Capítulo 3 - Solo.

2.8K 272 61
                                    

Todo estaba oscuro, absolutamente todo. Tobio apenas podía verse las manos si las estiraba frente a sus ojos. Caminaba sin saber bien a donde, en un lugar que no sabía tampoco ni cómo describirlo. Un bosque, un bosque de árboles finos y altos, tan altos que no se distinguían sus copas. Todo era oscuro, pero eso no era lo peor. La peor parte era que estaba completamente solo, perdido, sin saber a dónde ir. No existía nada en el universo más horrible que esa sensación de soledad y desamparo. Se veía desprotegido, frágil, inútil. Se sentía pequeño y no era para menos.

Caminando entre árboles de color marrón oscuro, de pelaje suave... que se movían solos, se arrastraban con pereza, rozaban al muchacho desamparado y aterrado. Allí se encontraba, mirando a todas partes sin encontrar una salida, y no la había, no iba a encontrarla jamás y se odiaba por ser tan inepto...

Y los árboles se movían sin cesar, se movían de forma algo lenta y le rozaban, él trataba de esquivarlos como podía. La salida ¿Dónde estaba la salida...? La buscaba aunque era consciente de que no había una, sin saber por qué.

Un sonido curioso, un líquido pegajoso, en sus zapatos, en sus manos, en todas partes... y luz. La luz se asomaba en un horizonte inexistente tapado por los árboles, altos, finos... que se movían... como arañas, peludas y gigantes arañas caminando a su alrededor. Haciendo sonidos desagradables, mirándolo con sus horrendos ojos, a él.

Llorando y solo, solo y por siempre perdido entre sus más despreciables temores. Y algo que bien sabía era que él se lo merecía, él lo quiso de esa forma, él era el creador de sus propios miedos, sus desgracias, el rey de su mundo de terror. Él había buscado siempre estar solo, sin nadie que le diga qué hacer o dejar de hacer, nadie quien le recrimine cómo ser, nadie... ¿pero así? Solo y desamparado, llorando solo y por siempre perdido, sin nadie en quién descansar sus penas, nadie con quien perder el orgullo para finalmente admitir que él no quería terminar así... solo.

La alarma del celular sonó despertando a Tobio lentamente. Lo tomó y apagó la alarma como pudo, algo atemorizado y todavía sin despertar completamente de su pesadilla. Tal vez esas pastillas para dormir estaban dejando de ser buena idea.

Desganado como siempre se dedicó a levantarse, bañarse, desayunar y salir pitando de su casa directo al departamento de su psicólogo personal... o algo así. Ennoshita contaba como psicólogo personal, siempre sabía qué decir. Y después de todo estaba estudiando psicología, debía de ser un gran placer el tener a alguien con quién practicar.

Aunque Tobio creía que su "psicólogo personal" necesitaba atención psiquiátrica, le caía muy bien y no le molestaba contarle todas sus cosas. La única razón por la cual seguía en contacto con él era porque había encontrado un amigo, era alguien que no le daba consejos, simplemente le abría los ojos a lo que realmente quería. Lo había ayudado en su decisión de mudarse solo, también en la elección de su carrera. Sentía que podía confiar en su amigo de instituto, después de todo era el único (exceptuando a Suga) con el que había mantenido contacto luego de graduarse.

Al volver a casa Tobio se topó con el gran desastre que todavía le faltaba organizar de la mudanza, y sin soportar el desorden comenzó a acomodar el contenido de las cajas, aunque le llevara toda la tarde ese día terminaría.

La mayoría del contenido de las cajas eran libros. Tomaba cada uno de ellos con cuidado y los colocaba de forma ordenada en sus tantos estantes.

La última caja por abrir, y lo hizo sin muchas ganas. Había pasado ya el mediodía y él no había comido nada. Dentro de la caja no había más que cosas viejas, pelotas desinfladas, rodilleras desgastadas. Giró su cabeza hacia otro lado y volvió a cerrar la caja, para luego colocarla en el sitio de "cosas que no van a salir de allí" dentro del closet del estudio.

Estando allí se giró hacia la ventana del otro lado. Estaba cerrada, y por dentro no se veía nada más que unas cortinas rojas. Con suerte todo lo que había pasado la noche anterior sería sólo un sueño. Eso esperaba. O no, porque siendo así necesitaría a un psiquiatra más que un amigo psicólogo.

Siguió limpiando y ordenando... hasta que su celular sonó. Era Suga, quien lo necesitaba un momento en la oficina. Tobio no lo quería hacer esperar aunque no fuese su día de trabajo, tomó sus cosas y cuando estuvo listo salió de su casa en camino a su lugar de trabajo.

- Pensé que no llegarías jamás, eres como una mujer – dijo Suga algo sonriente, pero todavía inmerso en su agenda. Tobio se dedicó a sentarse a su lado, dejando en el suelo el morral que cargaba.

- Hola, Suga, estoy bien, gracias por preguntar. Me alegra que demuestres tanto interés en mí, pero hay que trabajar – dijo sarcástico Tobio. Suga le miró de la misma forma, sonriendo.

- Ya te he saludado por teléfono, no pensé que estuvieras tan sensible ¿te fue mal en tu tercera noche durmiendo en tu nuevo apartamento? ¿Necesitas que vaya a hacerte compañía? – Tobio levantó la vista, pues estaba buscando algo en su morral. Recordó aquella discusión con su vecino y la gran cantidad de preguntas que tenía para Suga. Sin embargo no quería quedar como un loco diciendo que había visto a Hinata, ¿qué si había sido sólo su imaginación? No. Además estaban trabajando, ya habría tiempo para charlar.

- Calla, no quiero hablar de eso – dijo Tobio con el ceño fruncido – Menuda mierda de día... ¿por qué a la gente les gusta tanto los sábados? - masculló para luego suspirar.

- Primero quieres hablar, ahora no... vale, pero deja de protestar ya, ahora me tienes a mí – dijo Suga riendo. Tobio le fulminó con la mirada, luego sonrió rendido, mirando el suelo.

- Eres tonto – dijo mientras seguía haciendo sus cosas.

- ¡Hey! Mejor respetas a tus superiores. Además me amas, lo sabes – contestó en broma el chico de pelo claro, haciendo un corazón con las manos de manera graciosa y sacando la lengua.

- Sí, claro – dijo Tobio. Ambos rieron.

A pesar de que sus días fueran una menuda mierda, Suga siempre sabía cómo hacerle reír. Él había sido el primero en comprender su forma de ser de verdad y lo aceptaba tal y como era: un ogro rabioso y enojado con la vida, alguien tímido y muy sensible a pesar de querer demostrar lo contrario. Su mejor amigo desde hacía ya unos cuatro años, alguien que jamás, pasara lo que pasara, lo dejaría solo.

Lo que restaba del día lo pasaron trabajando. Suga trabajaba de publicista en la empresa de su padre, hacía no mucho tiempo más que un par de años. Cuando vio a su amigo desesperado por un empleo no lo dudó dos veces y se lo ofreció sin rodeos... claro que primero lo consultó con su padre, quien estuvo de acuerdo con gran entusiasmo por ayudar.

Ser asistente no era el mejor empleo, pero le bastaba como para vivir solo, y no había nada que quisiera más Tobio en su vida que estar solo. La tranquilidad le llenaba de satisfacción...

Los dos amigos charlando pasaron esas horas de trabajo como si no lo fuera, y al terminar Suga le ofreció a Tobio ir a su casa. Esto era algo más que habitual, esos dos se la pasaban en grande juntos, como si nunca hubiesen dejado de tener quince años... ya con su edad se veían como unos huevones al tontear juntos, pero eso era amistad de verdad para ellos.

No sólo se pasaron el día, sino que también se pasaron la noche tonteando, y cuando menos se dieron cuenta ya estaban dormidos, cada uno tirado en cualquier parte de la habitación de Suga.

Por más que lo quisiera, por más anhelo que tuviera Tobio en dejar de darle importancia a sus miedos, no podía. No había nada que quisiera más que estar solo, para poder enfrentarse al miedo de terminar completamente así... Solo.


Suga es un loquillo.

A Través de la Ventana - KagehinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora