Las Enseñanzas de Don Juan - Carlos Castaneda

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LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN

(Una forma Yaqui de conocimiento)

Carlos Castaneda

Índice

HYPERLINK \l "Introduccion" Introducción 2

Las enseñanzas

HYPERLINK \l "I" Capítulo I 6

HYPERLINK \l "II" Capítulo II 10

HYPERLINK \l "III" Capítulo III 16

HYPERLINK \l "IV" Capítulo IV 28

HYPERLINK \l "V" Capítulo V 34

HYPERLINK \l "VI" Capítulo VI 40

HYPERLINK \l "VII" Capítulo VII 43

HYPERLINK \l "VIII" Capítulo VIII 48

HYPERLINK \l "IX" Capítulo IX 51

HYPERLINK \l "X" Capítulo X 54

HYPERLINK \l "XI" Capítulo XI 59

INTRODUCCIÓN

DURANTE el verano de 1960, siendo estudiante de antro-pología en la Universidad de California, los Ángeles, hice varios viajes al suroeste para recabar información sobre las plantas medicinales usadas por los indios de la zona. Los hechos que aquí describo empezaron durante uno de mis viajes. Esperaba yo un autobús Greyhound en un pueblo fronterizo, platicando con un amigo que había sido mi guía y ayudante en la investigación. De pronto se inclinó hacia mí y dijo que el hombre sentado junto a la ventana, un indio viejo de cabello blanco, sabía mucho de plantas, del peyote sobre todo. Pedía mi amigo presentarme a ese hombre.

Mi amigo lo saludó, luego se acercó a darle la mano. Después de que ambos hablaron un rato, mi amigo me hizo seña de unírmeles, pero inmediatamente me dejó solo con el viejo, sin molestarse siquiera en presentarnos. El no se sintió incomodado en lo más mínimo. Le dije mi nombre y él respondió que se llamaba Juan y que estaba a mis órdenes. Me hablaba de "usted". Nos dimos la mano por iniciativa mía y luego permanecimos un tiempo callados. No era un silencio tenso, sino una quietud natural y rela-jada por ambas partes. Aunque las arrugas de su rostro moreno y de su cuello revelaban su edad, me fijé en que su cuerpo era ágil y musculoso.

Le dije que me interesaba obtener informes sobre plantas medicinales. Aunque de hecho mi ignorancia con respecto al peyote era casi total, me descubrí fingiendo saber mucho, e incluso insinuando que tal vez le conviniera platicar con-migo. Mientras yo parloteaba así, él asentía despacio y me miraba, pero sin decir nada. Esquivé sus ojos y terminamos por quedar los dos en silencio absoluto. Finalmente, tras lo que pareció un tiempo muy largo, don Juan se levantó y miró por la ventana. Su autobús había llegado. Dijo adiós y salió de la terminal.

Me molestaba haberle dicho tonterías, y que esos ojos notables hubieran visto mi juego. Al volver, mi amigo trató de consolarme por no haber logrado algo de don Juan. Explicó que el viejo era a menudo callado o evasivo; pero el efecto inquietante de ese primer encuentro no se disipó con facilidad.

Me propuse averiguar dónde vivía don Juan, y más tarde lo visité varias veces. En cada visita intenté llevarlo a ha-blar del peyote, pero sin éxito. No obstante, nos hicimos muy buenos amigos, y mi investigación científica fue rele-gada, o al menos reencaminada por cauces que se hallaban mundos aparte de mi intención original.

El amigo que me presentó a don Juan explicó más tarde que el viejo no era originario de Arizona, donde nos conocimos, sino un indio yaqui de Sonora.

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⏰ Última actualización: Jul 06, 2009 ⏰

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