JIM

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John y Sherlock intercambiaron más detalles personales y anécdotas durante la mañana, incluso comieron juntos tras enzarzarse en una larga conversación. Visto lo visto, Sherlock no era un mal chico, asumió Watson tras escucharle durante horas. Al parecer, Mycroft era alguien inteligente con falta de atención, tampoco mal chaval. Sherlock, por su parte, era muy autónomo, observador y agudo, tras ese ritus de chico malo, y John cada vez sentía más fascinación por lo diferentes que eran su apariencia y su personalidad.

Los dos recorrieron las calles más recónditas de Londres acompañados por una llovizna sutil que apenas se dejaba ver, hablando como dos amigos de toda la vida. John sonreía al ver lo bien que se expresaba su alto compañero, y éste último fumaba mientras se iba por las ramas hablando de lo estúpidos que eran los amigos de su hermano e incluso psicoanalizándolos.

—Ahora háblame de ti, anda. ¿Cómo es la vida de estudiante amargado?— dijo entonces, lanzando la colilla al suelo húmedo. John le miró a los ojos y suspiró, soltando vaho ente los labios. Parecía ser el único que tenía frío.

—Bien, bueno, nada lejos de lo que supones —rió—. Mis padres me lo han puesto siempre fácil, y ahora por fin estoy solo. En ese sentido me das bastante envidia, ¿sabes?

—¿Envidia? ¿Yo? —rió Sherlock, sorprendido—. No lo dices en serio, espero. Quizá me meta contigo, pero por lo menos tienes estudios. Quiero decir, no es que tener estudios te haga mejor en ningún sentido, y no es que yo esté hecho de esa pasta, pero joder, facilita mucho las cosas.

—Sí, eso está muy bien, porque lo ves desde el otro lado. Créeme, no me quejo, pero siento que he echado a perder toda mi adolescencia. Nunca tuve la oportunidad de divertirme como los otros chicos— dijo John con cierto tono de tristeza—. Siempre me han gustado los tatuajes, por ejemplo, pero mami no lo aprueba.

Sherlock esbozó en su cara una mueca de incredulidad y frenó el paso.

—¿En serio? —rió—. No te hacía así ni de coña, no te pega. Tío, si algún día quieres hacerte algo, tito Sherly te acompaña. Aprovecha ahora que eres libre, Londres está hecha para gente así. Mírame, yo es lo único que he hecho toda mi vida, clavarme agujas. 

John rió a la vez que ladeaba la cabeza junto a una mueca.

—Joder, dicho así da hasta miedo.

Observó por el rabillo del ojo el interior del codo del moreno y la tirita que permanecía en él. «Clavarme agujas». Pese a que sabía que se refería a piercings y a la maquina de tatuar, un escalofrío le recorrió el espinazo.

—Tranquilo, no es para tanto. Me gusta ser una mala influencia —contestó Sherlock—. Parece que está empezando a llover más, deberíamos volver a nuestra humilde morada, ¿no crees?

Razón tenía. El pelo se le estaba aplastando ya por la humedad y John trataba de controlar el castañeo de sus dientes, así que salieron de la calle donde se encontraban para dirigirse a Baker Street.

—Podríamos coger un taxi, estamos bastante lejos y nos vamos a empapar —musitó John mientras andaban rápidamente calle arriba.

—Tonterías, corriendo llegamos más rápido —rió Sherlock justo antes de empezar a correr, chapoteando con las botas sobre los charcos. John le siguió los pasos sin más remedio, cerrándose la chaqueta con las manos y gritándole asfixiado que parara. Riendo malévolamente, Sherlock iba girando el cuello para ver a qué distancia le seguía su compañero. Una vez le pilló el tranquillo a eso de correr sin mirar el camino, se dio la vuelta completamente, corriendo de espaldas, para gritarle algo a John. Sin embargo, no llegó a hacerlo. Tras chocar con algo, su cuerpo cayó al suelo estrepitosamente.

—¡Sherlock! —gritó John a lo lejos, intentando llegar hasta él lo más rápido posible.

Metros adelante, Sherlock sacudía la cabeza y se retiraba los mechones mojados de la vista. A su lado, alguien borroso pero conocido se retiraba sangre de una herida con la mano mientras se incorporaba.

—Me cago en... Has ido a elegir la calle equivocada, Holmes —dijo este con una voz profunda y cansada, arrastrando las palabras.

Sherlock se incorporó y vio quién era la persona en cuestión. No era su día de suerte.

—¿Acaso me persigues, Jim? Lárgate.

Jim Moriarty sonrió ámpliamente, de la forma peculiar en que él lo hacía. Llevaba el pelo engominado hacia atrás, los ojos enrojecidos y vestía todo de negro, bastante elegante.

—La próxima vez te parto el cráneo, así que aprende a mirar por dónde vas —dijo con un tono amable aunque sorprendentemente carente de ironía, dejando ver el chicle que mascaba.

Justo en ese momento llegaba John, respirando con dificultad y preguntando entrecortadamente si Sherlock estaba bien.

—¿Es tu novio?— preguntó Moriarty, indiferente.

—No te preocupes, John, estoy bien —contestó Sherlock. Entonces se dirigió a Jim—. Métete en tus asuntos —dijo, desafiante—. Llevas los bolsillos muy llenos, ¿no? yo de ti iría a casa antes de que la poli te pille.

—Esa mujer tardará un siglo en marcar el número, está ciega. Gracias por preocuparte por mi trabajo, pero sabes bien que lo tengo todo bajo control —rió Moriarty. Mascaba el chicle con energía, sin dejar de sonreír. La herida de su ceja seguía abierta y la lluvia le esparcía la sangre mejilla abajo.

—Nos vemos, guapo —dijo entonces, alejándose con una risa forzada.

—¿Y ese quién coño es, Sherlock? —susurró John, incrédulo.

—Mi enemigo más preciado —contestó. John se fijó entonces en que Sherlock tenía la mano en su bolsillo trasero del tejano, agarrando algo con firmeza. Una navaja, al parecer. La fue soltando conforme se iba alejando Moriarty.

—¿De qué le conoces? Me ha costado saber si era amigo o enemigo por cómo te hablaba.

—Suele robar y meterse en peleas, como Mycroft pero con dos dedos de frente. No es de fiar, parece agradable al principio, pero es un jodido psicópata. Si te encuentras con él estando sólo, ignórale, tiene amigos en todas partes. Es como enfrentarse a un oso, si corres estás muerto.

John tragó saliva y se frotó las manos. No sabía qué decir. El círculo de conocidos de Sherlock parecía estar formado nada más que por maleantes.

—Cree que le tengo miedo solo porque no cedo a sus provocaciones, y ya me va bien que piense así —continuó Sherlock—. Sabía dónde estaba y ha decidido decirme hola. Uno no se encuentra con Moriarty por puro azar.

—Joder —contestó John tras un suspiro.— Vaya gente tienes a tu alrededor, por Dios. 

Sherlock miraba desafiante el camino por dónde marchaba Moriarty, ignorándole una vez más.

—Te acostumbrarás a verle, no sé cómo lo hace pero siempre ronda mi posición. Es como una rata.

—Me estás dando miedo —rió nerviosamente John intentando parecer despreocupado.

—Pero no te preocupes, no te hará nada si vas conmigo. Le partiré la boca un día de estos, tengo los nudillos pidiéndomelo a gritos.

—No hace falta ponerse violentos, Sherlock —dijo John, temiendo seriamente por su integridad física tras oir eso—. ¿Te parece si vamos a hacernos un piercing en la oreja? Me han entrado ganas, va, vamos. 

Sherlock dirigió la mirada a su amigo, sin entender a qué venía eso, aunque era evidente que lo decía para cambiar de tema. John se sintió estúpido, no se le había ocurrido nada mejor para romper la tensión del mabiente. El moreno sonrió con dientes, cambiando radicalmente de actitud, como si hubiese estado esperando esa proposición por parte de su amigo.

—Eso es lo que quería oír. Pero yo ya tengo demasiados, te toca a ti sufrir por primera vez, amigo. Empieza la transformación del señorito Watson.

—Quién me mandaba a hablar.

Sherlock se encendió otro cigarrillo esbozando una media sonrisa, resguardándolo de la lluvia con la mano, y ambos siguieron andando, desviando su camino hasta el estudio de tatuajes y piercings más cercano.

Pins and Needles [punk!johnlock]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora