MYCROFT

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Eran las diez menos cuarto de la mañana y John esperaba con cierto nerviosismo la llegada de Sherlock. Sabía que había llegado con antelación, pero aún así repiqueteaba en la pared de la fachada con los dedos, ansioso. Miró el reloj de pulsera que le regalaron sus padres al empezar la universidad: las diez. Ahora sí, Sherlock llegaría tarde, los prejuicios no fallan. Respiró hondo.
Las diez y diez y el pelinegro apareció girando la esquina. John apretó los labios y alzó una mano a modo de saludo para indicarle su posición.

Una vez Sherlock se hubo acercado lo suficiente, pudo apreciar su distinta vestimenta. Llevaba unos pantalones  negros ajustados, desgarrados por las rodillas, unas botas tipo militar y una camiseta sin mangas de color blanco. Llevaba además un cigarro humeante en la mano derecha.

—Buenos días —dijo John una vez estuvieron reunidos en la puerta. Trató de no mirarle demasiado para que no pareciese que le estaba poniendo a prueba o algo parecido. Aunque a decir verdad, lo estaba y se notaba, y de momento estaba aprobado por lo que respectaba a la ropa. El tabaco tampoco era un problema siempre y cuando no fumase dentro de casa.

—Buenos días, John.

Sin más dilación, Sherlock tiró y pisoteó su cigarrillo y agarró la aldaba dorada, golpeando la puerta de madera bajo los relucientes placas 2 2 1 B. En pocos segundos oyeron el ruido de cadenas descorriendose y la puerta se abrió. Una mujer de unos treinta años apareció tras esta. Lucía una media melena castaña y una sonrisa encantadora. Era realmente atractiva.

—Buenos días, ¿me recuerda? Venimos por el piso— dijo Sherlock, a ojos de John, un poco impertinente.

—Oh, sí, claro. Soy Hudson, encantada. Pasad, por favor.

Ambos le dieron la mano a la señorita sin abrir la boca.

—Yo vivo en el piso de abajo, así que en caso de que necesitarais algo me tendríais cerca —dijo mientras los guiaba por la escalera.— Aquí es.

Ambos chicos se miraron un segundo y redirigieron su mirada a la estancia. Parecía acogedor, sencillo, lo justo para dos personas.

—Reafirmo lo que le dije el otro día, a mí me gusta. ¿John?— dijo Sherlock con una expresión de indiferencia.

—E-está bien, sí. ¿Podría ver el resto de habit...?

—Nos lo quedamos— dijo Sherlock con un tono profundo e imponente. John no podía creer que acabase de interrumpirle, y menos para decir eso, ¿de qué iba? Sin embargo, no rechistó.

—¡Perfecto pues! Ya hablaremos de papeleo, os apunto mi número de teléfono. Confío en vosotros chicos, os dejo ya la llave por si quereis echar un vistazo, yo he de irme al trabajo. ¡Hasta luego, encantada!— gritó Hudson desde la escalera.

—¿Qué confianzas, no?— tartamudeó John, perplejo—. Podríamos robarle si quisieramos.

Sherlock se encogió de hombros, sin realmente prestarle atención. John trató de reprimir una mueca.

—Y bien... podrías contarme algo de ti. Manías o cosas que deba saber para convivir contigo— prosiguió el moreno dejándose caer sobre un sillón burdeos—. No te lo tomes a mal, pero no me va la gente mandona y sabelotodo.

«¿Que TÚ tienes que convivir CONMIGO?» pensó John. «¿Que YO soy un sabelotodo?»

—Deja que te diga que soy una persona tranquila. Suelo levantarme pronto, me hago el desayuno y como en silencio, no me gusta montar jaleo, así que mejor dime tú que debo saber de ti.

—¿Sueles hacer té o café? No se me da muy bien.

—Menuda cara tienes... —susurró John para sí dándose media vuelta, sin darse cuenta de que Sherlock tenía un oído muy agudo y sonreía tras el comentario.

—Hablando de café, podríamos ir a socializar a Speedy's. ¿Qué te parece? Hacen unas tortitas de muerte, por lo que he oído.

John no daba crédito. Ignoraba sus palabras como si fuesen viento. Era tal su caradura que no tuvo más remedio que aceptar la invitación. Aún no las tenía todas consigo, trataría de averiguar algo más sobre él: cómo pensaba pagar el alquiler, por ejemplo.


***

La cafetería estaba llena, pero la suerte les sonrió brindándoles una dominuta mesa para dos al lado de otra más grande. Sherlock parecía evitar el contacto con todo el mundo que pasaba por su lado, menos con el camarero, conocido suyo al parecer. Lo que esperaba ser una charla tranquila, sin embargo, se vio dispersada por una inesperada interrupción. Nada más sentarse, una mano arreó una colleja a Sherlock, que reaccionó al instante.

—Pero qué...—gritó. 

—¿Qué haces tú aquí?— dijo el autor del golpe—. ¿Has venido con tu novio? —prosiguió, mirando sonriente a John.

—Lárgate, Myc.

John miró perplejo al tal Myc, esperando una explicación. El chico guardaba cierto parecido con Sherlock, aunque tenía varios quilos más que él y el pelo teñido de un rubio platino horrible. 

—No te enfades, Sherly, sólo bromeo —replicó este—. Estoy con los del club, no des mucha vergüenza ajena, ¿vale?

—Cierra la boca.

Ignorándole, Sherlock volvió a girarse hacia John. Al ver su cara de asombro, se vio obligado a dar las esperadas explicaciones.

—Es mi hermano mayor, Mycroft. Pasa de él —dijo.

—No te preocupes —contestó John, removiendo su batido de vainilla con la cucharilla—. No te ofendas, pero vaya día me estás dando.

Ambos sonrieron y deslizaron las pajitas entre sus labios.

—Perdona que te pregunte, pero ¿te llevas bien con tu hermano o lo ha dicho para joderte?

—Se cree alguien por ser el líder de un tal Club Diógenes —rió—, una especie de banda organizada que se dedica a robar piruletas a niños de cinco años, bastante lamentable. De vez en cuando se meten en peleas, pero mi hermano no sabe pegar, sólo ser pegado.

—Vaya, parece un chico duro —rió John, tratando de relajar la tensión.

—Es idiota. Ahora la tiene tomada conmigo porque me negué a unirme a ellos. Además de que mis padres me ingresan dinero para subsistir mientras que él se lo paga todo. Ya le gustaría ser un mantenido como yo —rió—. Respecto al Club, yo voy por libre, ¿sabes? —siguió Sherlock—. No me gusta jugar en equipo, y él no sabe hacer nada solo.

—¿Eres un lobo solitario, eh? Quién sabe, quizá si me enseñas puedo acompañarte en tus peleas callejeras —dijo John, riendo también, pensando que todo aquello tenía poco de verdad. Por fin sabía de dónde diantres sacaba el dinero: de la misma forma que él. John odiaba que sus padres le sobreprotegiesen, pero bien que agradecía que le ayudasen mientras no encontraba trabajo. Le pareció curioso que, pese a lo diferente que eran él y Sherlock, tuviesen algo en común.

Sin embargo, verdad o no, las palabras del rubio respecto a las peleas iban más en serio de lo que parecían. Una parte de él quería meterse en una buena y sentir lo que era tener el ojo hinchado o una muela bailando. Puede sonar completamente absurdo, pero lo máximo que había sentido en su vida era una raspada en la rodilla tras caer en el parque y, a decir verdad, se sentía vacío.

—¿Y por qué no?— contestó el pelinegro—. Seguro que tras esa fachada de niño de papá se esconde un matón.

Los dos rieron por lo bajini, sin imaginar cuan en serio hablaban, y se acabaron los batidos antes de que cayera el mediodía.

Pins and Needles [punk!johnlock]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora