Capitulo 21

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En mi cuarto, antes de que hubiera aclarado el nuevo día, mis ojos se abrieron a la presencia de la señora Grose, que se acercaba a mi cabecera con peores noticias. Flora tenía tanta fiebre que era de prever una enfermedad; había pasado la noche muy inquieta, una noche agitada, sobre todo por miedo no a su antigua institutriz, sino, por el contrario, a la actual. No se quejaba de la posible reaparición en escena de la señorita Jessel, sino consciente y vehementemente contra la mía. Por supuesto, me levanté de inmediato y con muchas preguntas que hacer; tantas más cuanto que, a todas luces, mi amiga se había guardado los flancos para hacerme frente una vez más. De lo cual me di cuenta tan pronto le pregunté su opinión sobre la sinceridad de la niña con
respecto a la mía.

-¿Se empeña en negarle que veía algo o que alguna vez lo había visto?

La turbación de mi visitante era verdaderamente mayúscula.

-¡Ay, señorita, yo no puedo insistirle sobre eso! Sin embargo, debo decir que tampoco siento la necesidad de hacerlo. Lo ocurrido la ha hecho envejecer a la pobre.

-La comprendo perfectamente. Está resentida, como si fuera un alto personaje al que se le ha puesto en duda su veracidad y, como si dijéramos, su respetabilidad. ¡La señorita Jessel, ella sí! ¡Ella sí es «respetable», la niñita! Le aseguro que la impresión de ayer fue más extraña que nunca; la cosa fue más lejos que las demás veces. ¡Metí la pata! Nunca volverá a hablarme.

Terrible y oscuro como era el asunto, la señora Grose se mantuvo un momento callada; luego dijo con una franqueza que tuve la seguridad, ocultaba otra cosa:

-Yo también creo, señorita, que no volverá a hablarle. ¡Se lo ha tomado muy a pecho!

-Y ahora, prácticamente, su problema se ha reducido al enfado -concluí yo.

¡Veía el disgusto en el rostro de mi visitante y en ninguna parte más!

-Cada pocos minutos me pregunta si se acerca usted.

-Comprendo, comprendo... -También yo, por mi parte, mantenía calladas más cosas de las que manifestaba-.

Aparte de repudiar su familiaridad con algo tan horrible, ¿le ha dicho desde ayer alguna otra palabra sobre la señorita Jessel?

-Ni una, señorita. Y usted ya sabe -añadió mi amiga- que estuve de acuerdo con ella junto al lago en que, por lo menos allí y entonces, no había nadie.

-¡Muy bien! ¡Y por supuesto sigue estando de acuerdo!

-Yo no la contradigo. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

-¡Absolutamente nada! ¡Usted tiene que tratar con la personita más inteligente del mundo!. Sus dos amigos, quiero decir, los han vuelto todavía más inteligentes de lo que los hizo la naturaleza. ¡Eran un maravilloso material para trabajarlo! Flora se siente ahora ofendida y explotará esa actitud hasta el final.

-Sí, señorita. Pero ¿hasta qué final?

-Pues hasta hacer que me dirija a su tío. ¡Me hará quedar como un ser de lo más rastrero!

Pestañeé al contemplar la divertida escena a través de la mirada de la señora Grose; por un instante pareció
verlos juntos.

-¡Y él que tiene tan buena opinión de usted!

-¡Pues tiene una forma muy rara, se me ocurre ahora mismo, de demostrarlo! -Me reí-. Pero eso no importa. Por supuesto, lo que quiere Flora es deshacerse de mí.

Mi compañera estuvo de acuerdo.

-No quiere volver a verla nunca más.

-Así que, ¿usted ha venido aquí ahora -pregunté- para apresurar mi marcha? -No obstante, antes de darle tiempo a responder, la contuve-. Tengo una idea mejor, resultado de mis reflexiones. Mi marcha podría parecer lo correcto y a punto estuve de irme el domingo. Sin embargo, no me iré. Usted es quien debe irse. Debe
llevarse a Flora.

HENRY JAMES 
  
 OTRA VUELTA DE TUERCA 
  
 (The Turn of the Screw, 1898)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora