Al llegar a casa se encontró con su padre sentado en su silla de ruedas, mirándola con ojos que preguntaban: ¿Por qué no me llevaste a verla?. La chica se apresuro arrodillándose en frente de la silla y tomándole del rostro arrugado.
-Lo siento, lo haré otra vez que vaya a verla ¿Esta bien?
El vizconde sonrió moviendo la cabeza, su hija le dio un tierno beso en la frente y le regalo su mejor sonrisa del día. No había que ser tan cercano a la familia Chagny para ver que eran una que se apreciaba mutuamente. Y Raoul siempre se sintió muy feliz y orgulloso por ella y en especial por sus hijas que eran sus luceros alumbrando lo que quedaba de su camino en la tierra.
Lizabeth llamo a las sirvientas para preparar el desayuno, mientras su hermana ya levantada arreglaba algunas cosas en la casa. Moviéndose de aquí para allá por toda la casa. Que era espaciosa e iluminada gracias a la luz naciente del día.
Lizabeth no veía las horas pasar frente a sus grandes ojos, le parecía que no avanzaban, por momentos se veía impaciente o preocupada y más de una vez fue interrogada por Amelia o una de sus criadas.
A lo que siempre respondía: No me pasa nada, estoy bien gracias.
Ese día casi interminable, Lizabeth pasó cantando gran parte de él en su mayoría canciones aprendidas del fantasma. Con el recuerdo de lo que había vivido y la duda controlada por conocer qué había sucedido entre el fantasma y su madre. Más de una vez en ese día se le pasó por la cabeza preguntarle a su padre si sabía algo, pero tenía miedo de que el asunto se saliera de control y se descubriera todo. Además creía que no le hacia falta hablar con el y torturar su alma con asuntos del pasado. Pues él ya estaba viviendo el presente lo mejor que se permitía.
Recordaba haberlo visto, el desventurado día del funeral de su madre. Acongojado hasta las lagrimas, su alma se estrujaba, se revolvía en su cuerpo. Le oprimía el corazón casi al punto de cortar la respiración, pero se recupero luego de dos días en los que después de entregar su carta no salio de su habitación. Únicamente permitió que las sirvientas entraran para darle la comida y nada más.
Lizabeth colocaba su oído junto a la puerta para poder escuchar algo, nada más que llantos ahogados y lamentos mudos profería la boca de aquel hombre desolado. Esa noche Lizabeth, cuando él estuvo dormido fue a buscar una fotografía de su madre e hizo un altar en el tocador, encendiendo una vela y rogándole que lo sanara, que lo ayudara a recuperarse de su perdida.
A la mañana siguiente su padre se levanto y salio de su encierro en su silla de ruedas, aún con la tristeza plasmada en sus ojos pero con el corazón más tranquilo.
Cuando por fin la luna llego a su centro, Lizabeth se levanto de su cama y fue a la opera del fantasma. Tan silenciosa como la primera vez, se deslizo dentro de la ópera. Y llego a la cueva oscura, húmeda y llena de musgo.
Se encontró a ese personaje legendario vestido completamente de negro, sentado en un piano de teclas blancas. Tocando una melodía melancólica.
Lizabeth se pregunto por un momento si era de la única forma que tocaba. Lo cierto es que el fantasma no tocaba por su gusto a lo melancólico si no porque su corazón lo demandaba. La chica (que poseía la misma inocencia y pureza que su madre a la misma edad) ya conocía aquella canción.
Comenzó cantando sólo siguiendo el ritmo de la canción y cambiando la letra. Con voz proveniente de los ángeles:
<<Ángel de la música
¿Por qué estas tan triste?
¿Qué maleficio ha caído sobre ti?>>
Este se volteo instantáneamente abriendo sus ojos de calavera. Y esta aproximándose, continuo.
<<¿Por qué tus sueños te atormentan cada día?
¿Por qué no te dejan vivir?>>
y ÉL visiblemente sorprendido y alagado canto con ella:
<<Querida mía
es una tristeza difícil de explicar>>
<<Tendrás todo el tiempo esta noche>> - lo interrumpió
<<Todo comenzó con tú madre>>
<<Yo lo quiero oír.
Ángel de la música
Por favor no te escondas
yo sé que hay algo más detrás de esa mascara>>.
<<Niña aduladora deberías conocerme
ver por qué en las sombras me escondo.
pero antes, te mostrare
la verdad de todo>>.
<<Quiero saber todo sobre ti,
quien eras y quien eres ahora
soy toda oídos para ti>>
Canto con unos ojos que reflejaban entusiasmo y pavor, confianza y temor.
El fantasma la tomo con su mano enguantada y la llevo tras una cortina de satén negra en donde había un sofá de rosa tela.
<<Voltea tu cara hacia mi
no tengas miedo
has llegado muy lejos
para retroceder>>
<<Eso ya lo sé,
no te preocupes
no pienso volver>>
Mostraba determinación en su rostro de pétalos de rosa, al que el fantasma roso tierna mente con sus nudillos. Lizabeth reacciono ante la caricia pero no convencida. Sabía que su alma pertenecía al fantasma desde la primera noche asomada en su ventana, cuando hoyo su febril canto.
Sentía con el corazón agitado, que su alma ya no era de ella, si no de aquella voz.
Y mientras comenzaba a hablar, lo observaba con ojos de verdadera admiración y una delicada sonrisa en los labios.
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Ángel de la ópera
Ficción General¿Quién sabe qué habrá pasado con el Fantasma luego de su separación con Christine Daaé? Ya que su historia y crímenes cometidos rondan por el mundo, convirtiéndolo en todo una leyenda. Que será descubierta por alguien completamente inesperado.