Al día siguiente, después de las lecciones, la señora Grose encontró un momento para decirme en voz baja:-¿Ha escrito usted la carta, señorita?
-Sí, la he escrito.
Pero no añadí -de momento- que mi carta, cerrada y con la dirección puesta, seguía en mi bolsillo. Tiempo habría para enviarla antes de que el mensajero fuese a la aldea. En tanto había transcurrido una semana brillante fricciones recientes. Resolvieron los más audaces ejercicios de aritmética, elevándose muy por encima de mis escasos conocimientos, y llevaron a cabo, con mejor humor que nunca, parodias sobre geografía e historia. Fue absolutamente notable, sobre todo en el caso de Miles, que parecía querer demostrar con cuánta facilidad podía sobrepasarme. En mi memoria, este niño realmente pervive en un escenario de belleza y dolor que las palabras no pueden describir; poseía una distinción que se manifestaba en cada uno de sus impulsos; nunca ha existido una criatura tan natural, tan franca e inteligente para los ojos no iniciados, un caballerito más ingenioso y extraordinario. Constantemente tenía que prevenirme contra el arrobo con que me traicionaba su mera contemplación; para dominar la mirada y los suspiros de desánimo con que constantemente, a la vez, asaltaba y
renunciaba al enigma de lo que semejante caballerito podía haber hecho que fuera merecedor de castigo. Digamos que por un oscuro prodigio, que yo conocía, se le había despertado la imaginación hacia todo lo malo; pero mi sentido interior de la justicia padecía mientras buscaba la prueba de que eso se hubiera concretado en
hechos. De todas formas, nunca había sido tan caballeroso como cuando, después de la temprana comida de aquel pavoroso día, dio la vuelta alrededor de la mesa hasta donde yo estaba y me preguntó si no me gustaría que tocara para mí durante una hora. Ni David interpretando para Saúl debió demostrar un mayor sentido de la
oportunidad. Fue, literalmente, una encantadora demostración de tacto, de magnanimidad, la que se permitió al
decirme:-Los verdaderos caballeros, sobre los que nos gusta leer, nunca se aprovechan demasiado de las ventajas. Ahora sé lo que usted quiere decir: usted quiere decir que, para que la dejen sola y no ser perseguida, dejará de preocuparse por mí y de espiarme, dejará de tenerme a su lado me dejará ir y venir por mi cuenta. Pues bien, yo
«vengo», ¡pero no me voy! Tiempo habrá de sobra para eso. Verdaderamente estoy encantado con su compañía
y sólo quiero demostrarle que sólo he luchado por una cuestión de principios.
Es fácil imaginarse si resistí a esta súplica o si dejé de acompañarle, de la mano, a la sala de estudio. El se sentó delante del viejo piano y tocó como nunca había tocado; y si hay quienes piensen que mejor hubiera hecho dándole patadas a una pelota, sólo puedo responder que estoy completamente de acuerdo. Pues al cabo de un cierto tiempo durante el cual, bajo su influencia, casi perdí por completo el sentido de la realidad, desperté con la extraña sensación de haberme quedado literalmente dormida en mi sitio. Habíamos terminado de comer, estaba junto al hogar de la sala de estudio y, sin embargo, no me había dormido lo más mínimo: sólo que había hecho algo mucho peor: me había olvidado. ¿Dónde había estado Flora durante aquel tiempo? Cuando se lo pregunté a Miles, él siguió tocando un instante antes de responder, y sólo dijo:-Pero, querida, ¿cómo voy a saberlo? -estallando en seguida, además, en una alegre carcajada, cual si fuese un acompañamiento vocal, que prolongó con una canción extravagante e incoherente.
Fui derecha a mi dormitorio, pero la hermana no estaba allí; luego, antes de descender a la planta baja, miré en otros varios cuartos. Como no estaba en ninguna parte, seguramente estaría con la señora Grose, a quien, en consecuencia y confortada por la hipótesis, procedí a buscar. La encontré allí mismo donde la había encontrado la tarde anterior, pero replicó a mi rápida demanda con una ignorancia total y amedrentada. Se había limitado a suponer que después de la comida yo me había llevado a los dos niños; a lo que le asistía todo su derecho, pues era la primera vez que había permitido a la pequeña perderse de mi vista sin ninguna precaución. Por supuesto, ahora bien podía estar con las criadas, de manera que lo más urgente era buscarla sin dar muestras de alarma. Así lo convinimos entre ambas; pero diez minutos después, cuando nos reunimos en el vestíbulo según habíamos acordado, fue para dar cuenta por ambas partes de que, realizadas las discretas pesquisas, no habíamos descubierto el menor rastro. Aparte de observarnos, por un instante intercambiamos nuestras mudas miradas de inquietud; yo pude percibir con cuán grande interés me devolvía mi amiga la que yo antes le había transmitido.
-Estará arriba -dijo a continuación-, en algún cuarto que usted no haya mirado.
-No; está lejos. -Había tomado una decisión-. Ha salido.
La señora Grose se quedó mirándome.
-¿Sin sombrero?
Desde luego, también yo miraba al bulto.
-¿No va esa mujer siempre sin sombrero?
-¿Está con ella?
-¡Está con ella! -afirmé-. Tenemos que encontrarlas.
Tenía la mano en el brazo de mi amiga, pero de momento, ante un planteamiento tal del problema, ella no respondió a mi presión. Por el contrario, en el acto reflexionó con su característica dificultad: -¿Y dónde está Miles?
-¡Ay, está con Quint! Están en la sala de estudio.
-¡Por Dios, señorita!
Me daba cuenta de que mi aspecto y, supongo, mi tono no habían sido nunca tan seguros y serenos.
-El truco ha dado sus frutos -proseguí-. Han conseguido llevar a cabo su plan. El dio con el más divino procedimiento para tenerme tranquila mientras ella escapaba.
-¿Procedimiento divino? -repitió la señora Grose desconcertada.
-¡Digamos infernal, pues! -repliqué casi con alegría-. También él se las ha arreglado con esto. ¡Pero vamos!
Ella alzó los ojos tristemente hacia lo alto de la casa.
-¿Lo ha dejado...?
-¿Tanto rato con Quint? Sí, eso no me preocupa ahora.
En esas ocasiones, la señora Grose siempre acababa cogiéndome de la mano y de esa manera pudo ahora retenerme a su lado. Pero luego de suspirar ante mi súbita resignación, me preguntó con vehemencia:
-¿A consecuencia de la carta?
A modo de respuesta, eché rápidamente mano a mi carta, la saqué y la sostuve en alto, y luego, soltándome, fui y la dejé sobre la gran mesa del vestíbulo.
-Luke la cogerá -dije volviéndome. Alcancé la puerta de la calle y la abrí; ya estaba en la escalera.
Mi compañera aún vacilaba: la tormenta de la noche y del amanecer había escampado, pero la tarde era húmeda y gris. Descendí los escalones mientras ella seguía en el umbral.-¿No se va a poner nada?
-¿Cómo voy a preocuparme de eso mientras la niña no lleva nada? No tengo tiempo para vestirme -grité-; y si usted tiene que vestirse no la esperaré. Busque usted, mientras tanto, arriba.
-¿Estando ellos?
Diciendo lo cual la pobre mujer se unió a mí a toda prisa.
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HENRY JAMES OTRA VUELTA DE TUERCA (The Turn of the Screw, 1898)
ClassicsOtra vuelta de tuerca es una historia inquietante, atrapa desde la primera página, con giros constantes durante la narración en los que el lector tendrá la duda sobre los hechos contados¿Son reales las apariciones fantasmales o todo es todo fruto de...