Un viaje aterrador

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Habían pasado unos cinco minutos desde que Paul se encontró a los caballeros. Durante ese tiempo, los hombres le dieron de comer y beber a las bestias, mientras que Paul se quedaba inmóvil. Era incómodo no hacer nada mientras todos mantenían a los animales...

Una vez que todo estaba listo, partieron. A la luz de la luna (que era mucho más grande y brillante que la nuestra) viajaban sobrevolando las ruinas. El huérfano siempre tuvo curiosidad por la devastación de ese lugar, pero jamás preguntó nada. Creo que fue lo mejor.

El silencio era total. Nadie decía una palabra y las alas de los unicornios negros no hacían ruido. De repente, Paul pestañó. Al abrir los ojos se encontró en medio de la oscuridad. No podía verse ni a él mismo, pero sabía que estaba montado al animal, porque sentía su pelaje, la silla y el movimiento de las patas. Eso lo aliviaba un poco.

En un momento, el unicornio empezó a temblar desaforadamente. El joven se estremeció, se aferró fuerte a la silla y esperó a que el destino decida lo que ocurriera.

Todas las pesadillas que tenía de niño las recordaba. Incluso escuchaba voces, pero cerró los ojos.

Pasaron dos minutos y fueron éstos los peores de su vida. Miles de insectos y plagas como cucarachas, arañas, chinches, escarabajos, garrapatas y hormigas caminaban sobre su piel. Y como si fuera poco, algunos picaban de forma indescriptible. Por suerte, duró poco.

No pudo abrir los ojos durante un rato largo, pero cuando lo hizo ya había pasado lo peor. Lo único que pudo ver fue una puerta gigante.

Cuando la bestia dejó de tambalear, pudo calmarse. Se encontraba sobrevolando Londres. Fue muy extraño para él que estén en una ciudad común y corriente montados a unicornios alados.

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