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Recuerdo una vez en la que mi sexto sentido me tenía preocupado. No podía pensar con claridad. No podía hacer nada. 

Y eso mismo me pasa ahora. Estoy a la mitad de una junta y no puedo prestar atención. No puedo dejar de pensar en Geneviev. Hace una semana me despedí de ella, dejándola sola en aquella casa. 

No quería dejarla, pero todo esto tenía que pasar. La última prueba.

—Me iré por una semanas, cariño. Haz lo que quieras, sal con tus amigas, diviértete en mi ausencia. Pero no entres a la habitación de puertas negras. No lo hagas. Confía en mí.

Le dije. Y espero que me obedezca.

Todos se ponen de pie dando por terminada la reunión. Solo aviso que enviaré mi decisión por correo electrónico y salgo de aquella sala sintiéndome sofocado.

 Llamo por teléfono a la casa y no contesta nadie. Pienso en el peor de los casos. Pero mi mente reacciona. Quizás esté dormida. En casa serán recién las dos de la mañana. Sí, quizás sea eso. Está dormida.

Eso quiero creer.

La maldición de Barba Azul © [Historia corta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora