Un apetitoso olor hizo que Gandalf se despertara y se dirigiera a la cocina sin tan siquiera jugar con las canicas. El mago Calnator estaba cocinando a la vez que canturreaba una pegadiza y alegre melodía.
- Buenos días pequeño, ¿cómo estás?
- Buenos días -dijo desperezándose-. Jamás había estado mejor.
- Aquí tienes el rico desayuno.
El desayuno trataba de dos huevos fritos y un pedazo de pan.
- ¿Usted no desayuna, Señor? -preguntó Gandalf con la boca llena.
- Oh sí, ya lo hice.
Cuando terminó de desayunar, el maestro lo condujo al salón y cogió un libro rojo.
- Ahora tú.
Gandalf estaba confuso, pero obedeció. Se paseo por las blancas e impolutas estanterías y un libro azul con adornos dorados le llamó la atención. Se puso de puntullas para poder alcanzarlo y se lo entregó a su maese.
Se dirigieron al dormitorio. Una vez allí, Calnator colocó el libro azul a su izquierda y el rojo a su derecha, que era de gramática. No obstante, Gandalf metió las canicas en la bolsita y las apartó.
- Como ya te he dicho antes -comenzó el mago-, te convertiré en un gran mago, pero la magia no es solo poder; también equivale a sabiduría, entrega, valentía y compasión.
- ¿Compasión, Señor?
- Sí Gandalf, la compasión es lo que diferencia a los grandes magos de los que no lo son. Pero para un chico como tú será fácil. Ya me he fijado que lo eres. Bien, sigamos. Saber es vital, por eso estudiarás ocho horas diarias para aprender a leer, escribir y memorizar ciertos hechizos, desde primera hora de la mañana hasta medio día. Por las tardes cabalgaremos y, cuando crezcas, pondrás en práctica los hechizos. A partir de hoy será duro, pero no te preocupes, siempre habrá tiempo para descansar. ¿Estás listo, Gandalf?
- Por supuesto.
Aquella mañana, Calnator le enseñó a Gandalf el alfabeto, a diferenciar las vocales de las consonantes y cómo pronunciar algunas palabras. Cuando hubieron acabado la clase, comieron y dieron de comer a sendos caballos. Por la tarde, se manifestaba una tarde fresca y con un viento atroz, pero aun así, Gandalf aprendió a montar a Gante. Si no me equivoco, eligió a este caballo porque su nombre empezaba por la misma letra que el suyo. La 'G'.
Fue un día exquisito para él.
Y así transcurrieron los siguientes meses. En apenas dos meses, Gandalf leía a la perfección; distinguía verbos, adverbios, adjetivos, nombres, preposiciones, artículos y conjunciones sin inmutarse. Y por supuesto, su primer libro que leyó fue el libro azul con detalles dorados que, a propósito, lo había escrito un hobbit. Desde aquel momento, sintió curiosidad y admiración por ellos. No exagero si digo que Gandalf se leyó todos los libros de la estabtería en menos de una década, como dije antes, leía a la perfección. También dio cosmografía, retórica, astronomía, álgebra, geografía, historia y clases de hípica.
Y esos meses se convirtieron en años, Gandalf ya tenía once años.
- Gandalf -dijo el bueno de Calnator-. Ya estás listo para aprender magia.
Es cierto que durante aquellos años, Gandalf se había impacientado y había insistido mucho en usar la magia o recitar hechizos pequeños, todos sabemos que estudiar gramática o álgebra no resulta tan emocionante como invocar enormes aves de las que Calnator le había hablado durante el viaje.
Calnator y Gandalf salieron al exterior de la torre. Era un amanecer cálido y esperanzador, los más vivos colores brotaban en el lejano horizonte; aunque sí es cierto que hacía bastante frío. Una gran sonrisa apareció en el rostro de su maestro y compañero.
- ¿Te gustan las águilas?