Viajando

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A la mañana siguiente, el cielo se mostraba despejado. Su maestro analizó al pequeño con los primeros rayos del sol: Gandalf vestía unas ropas mugrientas hechas de tela beis e iba descalzo.

- Necesitas nuevas vestiduras.

Al oír aquello, Gandalf se puso muy contento ya que eso supondría atravesar a gran ciudad. Esa de la que tanto había oído hablar y que tanto ansiaba visitar. Ambos, maese y aprendiz, partieron.

Cuando llegaron, unas grandes puertas de madera los recibió, y los soldados a penas prestaron atención a los viajeros. Supongo que ayudó mucho el prestigioso vehículo en el que iban.

La ciudad estaba infestada de personas. Lo único que Gandalf veía y oía eran personas corriendo de tienda en tienda y sus gritos. Pero a él le resultaba gracioso que toda la gente se apartara -, e incluso alguno se postrara- cuando él: un muchacho pobre y sin calzado cruzaba por allí.

- Nos vemos a la salida de la ciudad al atardecer. Toma, ten siete monedas de oror para tus nuevas vestiduras. Yo he de hacer unos recados.

El niño saltó del carruaje eufórico. "Compraré lo que quiera" pensaba. Pronto, abriéndose entre la multitud, consiguió encontrar una tiendecita y allí se compró sus nuevas e impolutas vestiduras. Le sobraron dos monedas. Cuando salió, vio a un niño quizás algo mayor que él llorando porque otros niños de su misma edad lo apedreaban. Estaba sucio y vestía ropas grasientas. Le recordó a él mismo.

- Ten -dijo Gandalf ofreciéndole la ropa nueva-. La necesitas más que yo.

El pobre cambió el llanto por una sonrisa de oreja a oreja y salió corriendo. "La felicidad no se haya en la riqueza" recordó. Pero obviamente necesitaba zapatos. Se compró unas alpargatas en la misma tienda y partió. Ya no le quedaba nada de dinero.

Tras varias horas de caminata, encontró a Calnator saliendo de la ciudad. Este lo analizó de arriba a abajo, suspiró y le ofreció ropa. Gandalf lo miró sorprendido.

- ¿Eso era lo que tenía que comprar, Señor?

A pesar de lo mucho que Gandalf admiraba y confiaba en su buen maestro, prefirió llamarlo 'señor', le pareció de buena educación.

- No -respondió con otro de sus suspiros-. Eso era lo que TÚ tenías que comprar. Vi lo que hacías con tus nuevas prendas. Eres un buen muchacho, Gandalf.

Gandalf se sintió orgulloso de sí mismo y se ruborizó. Nadie lo había tratado nunca así, así que no es de extrañar que confiara en Calantor.

- Sube.

Su maestro le dio la ropa; era de muy buena calidad hecha principalmente de lana, aunque también le dio una capa con un broche dorado de una extraña hoja.

- Póntelo encima de tus atuendos -ordenó-, en la montaña hace frío.

Finalmente, salieron de la ciudad y comenzaron a ascender por la gran montaña. Pronto oscureció y empezó a helar, así que, sucedió lo narrado anteriormente, acamparon, pero esta vez al aire libre.

Calnator encendió una hoguera y, sacando una especie de sartén del carruaje se puso a cocinar los huevos. Gandalf notó que canturreaba mientras lo hacía y le pareció gracioso e inusual. Cuando terminó, le ofreció a Ele y a Gante unas manzanas y pan. Ésta era la segunda comida más completa que había tenido Gandalf y fue gracias a aquello por lo que no tardó en dormirse a pesar del frío.

Se pusieron en marcha a primera hora de la mañana, les quedaban dos, tres o quizás más días para llegar, pues no tenían ninguna prisa. Y, en un día de éstos, la curiosidad de Gandalf despertó.

- Señor Mente Benevolente -comnezó captando la atención del conductor-, ¿por qué me ha comprado? Sería más normal que tuviera a un mozo de ciudad.

- ¿Por qué dices eso, Gandalf? -preguntó mirándolo de reojo a la vez que dirigía el carruaje.

- Ya sabe, yo apenas recibí educación. No tengo conocimientos que no sea pescar o ayudar en casa... Sinceramente, no logro entenderlo

- Te subestimas demasiado, pequeño... Te diré la verdad, he deambulado durante años buscando a alguien como tú. Y ahora te he encontrado.

- ¿A alguien como yo, Señor?

- Sí Gandalf, algún día te convertirás en un gran mago.

- ¿¡De verdad!? - gritó atónito.

Calnator entornó sus ojos, sonrió dulcemente y asintió. "En verdad es un buen chico" pensó, "pero a saber cómo lo trataban allí". El joven, había perdido su timidez y, era casi, un niño extrovertido y alegre. En tan solo unos días, Calnator y Gandalf se hicieron buenos amigos. El mago le regaló una espada y un escudo de madera de roble que había tallado durante la cena. Le aseguró que eran mágicos y que no debían usarse para el ataque sino para el elogio; Le permitió dirigir el carruaje en dos ocasiones, y también le habló de águilas gigantes y le contó cuentos típicos de la zona.

- ¿Con la magia se puede lograr todo? -inquirió otro día.

- Todo no. Las risas, la esperanza, el afecto hacia las personas, la valentía o los recuerdos; todo eso no se consigue con magia, ni tan siquiera las lágrimas...

- Pero no todas las lágrimas son malas -añadió Gandalf.

- Cuanta razón tienes pequeño, quizás la magia solo sea un simple adherente a la felicidad, quizás la magia no lo solvebte todo, quizás las lágrimas sean tan benevolentes como yo, ¿no crees?

Gandalf esbozó una sonrisa y contempló el paisaje, los únicos árboles que había eran pinos, el suelo era de piedra y abundaban los matorrales. De repente divisaron una especie de roca grisácea y un camino que conducía hasta allí.

- Es allí- proclamó Calnator.

GANDALFDonde viven las historias. Descúbrelo ahora