SHERLOCK

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Eran las nueve de la mañana del día siguiente y John cerraba de un portazo la puerta de su ex-compañero de facultad. Ryan le había escrito en un trozo de papel la dirección de ese amigo suyo con tal de que John fuese a verle y llegasen a un acuerdo. En principio ya le había avisado de que iría, por lo que todo debía ir bien. John rió para sí, se lo imaginaba con la estética y el mal gusto de Ryan, gafas, camisa de cuadros y una casa pequeña llena de revistas pornográficas.

Ojeó una última vez , mientras caminaba calle abajo, el papel dónde tenía la dirección. Alzó la vista, buscando el número 54. Una vez encontrado, tocó al timbre con cierta timidez. Más que por su introversión, porque probablemente iba a despertar al tal Holmes. No eran ni las diez de la mañana. Como era de esperar, nadie contestó al timbrazo, así que volvió a intentarlo, dejando que el este sonase durante más tiempo esta vez.

—¿Sí?— se oyó por el interfono. Era un sonido gutural, grave, apenas entendible.

—¿Eres...?— dijo John, mirando de nuevo el papel—. ¿Holmes?

—¿Quién coño eres? —contestó la voz, que arrastraba las palabras como si le costase hablar. John atribuyó ese tono al sueño.

—John Watson, vengo por el piso —continuó el universitario—. Ryan me dijo que buscabas a alguien para compartir.

El tal Holmes no dijo nada más, pero la puerta se abrió con un ruido de interruptor bastante molesto. John la empujó —estaba oxidada— y subió un estrecho y tétrico tramo de escaleras hasta el primer piso. La única puerta de este estaba entreabierta tras un felpudo despeluchado.

—Buenos días, siento venir tan pronto —dijo John nada más poner un pie en el piso, tratando de parecer amable. Sin embargo, no había nadie esperándole. Al no recibir respuesta, se dio la libertad de avanzar por el pasillo, mirando las puertas entreabiertas que dejaba atrás por el rabillo del ojo. Olía a humedad y a tabaco y apenas había iluminación.

Al final del pasillo había un pequeño salón con una vieja radio apagada sobre un mueble y un sofá con aspecto incómodo donde John no pensaba sentarse. El papel de pared era de un color ceniza, como si la suciedad y el tiempo lo hubiese desconchado y hubiese absorbido el polvo. En el suelo había un chico sentado con la nuca apoyada en el reposabrazos. Giró la cabeza y miró a John, que le obserbava desde las alturas. No, no era para nada como Ryan. El chico que le miraba tenía unas ojeras considerables que resaltaban sus ojos, muy claros, bajo unas cejas anchas y oscuras. Tenía el pelo negro, despeinado, y unos pómulos muy marcados. Estaba muy delgado y vestía una camiseta de tirantes. Iba en calzoncillos. John prefirió justificar su aspecto pensando en que le debía de haber despertado, cosa que reprimió su deseo de largarse por la puerta nada más verle. En vez de eso, estiró el brazo firmemente hacia el moreno.

—¿Eres Holmes, pues? —preguntó, manteniendo la calma. No se creía que estuviese haciéndolo.

—Sí, y tú eres John Watson —contestó el otro, serio, dándole un débil apretón de manos. John pudo apreciar una tirita en la parte interna de su pálido codo.

—Bueno, pues como te decía —prosiguió John, yendo al grano. No podía creerse que la conversación estuviese durando tanto, sabiendo que ya de entrada no le apetecía nada compartir piso con ese individuo.

—Ryan te ha dicho que busco piso para compartir y tú acabas de llegar a la ciudad después de conseguir una beca que te permitirá acabar tus estudios. A pesar de mi aspecto estás dispuesto a hacerlo, vaya, me sorprendes —le cortó Holmes, soltándole la mano.

John frunció el ceño. No recordaba haberle dicho tanto por el interfono. Ryan debía de haberse ido de la lengua.

—Sí, exacto.

—Tras una búsqueda exhaustiva he encontrado el piso perfecto. Es el 221B de la calle Baker, así que si te parece podemos quedar allí mañana a las diez, he quedado con la casera a esa hora. Si te interesa, tenemos trato.

Vaya, ya tenía un piso escogido. Le animaba saber que era poco probable que fuese tan horrible como en el que se encontraban. 

John le miraba con inquietud, había muchas cosas que no le cuadraban. Si tenía el piso así de desastroso, ¿qué podía esperar de convivir con él? Es más, ¿cómo mantenía la casa, cómo pagaba los gastos? No quería tener prejuicios, pero no parecía tener trabajo. Por tener, no parecía tener ni un trapo para quitar el polvo. Aún así, quería darle una oportunidad. Iría a ver el piso y hablaría con él para ver de qué palo iba.

—Perfecto —dijo John firmemente.

—Me llamo Sherlock, por cierto —dijo el otro rápidamente antes que el rubio diese media vuelta para irse. Tras una pausa, éste sonrió e hizo un gesto de aprobación con la cabeza.

—Encantado, Sherlock. Hasta mañana.

Pins and Needles [punk!johnlock]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora