DOCTOR

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John dio lo mejor de sí para librarse de su opresor, pero sus fuerzas no eran suficientes para ello. Mientras, Sherlock seguía batallando con los otros chicos, que acabaron por cederle una rendija por la que escapar de sus brazos. Sin embargo, no importaba, aquello no era una película en la que el bueno siempre llega a tiempo. Cuando Sherlock logró, traspié tras traspié, llegar a la posición de Jim y John, el del pelo oscuro estaba ya acercando el afilado filo de su navaja al cuello del estudiante, que sudaba apretando los párpados, sin mover un músculo por miedo a rozar el arma blanca. Molly lloraba.

-Te vas a acordar de esto -susurró el agresor siniestramente al oído de John.

El filo de la navaja pinchó levemente la piel del rubio, que aspiró entre dientes junto a una mueca de dolor. El trazo avanzó en redondo, sólo interrumpido para añadir dos ojos y una ámplia sonrisa al dibujo.

Sherlock llegó en ese momento, echándose encima de Jim sin pensarlo dos veces, cargado con la ansiedad que le provocaba ver a John con el cuello sangrando, por muy leve que fuese el corte. Este, levantándose con dificultad, con la mirada ida, intentó gritar, pero no pudo. Miró a Molly, que avanzaba hacia él, y después a Sherlock, que golpeaba a Jim mientras este parecía reírse al mismo tiempo que protegía su cara con los brazos.

***
John despertó en el sillón de su piso con una toalla a medio caer sujeta entre su barbilla y su hombro, cubriendo la herida con forma de smiley. No recordaba nada, debía de haberse desmayado. Apenas podía abrir los ojos, le dolía la cabeza y sentía magulladuras en todo el cuerpo. Alzándose el lado derecho de la camiseta pudo ver que, efectivamente, tenía varios morados amarillentos por el vientre y las costillas, bastante desagradables pero leves. Entonces dejó caer la tela de nuevo y se levantó, dejando caer también la toalla de su cuello y cojeando de una pierna.  Una vez estabilizado, pudo oír el ruido del grifo abierto. Era Sherlock.

El moreno estaba en la cocina, lavándose las manos con el agua helada de la pica. Los brazos le temblaban, y apretaba sus labios morados para ahogar gritos de dolor. Sus nudillos estaban en carne viva y cuando John pudo darse cuenta, observándolo desde el marco de la puerta, se estremeció, consciente del dolor que debía estar padeciendo. Los pantalones del moreno estaban además rotos por varios sitios por el roce del asfalto, y la poca piel que dejaba ver su ropa estaba llena también de heridas.

John de acercó rápidamente a él y alargó el brazo para cerrar el grifo, sobresaltando a su amigo.

-Para, no seas bruto -le dijo con un hilo de voz.

-Por dios, John -dijo Sherlock.

-¿Tenemos botiquín? Déjame que te cure eso, tiene una pinta horrible -siguió el aprendiz de médico, tratando de vocalizar bajo su cansado aspecto.

Sherlock se sonrojó, le avergonzaba haber resultado tan herido y depender de alguien para arreglarselas. Estaba demasiado acostumbrado a lidiar con resacas de peleas él solo.

-Creo que algo hay, en mi habitación, cajón de arriba a la derecha -contestó.

El rubio cojeó hasta esta y rebuscó en el lugar indicado. Mientras, Sherlock se sentó en el brazo del sofá, como de costumbre, mirando el suelo. John volvió en pocos segundos, colocó la caja con función de botiquín sobre el sofá y se sentó en una silla frente al moreno. Entonces, con el yodo y las vendas en el regazo, agarró la primera pálida y fina mano de su amigo. Estaba helado, y el simple hecho de moverla le daba escalofríos. Parecía tan frágil.

Pins and Needles [punk!johnlock]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora