Se llama Mayo

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Después de, lo que me pareció, el mejor asado de ternera del universo, me fui a dormir a mi austera habitación y me tiré, agotada, encima de la cama. Unas trompetas resonaron a las siete de la mañana en las paredes de mi cuarto y, cuando me quise dar cuenta,  estaba otra vez fuera con Adalia. No he visto a Gael desde ayer, cuando entramos juntos, después de un par de comentarios sarcásticos dijo que tenía cosas que hacer y se fue, ni siquiera lo he visto en el desayuno. Pero estar a solas con Adalia me permitirá preguntarle cosas sobre la Profecía y el paradero de Lucía y mi madre. 

Estamos alrededor de dos horas allí fuera mientras ella me enseña como mover objetos con mis poderes aunque me resulta tremendamente fácil y no me desmayo en ningún momento, como sucedió con el conjuro reductor de ayer. Adalia me felicita y dice que nunca había visto a un principiante aprender tan rápido. Ese comentario me hace sonreír, por fin siento que algo se me da bien.

-Dentro de poco podrás incorporarte a la clase con los demás- comenta Adalia.

La idea de ir a 'clase de magia' con más gente no me entusiasma, más bien me produce escalofríos, mis experiencias escolares no han sido muy buenas estos últimos años. Recuerdo cuando Adrián García se rió de mí por tomarme un yogur en el recreo o cuando me tropecé con una mochila cuando iba a entregarle un trabajo a la profesora y todos los folios salieron volando o cuando Helena Otero me escondió mi estuche en uno de los cajones del escritorio del profesor de geografía. De todas esas experiencias aprendí que en el recreo solo se pueden comer bocadillos, que hay que grapar los folios de un trabajo y que es mejor guardar siempre el estuche en la mochila bien cerrada, para evitar tentaciones.

El entrenamiento físico dura media hora más y, después, Adalia me da tiempo para pedir algo en la cocina. Me siento sola en una de las mesas del comedor vacío con un vaso de zumo de naranja en una mano y un sándwich de jamón y queso en la otra. Cuando doy el primer sorbo al zumo, las trompetas vuelven a sonar y, poco a poco, el comedor se llena de gente, entonces me doy cuenta de que me he equivocado de comedor. El comedor en el que había cenado ayer y he desayunado hoy es el comedor de la Junta del asentamiento y el comedor en el que estoy ahora es el comedor de la Academia del asentamiento. Observo cómo todo el mundo se sienta en grupos de amigos que hacen bromas entre ellos mientras yo estoy sola en una mesa vacía y sin conocer a nadie. Me bebo el resto del zumo de un trago y me levanto para volver con Adalia. Después de dar dos pasos una mano agarra mi codo y me tira hacia atrás. Me giro y veo que Gael me da el sándwich que había dejado en la mesa.

-Se olvida esto, señorita- dice bromeando, cojo el sándwich y vuelvo a mi camino- ¿Por qué tanta prisa? El descanso acaba de empezar- pregunta cuando se pone a mi altura.

-Es que... es que tengo que ir con Adalia, dijo que volviese lo antes posible- miento, Adalia me ha dado una hora de descanso.

-Pues ella me dijo que te ha dado una hora de descanso- mierda, me ha pillado-. Ven, te presentaré a unos compañeros.

Resignada lo sigo entre las mesas hasta que llegamos a una que está repleta de chicos y chicas tan musculosos, o más, que Gael. 

-Esta es la nueva, la prima de Lucía- me presenta, aunque se olvida de decir mi nombre.

Sonrío tímidamente.

-Se llama Mayo- dice burlonamente y lo miro enfadada, no es la primera vez que se ríen de mi nombre.

-Abril- digo y vuelvo por donde he venido. No quiero empezar con mal pie pero esta broma me ha sentado mal, estoy cansada de la misma broma que siempre surge cuando conozco a alguien nuevo. "¿No me digas que tu hermana se llama Mayo?" o "Pues tengo un amigo que se llama Julio, haríais buenas migas" incluso "Eres muy lluviosa". Me las sé todas y todas son malísimas.

Indignada recorro el comedor hasta la puerta con un paso acelerado, aparezco en el pasillo que da a mi habitación y corro hacia ella, estas puertas transportadoras son un milagro. Cuando giro a la derecha me choco contra alguien que venía caminando distraído en sentido contrario. Es Jaska, sí, Jaska el armario noruego o finlandés, ya no me acuerdo.

-¿Adónde va, señora?- dice con su fuerte acento y lo miro extrañada, no sé por qué me trata de usted y me llama señora, él tiene como treinta años más que yo.

-Solo voy a mi habitación- contesto y lo rodeo para seguir caminando.

-Tenga cuidado con lo que esconde, cualquiera podría descubrir sus secretos.

-¿Es eso una amenaza?- contesto, sin tapujos, no estoy para sutilezas ahora mismo.

-No, es un consejo, mejor dicho, una advertencia- se le oscurece la mirada y al pronunciar la última palabra, un escalofrío me recorre el cuerpo. Le dirijo una mirada de extrañeza, lentamente me giro y continúo mi camino.


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⏰ Última actualización: Aug 17, 2015 ⏰

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