No hay excusa

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Bueno, por lo menos hay que probar. Paso las hojas hasta llegar a la página correcta que tiene el título escrito con grandes letras con estilo barroco. Intento leer rápidamente la explicación de lo que hay que hacer en el caso de que un “herbazal cuchilla” te corte. No tengo ni idea de que es eso de “herbazal cuchilla” pero era la única entrada que hacía referencia a un corte. En los síntomas aparecen cosas como picores en la zona afectada, fiebre, malestar general y cansancio repentino además de parálisis temporal en algunos miembros del cuerpo. Así que decido que me ha pasado eso y paso directamente a la parte en la que se explica el método de curación.

Al parecer esto no será tan fácil como “pintar” una habitación de azul... Lo primero que tengo que hacer es ponerme de pie, según el libro así se consiguen mejores resultados. Me levanto cuidadosamente apoyándome en el árbol hasta que mi pierna derecha está completamente estirada y mi espalda reposa en el robusto tronco. El libro, que ahora sostengo con la mano derecha, explica que tengo que masajear la zona del corte con una hoja de cualquier tipo. Estiro mi brazo izquierdo intentando llegar a las hojas del árbol pero están demasiado altas así que doy un pequeño salto vertical con mi pierna buena. Aun así no consigo llegar a las hojas. Me preparo para dar otro salto y cojo todo el impulso que puedo. Pero algo me frena. A lo lejos distingo el sonido de dos personas hablando. Decido ocultarme hasta saber quiénes son y dejo mi pequeño intento de curación para más tarde. Las voces se acercan con paso firme y rápido y me quedo quieta hasta que puedo escuchar lo que dicen.

-¿Dónde crees que estará?- pregunta una de las voces con un fuerte acento que no sé identificar. Por el timbre deduzco que se trata de un hombre adulto de entre cuarenta y cincuenta años.

-Debe de estar cerca, puedo notar su respiración- responde la segunda voz. Esta suena es también la de un hombre, pero más joven, mucho más joven.

Me tapo la nariz intuyendo que hablan de mí e intento mover mi pierna izquierda, pero lo único que consigo es hacer ruido y provocar que mi respiración se agite más todavía. De repente los pasos se convierten en zancadas que se dirigen rápidamente hacia mi árbol. Me da la impresión de que el corazón se me va a salir del pecho mientras el aire entra y sale de mis pulmones a una gran velocidad. Las zancadas se paran hasta que solo puedo oír pasos ligeros que están más y más cerca de mí.

Una fuerte mano agarra mi brazo con violencia y hace que suelte el libro que cae al suelo. La mano consigue arrastrarme con mi pierna todavía paralizada. Cierro los ojos con fuerza sin saber exactamente lo que me espera mientras me llevo la otra mano a la cara intentando protegerme de posibles golpes o lo que sea que me vayan a hacer. Sin embargo, no pasa nada. Abro con cuidado mi ojo derecho y descubro a chico de más o menos mi edad con una sonrisa en la cara. No había sido otra cosa que mi cara de susto la que había provocado esa sonrisilla. Indignada, me suelto bruscamente de su mano.

-Tranquila, no te vamos a hacer nada- dice riéndose entre dientes.

Dirijo mi pierna derecha hacia el lado opuesto al que él se encuentra. Pero el otro hombre aparece delante de mí. Es un hombre alto y corpulento, tiene un semblante serio lo que me hace retroceder hasta que mi espalda choca con el chico, quien me vuelve a agarrar el brazo y me coloca frente a él.

-Al menos ese es el plan- continúa el chico-. Te queremos ayudar, Lucía nos dijo que estabas aquí.- ¿Me quieren ayudar? Si es así no sé por qué Lucía no está aquí. “No confíes en nadie” resuena en mi cabeza. Veré hasta dónde llega esto, intentaré obtener las máximas respuestas posibles.

-¿Dónde está Lucía? ¿Por qué no está aquí? ¿Dónde estoy?- pregunto, ansiosa de respuestas.

-Espera, espera, espera- dice el chico que todavía no me ha soltado el brazo-. Yo no estoy aquí para responder a tus preguntas, mi trabajo consiste en llevarte conmigo. Allí podrás preguntar todo lo que quieras.

-¿Allí? ¿Dónde? No pienso moverme de aquí- digo, no solo me refiero a que no me quiero ir con ellos sino a que no puedo mover la pierna.

El chico desliza su mirada desde mi cara hasta la rodilla y comprende mis palabras. Me suelta, coge una hoja del árbol, se agacha y la coloca en mi corte. De sus dedos surgen pequeñas chispas de colores mientras masajea mi rodilla. Un profundo suspiro de alivio se escapa de mi boca sin poder evitarlo y el chico me mira y me sonríe con aire de suficiencia. Unos segundos después se levanta y encierra la hoja en una de sus manos, cuando la vuelve a abrir la hoja ya no está.

-Ya no hay excusa -dice.

Me vuelve a agarrar el brazo y me arrastra consigo. Noto como mi pierna recupera su movilidad rápidamente y veo que la herida ha desaparecido como si no hubiera habido ninguna, de ella ya solo queda el corte en mis vaqueros. Ando con paso rezagado detrás de él y con el otro hombre pisándome los pies. No puedo soportar el silencio así que decido romperlo para saber algo más de mis “salvadores”.

-¿Cómo os llamáis?- pregunto.

-¿De verdad importa?- dice el chico.

-Bueno, cuando alguien me lleva a no sé dónde a hacer no sé qué,  me gustaría, al menos, saber su nombre. Llámame rara- respondo.

-Vale, doña Preguntona, yo me llamo Gael y él es Jaska, viene de Finlandia.- Eso explicaba su fuerte acento.

-¿Tan difícil era?

No responde. Lo miro y me doy cuenta de que conoce muy bien este bosque. Anda con paso decidido y sin tropezar a pesar de las ramas caídas, de las piedras que hay por el medio y de algunos montículos de tierra. Observo cada uno de sus movimientos y noto que se siente en completa armonía con este lugar, está cómodo. Entonces, puedo apreciar lo atractivo que es. Su pelo rubio trigueño, largo y ondulado, cae alrededor de su cara resaltando su mandíbula marcada y sus pómulos bien definidos. El color avellana de sus ojos contrasta perfectamente con su piel un poco bronceada por el Sol. Y un tímido lunar asoma en su sien derecha. Lleva una camiseta blanca y unos vaqueros de color verde militar. Sin darme cuenta mis mejillas comienzan a sonrojarse cuando me doy cuenta de que sabe que lo estoy contemplando. Un movimiento en su iris lo delata, además de una sonrisa petulante y su gesto altivo. Sin decirlo, me da a entender que ya sabe lo guapo que es.

Los cuatro elementosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora