Desde luego, necesitamos más ocasiones que este concreto episodio para situarnos conjuntamente en presencia de aquello con lo que ahora tendríamos que convivir como pudiéramos: mi terrible debilidad a las impresiones del tipo que tan vivamente se habían ejemplificado y el hecho de que, a partir de este momento, mi compañera estaba enterada, con consternación y compasión, de semejante debilidad. Aquella tarde, después de la revelación que tan postrada me dejó durante una hora, ninguna de nosotras había asistido a ningún servicio religioso, sino al servicio de lágrimas y juramentos, de rogativas y promesas, un clímax de mutuos ruegos y desafíos que ocurrió inmediatamente a continuación de retirarnos al cuarto donde daba las clases y encerrarnos a levantar todas las cartas. El resultado de levantar todas nuestras cartas consistió, sencillamente, en reducir nuestra situación al rigor último de sus elementos. Ella no había visto nada, ni siquiera la sombra de una
sombra, y nadie en la casa excepto la institutriz estaba implicado en el asunto; no obstante, sin cuestionar directamente mi salud mental, aceptaba como cierto lo que yo le había presentado y, en este sentido, acabó demostrándome una conmovedora ternura, expresión de su reconocimiento de mi más que discutible privilegio,
cuya misma existencia ha permanecido conmigo como ejemplo de uno de los más dulces sentimientos humanos.
En consecuencia, lo que quedó establecido aquella noche entre nosotras fue que nos creíamos capaces de afrontar las cosas juntas, y yo ni siquiera estuve segura de que, pese a su inmunidad, no fuera a ser ella quien soportara lo peor de la carga. En aquellos momentos sabía, creo, como lo supe más tarde, que era capaz de servir de protección a mis alumnos; pero me llevó algún tiempo convencerme completamente de hasta qué punto estaba preparada mi honrada compañera para mantener las cláusulas de tan comprometido trato. Yo era una compañía rara, casi tan rara como la compañía con que contaba; pero, al repasar lo que pasamos juntas, comprendo cuánto debimos encontrar en común en la única idea que, por suerte, pudo afirmarnos. Fue aquella idea, aquel segundo impulso, lo que me hizo salir de mi cámara de terror interior, como podría denominarse. Al menos podía tomar el aire en el patio y allí me era posible estar con la señora Grose. Recuerdo ahora perfectamente cómo recobré las fuerzas aquella noche antes de despedirnos. Habíamos repasado una y otra vez todos los detalles de lo que yo había visto.-¿Buscaba a otra persona, dice usted, a alguien que no era usted?
-Buscaba al pequeño Miles. -Ahora me poseía una prodigiosa clarividencia-. Eso era lo que buscaba.
-Pero ¿cómo lo sabe?
-¡Lo sé, lo sé! ¡Lo sé! -Mi exaltación crecía-. ¡Y usted también lo sabe, querida!
Ella no lo negó, pero tuve la sensación de que ni siquiera era necesario decirlo. De todos modos, ella prosiguió en seguida:
-¿Qué habría pasado de verlo?
-¿Al pequeño Miles? ¡Eso es lo que quiere!
Volvió a parecer enormemente amedrentada.
-¿El niño?
-¡Dios nos libre! ¡El hombre! Quiere aparecerse a los niños.
Que pudiera hacerlo era una idea terrorífica, pero, sin embargo, yo podría mantener las distancias; sobre todo, eso fue prácticamente lo que conseguí demostrar en el tiempo que pasamos hablando. Tenía la absoluta certeza de que volvería a ver lo que había visto pero algo en mi interior me decía que ofreciéndome valientemente como protagonista única de la experiencia, aceptándola, incitándola y superándola, serviría de víctima expiatoria y protegería la tranquilidad de mis compañeros. Sobre todo, lo evitaría a los niños y los mantendría absolutamente a salvo. Recuerdo una de las últimas cosas que dije a la señora Grose:
-Me llama la atención que mis alumnos nunca hayan mencionado a...
Me miró inquieta mientras agregaba pensativa:
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HENRY JAMES OTRA VUELTA DE TUERCA (The Turn of the Screw, 1898)
ClassicsOtra vuelta de tuerca es una historia inquietante, atrapa desde la primera página, con giros constantes durante la narración en los que el lector tendrá la duda sobre los hechos contados¿Son reales las apariciones fantasmales o todo es todo fruto de...