XIV: Cantos de amor y llantos de dolor

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Erik se aparto con un dolor en el pecho, que sabía al pasar del tiempo se acrecentaría más y más. Abriendo un agujero negro en donde viviría permanente el recuerdo de Lizabeth. Observo su angelical rostro fabricado con pétalos de rosas y beso su frente.

-Es hora de que te marches -le dijo con voz delicada

La chica le miro por última vez esos ojos negros tan profundos como un pozo sin final, sin poder evitar que unas cristalinas gotas salieran de sus ojos achocolatados. Se las enjugo rápidamente para no parecer demasiado débil y bajo la cabeza obedeciendo su orden.

Cuando se disponía a subir al negro bote, él la detuvo con una mano en su hombro.

-Siempre que quieras puedes regresar a esta Ópera, sus puertas estarán abiertas para ti -le dijo con esperanza en la voz

La chica asintió sin voltearse para que no viera aquellas lagrimas que no pudieron quedarse en su estanque interior.

-Muchas gracias -dijo con esfuerzo

El fantasma aparto su mano y ella tomó el camino de regreso al mundo luminoso, que la esperaba pasando las puertas de aquella Ópera que ocultaba a un ser magnifico con un mundo magnifico.

Cuando Lizabeth estuvo cubierta por las mantas de su cama se dejo rendir por el llanto ahogado de sus penas pasadas y presentes. Su corazón estaba tan apretado que apenas podía latir. Lloro y lloro hasta que su llanto apago las llamas de su corazón y quedo en paz hasta que el sol llegará a su lugar.

Cuando abrió sus ojos hinchados el recuerdo de Erik seguía en frente de ella como una ilusión, pero sabía que sus ojos la engañaban pues no lo volvería a ver jamás. Intento levantarse y hacer su mejor esfuerzo en mantener a las sirvientas en sus lugares y cumplir con sus responsabilidades en la Ópera Roussemore junto con Amelia. Manteniendo su mente en constante ocupación para no permitir que Erik apareciera sin avisar.

Y al pasar los días, semanas y meses se iba acostumbrando a la vida luminosa. Claro que siempre la luna será su amiga. Cada noche cuando su mente viajaba a los confines de la Ópera del fantasma, abría la ventana y escuchaba con el sabor de la noche las canciones de aquel ser que alguna vez fue su tutor, su gran amigo, su compañero fiel, su Ángel de la música.

Mientras que en el mundo oscuro gobernado por la luna, Erik ya no le dedicaba sus versos vueltos nuevamente tristes a Christine... Ahora la verdadera dama de la Ópera que él añoraba estaba sentada en una ventana escuchando sus cantos de amor y tristeza.




Ángel de la óperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora