Prólogo

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   Como cualquier día, estaba lloviendo en el hermosísimo Londres, como si estuviera llorando por su partida. El agua caía a cantaros, y cualquier cosa que estuviera enfrente, no era visible más de tres segundos cuando el vidrio estaba lleno de gotas de agua otra vez mientras iba a una velocidad extremadamente lenta para no tener ningun acciente.

¡Que conductor más prudente! –pensaba Paulet, mientras miraba por la venta intentando ver algo aunque, sabía perfectamente que no lo lograría; simplemente recurría las imagénes de su menta que sabían exactamente donde estaba lugar-. Espero que perdamos nuestro vuelo y podamos quedarnos más tiempo aquí....

-No te recargues en la puerta- reprochó su abuela.

Sin pedir explicación alguna o refunfuñar, Paulet quitó su codo de la venta con la mirada baja.

-Una vez llegues a Nueva York- dijo una de las gordas tías ha Paulet- tendrás que cambiar tu forma de actuar, y perder el acento. Esos neoyorquinos pueden ser muy crueles y juzgadores.

No creo que alguien pueda serlo más que tú- se dijo Paulet a sí misma mientras asentía sin mirar a nadie pues las mirada que le lanzaban, siempre eran de reproche aunque no hubiera hecho nada.

-¿Qué le pasa a esta niña? ¿Le ha comida la lengua el ratón?- reclamo la misma tía odiosa-. Habla, niña. ¿Te ha comido la lengua el ratón?

-No, tía Ariadna- contestó Paulet con su débil y tembloroza voz.

-Habla fuerte y claro. ¡Y mírame a los ojos!- reprochó.

Tranquila, Reina de corazones

-No, tía Ariadna- dijo nuevamente con la voz más clara que pudo, mirándola a los ojos-. Ningún ratón me ha comido la lengua.

-Así está mejor; sino hablas, la gente lo pensará. Y en Nueva York no será sorpresa pues esta lleno de ratas gigantes- dijo con gran disgusto en su voz-. No sé porque te llevan a ese lugar tan apestoso. Bien podrías quedarte aquí conmigo y tu abuela. Te educaríamos bien, tendrías excelentes vestimentas...

Mientras más y más hablaba, Paulet pensaba en otras cosas hasta que dejo de escucharla. No era porque se hubiera callado. Oh no, esa señora podía hablar y hablar del mismo tema, diciendo la mism||a oración sin canzarce. Dejo de escucharla porque se metió en su mundo, del cual era muy díficil sacarla.

"Pasajeros del vuelo 1352, con destino a la ciudad de Orlando, Florida, favor de abordar" –dijo la dulce voz de una sobrecargo, anunciando el pronto depegue del primer vuelo que Paulet y sus tíos tomarían ese día para llegar a su nuevo "hogar".

-Es hora, querida- le dijo su tío Roger.

-¿Por qué tenemos que irnos?- preguntó Paulet, por centesima vez ese día. Esta vez, al borde de las lágrimas.

-Así es el trabajo, mi pequeña. No creo que en un pronto futuro podrámos quedarnos en una ciudad por mucho tiempo.

Derramando una lagrima, la chica asintió resignada tomando su mochila.

-Tranquila- volvió a decir su tío limpiando la lágrima-. Todo estará bien.

Siempre lo está...

Sin más que decir, se encaminaron a la puerta de abordaje con boleto y pasaporte en mano.

La Chica Que CreyóDonde viven las historias. Descúbrelo ahora