una sonrisa, cerró la puerta y se fue tranquilamente. Me senté en una silla blanca y empecé a respirar muy profundamente.

— Recuerda que no tienes por qué alterarte, ¿vale? —dijo América. Yo asentí y la miré. Después la sonreí y ella me abrazó.— ¿Te sigues acordando de lo que vas a decir? —me salió una carcajada y me puse en pie.

Estaba lista para casarme.

***

Los nervios me estaban matando.

Estaba con Lauren en la entrada de la capilla dónde estábamos esperando a escuchar la música para poder entrar.

El tiempo parecía no avanzar.

— Relájate. Va a empezar la música y tú vas a estar sudorosa —dijo mi hermana. Yo la miré con mala cara y está aparto la mirada. En ese momento, se escuchó la música. Gangstas Paradise de Coolio, la favorita de mi futuro marido. No era la típica, pero ¡esto era Las Vegas! Todo se ponía de moda. Me coloqué el velo y puse mi ramo de rosas pegado a mi tripa.— ¿Lista? —asentí con la cabeza y las puertas se abrieron.

Mientras que caminaba los pocos metros que habían hasta llegar a Oliver, visualicé la sala y a las personas.

Había tres bancos, tanto a la izquierda cómo a la derecha.

El cura que minutos antes me había llamado gorda, estaba en mitad de la reducida sala. Mi chico estaba a la derecha y a su lado, Jackson y Nate. Y en el banco de esa misma fila, estaba Emma que no quiso dejar a su novio salir de casa.

Al otro lado había un hueco dónde nos pondríamos mi hermana y yo. Detrás estaba América esperando impaciente. Y en los bancos estaba Austin que nos había ayudado mucho estos últimos meses.

Lauren me cogió de la mano y me miró.

Entonces se la entregó a Oliver que me sonrió cómo nunca antes.

— Eres preciosa —susurró. Yo sonreí y miré al cura.

— Podéis sentaros —dijo señalando los bancos.— Buenas noches. Hoy estamos aquí para unir a dos personas, Oliver Bennett y Sarah White, que han decidido casarse este viernes diecisiete de junio del dos mil dieciséis. Hoy vamos a asistir al compromiso público y formal por el que dos personas inician un proyecto común de vida. Dos personas que por encima de todo se aman, se quieren, no ocultan sus sentimientos y así lo manifiestan públicamente, sin complejos, con sinceridad y con amor, mucho amor... del cual yo soy fiel testigo. Este acto que hoy nos reúne a todos es, sin duda, para vosotros el más importante de vuestra relación, un paso más en vuestra condición de pareja. En nombre de todos los amigos/ familiares que represento os deseo, de corazón, todo lo mejor —miré a Oliver con los ojos brillantes. Hoy me sentía muy feliz ya que me uniría a la persona que amo. El cura nos miró a los dos y primero señaló a Oliver.— Por favor, la alianza de Sarah —Nate se levantó y se la entregó. Lo mismo hizo América que no quería perder más tiempo.— Sigamos, repite conmigo. Yo, tú nombre y apellido.

Oliver se giró hacía mí y levantó la mano, temblorosa.

— Yo, Oliver Bennett.

— Te tomo a ti, su nombre, como esposa y prometo serte fiel y cuidar de ti en la riqueza y en la pobreza.

— Te tomo a ti, Sarah, como esposa y prometo serte fiel y cuidar de ti en la riqueza y en la pobreza —cada palabra que decía más significativas me sabían.

— En la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida —dijo el cura señalando para que lo repitiera.

— En la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida —me cogió la mano y la llevo a sus labios. Me dio un dulce beso y me puso el anillo.

— Ahora tú, Sarah. ¿Hace falta que lo repita?

— No hace falta —sonreí a Oliver y me aclaré la garganta.— Yo, Sarah White, te tomo a ti, Oliver, como esposo y prometo serte fiel y cuidar de ti en la riqueza y en la pobreza —me sentía igual que él, poderosa con las palabras que iba diciendo.— En la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida —cogí el anillo y se lo puse, lentamente, jugando con los nervios que tenía. Cuando acabé de ponerle la alianza, le miré seductoramente y a este le dio un escalofrío.

— Muy bien, chicos, esto está siendo muy fácil. Si alguien tiene su propio voto, puede decirlo.

Levanté la mano como una buena chica y miré a mi chico. Le cogí las manos y las puse en mi tripa.

— Ambos escogimos juntar nuestras vidas. Yo, Sarah, me entrego a ti, sabiendo que la magia de nuestro amor es caminar juntos, en las buenas y en la prosperidad y en la adversidad. Yo quiero ser tu compañera y que tú seas mi compañero todos los días de mi vida. Te amo, Oliver —después de decir aquellas palabras, algo en mi corazón se liberó y pudo respirar en paz.

Oliver apretó mi tripa con fuerza y me atrajo hacia él. Juntó su boca con la mía y con un sensual rocé en la mejilla, me hizo caer en sus redes.

— Bueno, veo que ya se han adelantado. Y yo os declaro, marido y mujer —finalizó el cura. Mi por fin marido me abrazó y se empezó a reír. Se acercó a mi oído y depositó un húmedo beso.

— Por fin eres mía y yo soy tuyo —susurró. Me aparté un poco y le miré con ternura.

— Hacía mucho que éramos de los dos.

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