—¡Ah, para, me la vas a desgarrar! —gritaba John, agarrándose con fuerza a los posabrazos del sillón—. ¡Sherlock!
—Tranquilo, es solo alcohol, no ácido...menudo médico. Tanto tocártelo se te iba a infectar —contestó el moreno, soltando por fin el pendiente que enrojecía la oreja de su amigo. Fue entonces a la cocina a tirar el algodón.
—No sé cómo me dejo convencer... —musitó John haciendo muecas de dolor y tratando de controlar el impulso de echar mano a la pieza de plata que le presionaba la carne.
—Fuiste tú quien lo propuso, yo me lavo las manos —rió Sherlock, encendiéndose un cigarro mientras descorría una de las antiguas cortinas del salón—. Y ni siquiera es cartílago, exagerado.
Ya había oscurecido, sólo la luz tenue de las farolas alumbraba las calles, dejando ver las carreras de algún gato callejero. Sherlock, sin embargo, estaba más pendiente de largas sombras anónimas, humanas, que corrían de un lado a otro sin dejar ver los cuerpos que imitaban.
—¿Algo interesante? —preguntó John desde su sillón, inquieto.
—Nada.
Los ojos grisáceos del más delgado seguían fijos en la calle, observando cada detalle entre calada y calada. Sabía que algo iba mal ahí fuera, pese a que no se oía más que el rumor del viento y algún derrape descuidado de taxis nocturnos a lo lejos. Miró su mano, con la diminuta colilla entre su índice y dedo corazón.
—Voy a bajar a por tabaco, enseguida vuelvo —dijo dirigiéndose a John mientras se subía el tejano por detrás, acomodándose las costuras.
—¿Ahora? —se sorprendió John—. Quiero decir... ¿No puedes esperar a mañana?
—Será un momento. Enseguida vengo.
Sherlock abandonó el piso antes de que el rubio pudiese decir algo. ¿Qué coño le pasaba? Era un chico raro, Sherlock, muy raro. John sentía que sabía mucho, mucho más que él, a pesar de ser un rebelde sin causa. Eso le deprimía a la vez que le enorgullecía. Se levantó de su reposo y miró también por la ventana, buscando lo que mantenía a Sherlock encandilado durante minutos y minutos. No encontró nada, pero ruidos lejanos llegaron a su agudo oído. Parecían golpes, quizá gritos. No le dio importancia, podía ser cualquier cosa y, en cualquier caso, no quería correr peligro. De todos modos, le preocupaba que Sherlock hubiese ido en esa dirección, quien sabe qué le pasa por la cabeza a la gente a esas horas.
John se dirigió al cuarto de su compañero por pasar el rato en su ausencia, entrando así en terreno desconocido. Para su sorpresa, encima de las sábanas hechas un lío encontró una cajetilla de tabaco sin abrir, además de otra en uno de los estantes donde Sherlock tenía colocados libros de química. Por dios, era su propia habitación, tenía que saber por fuerza que le quedaba tabaco en casa, y eso significaba que algo iba mal.
El rubio no quería entrometerse en la vida de su compañero de piso, pues pese a que ya se consideraban amigos, no se creía quién para juzgarle o pedirle explicaciones. ¿Debía hacer algo de todos modos? El instinto le dijo que sí. Bajaría aunque fuese hasta el portal del edificio y miraría a un lado y a otro en busca de Sherlock camino de vuelta. Así lo hizo, pero nadie apareció.
El frío era intenso esa noche, y John seguía esperando. El tiempo pasaba demasiado lento como para permanecer en esa posición mucho más rato, tenía que moverse o volver dentro y, por una vez en su vida (si no contamos ese doloroso pendiente), se arriesgó.
Caminó hacia la izquierda, donde sabía que quedaban estancos y quioscos abiertos donde vendiesen tabaco, aún sabiendo que Sherlock no iba a por eso. Entonces, los ruidos y gritos que desde el piso parecían tan lejanos fueron acercándose. Antes que pudiese darse cuenta, John se vio quieto, tras una esquina de ladrillos, observando una escena que se le había echado prácticamente encima. Era ese tal Moriarty, estaba seguro. Asomó el ojo derecho para poder distinguir algo con tan poca luz. Sí, efectivamente, uno de los chicos que sangraban era Jim, su pelo ya no estaba tan bien peinado y una de sus mangas estaba rasgada. En su mano, una navaja abierta. John tragó saliva, rezando por no ser visto, y trató de reconocer a su amigo por alguna parte. Para su desgracia, lo encontró, prácticamente tendido en el suelo, haciendo un esfuerzo por levantarse.
—Lárgate de una vez o acabaré matándote, Holmes —decía Jim entre risas, de nuevo mascando chicle.
Detrás de Sherlock se encontraba una chica con el pelo recogido que temblaba abrazándose a sí misma.
—Venga, Molly, dile que se vaya, con nosotros estarás mejor —continuó Moriarty, dirigiéndose a ella.
John contemplaba a su amigo, débil y herido, frente a la punta de la navaja de aquel desgraciado.
—Tócale un pelo y te mataré —dijo entonces Sherlock, ya en pie, mirando fijamente a su adversario.
Los matones de Moriarty se limitaban a observarlo todo, preparados para reaccionar en caso de que se torcieran las cosas. John por su parte comenzaba a sentir la ansiedad consumiéndole, tenía que hacer algo. En un momento de rabia y espontaneidad salió de su escondite, corriendo hacia la posición de su amigo y la chica desconocida. Todo fue muy rápido y ni él mismo fue consciente en ese momento de si lo que estaba haciendo mejoraría las cosas o acabarían todos con una navaja en el cuello.
—¿De dónde coño sales tú? —gritó Jim.
John cerró el puño lo más fuerte que pudo, y lo mismo hizo con los ojos, para evitar ver aquello que su cuerpo estaba haciendo casi sin control. El puñetazo cruzó la cara de Moriarty en un segundo, antes que este pudiese verlo venir.
Sherlock gritó el nombre de John y Molly gritó también porque sabía qué era lo siguiente. Los matones de Jim se abalanzaron encima de los tres, mientras unos cuantos de estos socorrían a su líder. Jim, aunque mareado, mantuvo la estabilidad tras el impacto y agarró con firmeza su navaja, acomodando de nuevo la cuchilla.
—¡Sujetadme a ese pedazo de mierda! —gritó, gesticulando con la boca en la mejilla afectada. Finos hilos de sangre recorrían las juntas de sus dientes en esa zona. La luz de la luna iluminaba la escena.
Antes que Sherlock o Molly pudiesen hacer nada, los secuaces de Jim ya estuvieron encima de John, agarrándole. El armado se arrodilló sobre el cuerpo de este, dejando la punta de la navaja justo encima de su garganta.
—¿Qué piensas hacer ahora, niño de mamá? —le susurró Jim al oído, con un tono siniestro y cruel, sin retirar la cuchilla.
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Pins and Needles [punk!johnlock]
FanfictionJohn, un joven estudiante de medicina, se ve empujado a compartir un pequeño piso de Londres con Sherlock, un chico rebelde totalmente contrario a él, que hará que cambie su visión del mundo.