- PUFIAR 1 -

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    -No sabemos si son de fiar, Pufiar -dijo un hombre mayor, de piel bronceada, y con un largo pelo blanco que le caía por la espalda.

    -Necesitan ayuda, padre. Cuando tú eras el rey de los Cazadores, ofrecías ayuda a los extranjeros que se perdían. Te llamaban Burh' Yor, el Cazador Compasivo. ¿Qué ha sido de esa persona? -preguntó indignado Pufiar.

    Burh' Yor miró a su hijo, el actual rey de los cazadores, y dijo:

    -El mal crece cada día mas, hijo mío. ¿Por qué crees que abdiqué en ti, Pufiar? No podía soportar más el cargo de rey sabiendo que los espectros nos acechaban desde los rincones más oscuros del Desierto del Sur. Abdiqué porque ya no tenía fuerzas. Abdiqué porque tú eres más fuerte. Pero ahora me doy cuenta de que ni la fuerza puede con el mal que se acerca...

    -¿Y qué crees que debo hacer, padre? Dejarles marchar para que las estirges los devoren? -preguntó indignado Pufiar.

    -Seria la decisión correcta. Como rey de los Cazadores, como marido, y como padre que eres...

    Pufiar cerró los ojos.

    No era la primera vez que se encontraba allí con su padre, en el Salón de las Decisiones del Refugio de los Cazadores. Cuando era un adolescente, hablaba allí con su padre sobre las batallas que había librado durante su vida, disfrutando de cada momento. Ahora, siendo rey de los Cazadores, hablaba con su padre sobre dejar vivir o morir a unos chicos que se habían perdido en el desierto. Aquello no lo disfrutaba demasiado.

    Pufiar sabía a qué mal se refería su padre. Hacía unas pocas semanas, él y unos cuantos cazadores habían ido a la ciudad más grande del Sur, la abandonada Maknyor. Cuando caminaron por sus calles, unos oscuros espectros surgieron de las destruidas casas y estuvieron a punto de ser asesinados.

    Burh' Yor no permitiría que su hijo y rey abandonase el Refugio para salvar a una chica que moriría en pocas horas.

    Pufiar se levantó de la silla en la que estaba sentado, se apoyó en la mesa de madera y dijo:

    -Voy a hablar con los chicos...

    -No cometas ninguna estupidez, Pufiar. Piensa en tu gente... y en tu familia.

    Pufiar salió de la habitación y recorrió un pasillo subterráneo tallado en la propia roca. El Refugio había sido construido en una gran montaña del desierto. Bajo la arena se extendían cientos de túneles y habitaciones que proporcionaban a los Cazadores paz y protección.

Cuando llegó al final del túnel se encontró con la Cantina de lo Cazadores. Allí estaban Rasth y Frall sentados en una mesa, tomando una cerveza, siendo vigilados por las miradas de los Cazadores y Cazadoras que descansaban tras una ardua jornada de trabajo.

Pufiar anduvo hasta la mesa en la que estaban los dos chicos y se sentó con ellos.

-¿Qué eran esas criaturas, Pufiar? -preguntó Rasth.

    -Estirges. Seres oscuros del Sur. Con su pico alargado pueden succionar hasta dos litros de sangre.

    -¿Eso quiere decir que están absorbiendo la sangre a Lydia? -preguntó Frall asustado.

    -No. Solo succionan la sangre antes de dormir, y duermen por la noche. Si nos damos prisa y tenemos suerte, encontraremos a Lydia sana y salva y podremos sacarla de sus nidos.

    -¿Y sabes dónde viven? -volvió a preguntar Rasth.

    Pufiar asintió y dijo:

    -Su guarida está a menos de media hora de aquí. Si salimos ahora, encontraremos a vuestra amiga y la podremos salvar.

    Pufiar se levantó de la mesa y se puso un abrigo de piel sobre sus hombros.

    -¿Tú vienes? -dijo Frall.

    -No sobreviviríais ahí fuera ni diez minutos. Vendréis conmigo. Coged vuestras cosas, nos vamos ya...

Pufiar salió por la puerta y empezó a subir por un largo y oscuro túnel de piedra. Después de andar unos cuantos minutos, llegó a una puerta de madera alumbrada por un par de candelabros negros. Agarró el picaporte y tiró hacia afuera.

    Era la primera vez ese año que llovía en el desierto. La luz del sol empezaba a esfumarse, y en la tenue oscuridad solo brillaban unas pocas antorchas que iluminaban las grandes rocas de la montaña en la que se encontraba el Refugio. Pufiar se puso la capucha y salió corriendo por la montaña, notando la lluvia caliente en su piel. Escaló como pudo por una resbaladiza roca negra y llegó a uno de los picos de aquel peñón que se alzaba imponente en el desierto. En la punta de este había otra cueva mucho más estrecha que las del Refugio. Pufiar se acercó a la entrada y metió sus brazos en el interior. Agarró el mango de una pesada espada, un mango hecho de un terciopelo gris con la la silueta de un sol enfadado en su punta. El filo era negro, y un tubo de piedra recorría serpenteante su interior. Pufiar ató el arma a su cintura y volvió a bajar hasta la entrada del Refugio. Rasth y Frall se encontraban con ropajes de cazadores armados hasta los dientes. Un cazador guardia se situaba junto a ellos. Pufiar se acercó al guardia y le dijo:

    -Dile a mi padre que volveré en unas horas. Hay un pequeño asunto que debo arreglar...

    El cazador asintió y entró en los túneles. Cuando hubo cerrado la puerta, Pufiar empezó a caminar a paso rápido por la montaña, alejándose del Refugio de los Cazadores, antes de que su padre pudiera detenerlo

                             

RECUERDOS DE ESCARCHA - PRIMERA PARTE DE LA HISTORIA DE KAILOMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora