Gandalf aun estaba algo desorientado y sin fuerzas, incluso después de un gran desayuno.
- ¿Mejor? -preguntó su maestro.
- Eso creo, Maestro.
- Hoy toca Historia.
Gandalf bajó la cabeza y siguó a Calnator a la tercera estancia.
- Maestro, lo siento.
- ¿Cómo dices?
- Déjeme intentarlo una vez más. Ahora estoy seguro de poder lograrlo. No fue culpa suya. La magia de la que se habla en pequeños pueblos como donde me crié es muy distinta de la que usan los aprendices de mago como lo soy ahora. No supe creer en mí, pero no me subestime porque...
- Será mejor que te tomes el resto de la semana libre -lo interrumpió con voz lenta y severa.
- Pero Maestro.
- ¡Obedece! -gritó con voz temeraria, tanto que hizo temblar la torre.
Dos lágrimas recorrieron el rostro de Gandalf. Sus grandes ojos azules temblaban y centelleaban a la luz de las antorchas, "creía que confiaba en mí" pensaba. Calnator estaba enfurecido, pero de sus ojos también brotaban lágrimas.
- ¡Es demadiado poder para ti, Gandalf! ¡El poder te agotará la energía, te consumirá poco apoco hasta que te extinga! -gritó , miró a su aprendiz apenado, suspiró, se agachó y continuó más dulcemente apoyándo su mano en el hombro del chico -, Gandalf yo creo en ti, eres muy fuerte, por eso pude encontrarte, salta a la vista que eres mago, un buen mago, pero es demasiado pronto y no quiero perderte -las lágrimas saltaron de los ojos del anciano mago. Se incorporó y suspiró-. Haz caso a este viejo cascarrabias, sé de lo que hablo.
Y sabía a la perfección de lo que hablaba, no obstante, no se refería a la extinción del cuerpo físico, sino a la corrupción del alma. Y Gandalf lo había notado en su mirada.
Gandalf se sentía algo abatido y desilusionado. Pero nadie, que yo sepa, consigue entender qué le pasa por la cabeza en ciertos momentos. Así que, cogió las canicas, la espada y el escudo de madera y salió. Ensilló a Gante y se alejó de allí.
Cuando acabó el estrecho y sinuoso sendero sobre el precipicio, comenzó a galopar.
- Le demostraré que soy capaz de lograrlo -se decía a sí mismo mientras el viento lo golpeaba sin piedad haciéndo que su verde capa se izara.
Hacía tiempo que el muchacho había penetrado en un bosque de conníferas. Se detuvo en un claro. Era un día nublado y un fuerte viento avanzaba veloz y destructor por entre los árboles. Gandalf se serrenó y, a continuación, rompió a llorar. Sabía que no debía haber tratado así al maestro, no después de todo lo que había hecho por él.
- Haré que se sienta orgulloso de mí, esta vez no le fallaré -dijo sonriente apretando los puños y mirando a Gante, que le respondió con un relincho y golpeando los cascos contra el selo.
Toda la ira de Gandalf se desvaneció como el agua se evapora. Suspiró. Cogió hilo de sus vestiduras y lo ató a una canica, luego la colgó en la quima del pino más cercano. Hizo lo mismo con nueve canicas másde tal modo que ellas formaran un círculo y él estuviera en el medio. Cogió su escudo y su espada y se preparó.
Lo que nuestro amigo quería hacer era muy sencillo; en aquel día ventoso, mejoraría su agilidad. Asestaría golpes a las canicas cuando el viento soplara o simplemente las esquivaría.
Se pasó así toda la tarde, sin descansar ni un segundo. A decir verdad, mejoró mucho, era más rápido y podía concentrase en cada una de las diez canicas; por otra parte, se llevó muchos golpes, que se convirtieron en moratones.
- Eres de lo que no hay -proclamó una voz familiar a su lado.
- Maestro, siento mi comportamiento, yo solo...
Gandalf calló de inmediato al contemplar que la pupila de Calnator se había dilatado y abarcaba gran parte de los ojos. El aprendiz miró en la dirección en que miraba su maestro y se le cortó la respiración.
Una fila de humanos, magos o sombras -o una mezcla de ellos- con capas negras azabache, caminaban cerca de donde estaban. Su presencia era aterradora e inquietante, y solo unos cuantos pinos dispersos y matorrales los ocultaban de ellos. Inmediatamente, Calantor golpeó el suelo con la palma de la mano y todos -menos Gante que apareció en el interior del establo- aparecieron en el interior de la torre, en el amplio salón.
- Ya están aquí -murmuró Calnator apoyándose en la repisa de la chimenea encendida.