VI: Strange Angel, el ángel extraño de alas rotas.

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Lizabeth pasó la noche casi en vela, no fue demasiado lo que pudo dormir y por primera vez la voz del Ángel de la música no se escuchó cantar.

No le quedaba otra alternativa que esperar hasta la noche siguiente, para obtener información.

Deseando poder escuchar su voz de nuevo, se durmió sin el canto del ángel herido. Ese ángel extraño atormentado sin descanso por los males del pasado.

Una luz mortecina y gris traspaso las cortinas de la ventana obligando a que abriera los ojos, campanas de una iglesia sonaban a los lejos. Eso le trajo la imagen de su madre a sus recuerdos. Y una gota de cristal salada se resbalo por su mejilla.

No podía evitar siempre cuando pensaba en ella aún si el recuerdo fuera breve, derramar una o dos incluso tres lagrimas de dolor. Y casi siempre el recuerdo de su funeral le llegaba a la mente como un rayo traspasando las barreras de protección de su corazón.

<<Era un día frió, demasiado que te calaba hasta los huesos, sentías que no tenias protección. Era la muerte que te abrasaba con su pesar. Incluso ella sentía culpa por tener que llevarla.

Mientras colocaba flores encima del cajón sellado, miles de imágenes y recuerdos llegaban a su memoria...

Cuando la arropaba en la noche y le contaba cuentos de lugares fantásticos, cuando le enseñaba a cantar, bordar o bailar. El recuerdo más vivido que tenía Lizabeth de su madre era una tarde sentada en el jardín trasero de la casa, reclinada en una silla a la luz cálida de la tarde, con sus rizados cabellos cayendo majestuosos por su rostro y espalda de perfil. Cerraba los ojos cada vez que el viento le soplaba contándole secretos al oído, llenando sus pulmones con el aroma de las rosas y flores silvestres. Estaba vistiendo un hermoso y elegante vestido color blanco sin mangas , era como el de una novia y a ella se le ocurrió la idea de fabricarle una tiara de flores. Cuando la termino se la entrego como si entregara su corazón, diciendo con los ojos brillantes y la sonrisa más amplia de todas:

-Aquí tienes mamá, es una tiara para ti, porque eres una hermosa novia

Los ojos de su madre brillaron con la intensidad de mil estrellas e iluminaron el cielo nocturno de su iris. Con la sonrisa más blanca, inmensa y llena de felicidad pura que hubiera existido. Lizabeth pudo jurar que nunca en su vida había visto una sonrisa parecida. Y unos ojos tan brillantes y cristalinos que veía desde lejos su rostro de niña reflejada en ellos. Fue cuando vio con la claridad del agua el alma de su madre, llevándola al momento en que se encontraba cómodamente en su útero. Y se perdió en aquellos ojos que le mostraban el universo entero.

-Muchas gracias querida, es el mejor regalo que he recibido -Le dijo tomando la tiara entre sus manos blancas, colocándosela con mucho cuidado.

Su voz fue para ella como el susurro de un millón de ángeles.

Lo único que se le venia a la mente luego de ese recuerdo, era lo que le había escrito para el momento de su muerte. Después de haber cantado.

"Sin cantores ni temores

me hablarás de tus amores

que en la tierra has hecho

y en el cielo has desechó,

dejando lagrimas derramadas

por estas pobres almas

que extrañaran tu presencia y expresiones

con una cicatriz en sus corazones" >>

Luego abrió los ojos envueltos en lagrimas encontrándose en el presente nuevamente. Se levanto precipitadamente y bajo para pedir un automóvil que la llevará al cementerio.

Estas en el cielo

porque allí es donde pertenecen

los ángeles verdaderos.

Era la dedicatoria que leía cada vez que iba a ver a su madre al cementerio. Llevándole un ramo de flores y rosas perfumadas con el dulce aroma de la primavera acogedora.

Adorno su tumba con cuidado, cantando en un susurro las canciones que le enseño, su favorita era sin duda una que llamaba: Desearía que estuvieras conmigo otra vez.

Se la enseño un día de invierno cuando fue con ella a visitar a su abuelo, enterrado en el mismo cementerio. Lizabeth volteo la cabeza viendo desde su posición el mausoleo de su abuelo con las letras: DAAÉ escritas en piedra.

Aparto unas pocas flores para él dejándolas al pie de la puerta del mausoleo. Dijo algunas palabras en su honor y regresando a la tumba de su madre vio que una rosa roja adornada con un botón de plata y una cinta negra. Estaba a un lado.

Se pregunto quien la abría dejado: preocupada mirando hacia todos lados sin encontrar rastro. Se despidió de su madre con el corazón apretado y subiendo al automóvil que la llevaría directamente a casa.

Ángel de la óperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora