Después de correr unos minutos, Eian y yo llegamos a un claro en el que hay un pequeño arroyo. La brisa cálida pasa entre las hojas de los árboles y provoca un rumor lleno de vida. No es un simple susurro, es como una melodía acompasada, música sin instrumentos, arte sin pintura, que está acompañada por los pájaros que trinan a nuestro alrededor y nos dan la bienvenida a este oasis de belleza natural y armonía. Doy un paso para que el sol caliente mi piel y cuando ya estoy totalmente bañada por él, siento la necesidad de tumbarme en la hierba. Pero cuando estoy a punto de hacerlo, la mano de Eian me toca y me devuelve a la realidad. Irónicamente, ella no es del todo real.
-No hay tiempo para descansar, está en el árbol -dice mientras señala la copa de un árbol en la otra punta del claro con una mano y con la otra me agarra la muñeca y tira de mí en esa dirección.
Cuando llegamos al tronco, compruebo que es un simple árbol, normal y corriente, pero aquí no hay nada normal y corriente.-¿Y ahora? -pregunto.
-Trepa -contesta Eian.
-Yo no sé trepar.-Pues ha llegado el momento de aprender -dice seriamente-. Agárrate a esa rama y pon un pie en este saliente, impúlsate y agarra aquella otra rama, el resto es coser y cantar.
- No sé ni coser ni cantar -contesto burlona, creo que puedo permitirme bromear de vez en cuando, pero acabo haciéndole caso y empiezo a trepar.
Cuando estoy a punto de cambiar un pie de sitio, el otro se resbala y queda colgado en el aire, sin apoyo alguno. Automáticamente mis brazos se aferran con fuerza al tronco aunque esté suspendida a tan solo diez centímetros del suelo. A Eian se le escapa una pequeña carcajada que me desconcentra más todavía y hace que me caiga para atrás.
-Gracias por los ánimos -digo.
Después de varios intentos más, descubro que no seré capaz de subir más de treinta centímetros, altura que está bastante lejos de las primeras hojas de la copa del árbol. Cuando finalmente me doy por vencida, escucho un "¡Por fin!" que viene de las ramas más altas, acto seguido una figura baja ágilmente entre las ramas del árbol. Al llegar a unos dos metros del suelo, da un salto y cae grácilmente a nuestro lado. Yo, que todavía estoy tirada en el suelo a causa de mi último intento, me levanto y me sacudo todas las hojas y la tierra que se me han pegado a la ropa en mis repetidos viajes al suelo.
Con el mismo estilo con el que ha caído del árbol, la chica se levanta y se estira. Descubro, entonces, que es un palmo más baja que yo pero su postura expulsa mareas de seguridad. En resumen, parece saber lo que se hace.
-¿Qué haces en mi árbol? Es más, ¿qué pretendes hacer hablando sola, intentando subir y cayéndote continuamente? -dice.
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Los cuatro elementos
Novela JuvenilAbril siempre ha sido la invisible, aquella chica en la que nadie se fija hasta que un día la desaparición de su madre la lleva a Salamanca con su hermana mayor. Allí conoce a su prima Lucía quien le abrirá las puertas a un mundo mágico donde tendrá...