Preguntas difíciles

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Al llegar al piso, Lucía me agarró del brazo y me llevó a la cocina. Nos paramos delante de la mesa e hizo un gesto enfadado para que me sentara. Obediente, me senté en una de las sillas. Su sonrisa de antes se había convertido en una mueca de medio enfado.

-¿Cómo se te ocurre? ¿¡Es que no ves quién es!?- no estaba gritando pero en su voz se notaba el tono de reproche.

-No estoy saliendo con él ni nada, solo somos amigos. Ya sabes que no conozco a nadie aquí y él es muy amable y simpático...

-Como todos, Abril. Pero si estás aquí es porque tengo que protegerte, ¿vale?

-¿De qué? ¡Esto es Salamanca no la selva! -dije levantando un poco la voz- Y además, Caro lo conoce y ahora mismo ella está con algunos de sus amigos. No digas que a ella la dejas porque es mayor, porque la madurez no le sobra, precisamente.

-Sabes perfectamente que no es por eso- ¿pero qué le pasaba? Luc era un chico como cualquier otro, quizás un poco mayor pero nada más- No te conviene.

-¡Y tú qué sabes! No lo conoces.

-Sé más de lo que crees- me di cuenta de que no hablaba de Luc. ¿Es que sabía algo de lo de las yunisias y ese rollo? O puede que me hubiera vuelto un poco loca después de estos días de confusión. Decidí preguntárselo directamente:

-¿Qué sabes y sobre qué?- mi voz sonó cortante y segura.

-Lo sé todo, soy como tú. Soy una yunisia -no, no me había vuelto loca-. Y estoy aquí para protegerte de gente como él. Si es que se les puede llamar gente- dijo casi escupiendo las palabras.

-¿¡Y me lo dices ahora!?- estaba realmente frustrada-. Nadie me explica nada, no sé qué está pasando. No sé de qué va esto. ¿Por qué ahora? ¿Por qué se ha ido mi madre? ¿Por qué debo confiar en ti y no en mi hermana?

-Son preguntas difíciles, Abril. No puedo explicártelo todo ahora y menos con él aquí. Deshazte de él y hablaremos.

-¡No entiendo nada! - había empezado a gritar, no pedía tanto, solo respuestas.

-¡Deshazte de él ahora! Dile que te sientes mal o algo así...- dijo mientras se frotaba la frente con un gesto de cansancio.

-Está bien- lo que menos me apetecía era discutir y si la forma más rápida de obtener respuestas era echando a Luc, lo echaría.

Así que me levanté, me dirigí a la puerta y preparé una falsa cara de enferma. Al llegar al salón Luc estaba sentado y al verme se levantó y sonrió.

-Oí que discutíais- recé para que no hubiera entendido las palabras-. Si es por mí, puedo irme- parecía que no lo había entendido así que actué con normalidad.

-No es por tu culpa- mentí-. La verdad es que me siento un poco mal- le miré con ojos caídos y una media sonrisa.

-Estás un poco pálida- dijo y me acarició la mejilla-. Pero podría quedarme a cuidarte, si no te importa- vaya, eso sí que no me lo esperaba ¿Qué le decía ahora? ¿“No, gracias, lárgate”? Mi cabeza empezó a echar humo, la improvisación no era mi fuerte precisamente.

-Mmm no hace falta... Lucía cuidará de mí... Además, seguro que mañana estoy fresca como una rosa- le sonreí intentando aparentar agotamiento.

-Vale, pero mañana quiero verte- su mano había bajado hasta mi cuello y se acercaba poco a poco a mí. Su otra mano alcanzó mi cintura y me atrajo hacia sí con un movimiento decidido. Casi podía notar su respiración y sus labios acercándose a los míos. Dudé un momento: “¿Debería besarle?”. Pero entonces las palabras de Lucía vinieron a mi cabeza y decidí apartarlo de mí. Apoyé mi mano en su vientre y lo aparté con un movimiento seco.

-No- dije. Me miró, parecía sorprendido incluso un poco arrepentido y me soltó inmediatamente.

-Bueno, pues entonces me voy- sus pasos se dirigieron hacia la puerta rápidamente, oí como salía casi corriendo y la cerraba tras de sí.

Fui a la cocina mientras mi corazón se aceleraba progresivamente. “Relájate, seguro que no es para tanto” me dije a mí misma. Las emociones habían sido muchas en una sola mañana, podía aguantar más. Sí, claro que sí, era fuerte. Había aguantado el abandono de mi madre, un cambio de residencia bastante drástico, el rechazo de un chico y su repentino remordimiento por haberlo hecho, el descubrimiento de “poderes” en mí y en mi prima. Y todo eso en menos de una semana. Sí, sin duda, era fuerte. Respiré hondo y abrí la puerta. Sentada en la silla estaba Lucía que me miraba con una media sonrisa.

-Te lo explicaré, pero debo decirte que no puedes saberlo todo- dijo.

Los cuatro elementosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora