Capitulo 9: La carta

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El amor te carcome hasta los huesos, hasta que no podes decir basta. Es como una fuerza que sale desde dentro, que poco a poco se vuelve incontrolable y arremete contra todo. Intenso, encantador y perturbador, tan atractivo como aterrador. Nunca supe lo que era estar enamorada antes de conocerlo a él. Estaba segura que no era nada del otro mundo, que era un sentimiento de débiles que necesitaban alguien a su lado para sentirse completos. ¿Y yo? Me consideraba una mujer fuerte, que podía con todo sin la ayuda, ni compañía de nadie. Que el día que me casara, sería con un hombre que yo escogiera y cuando yo lo decidiera. Como si fuera que se podía elegir. El amor no se elije, te elije.

Por mucho tiempo lo viví como un castigo, como burla a mí misma. Pero estaba harta de esa vida y fue por eso, que hoy más que nunca, seguí adelante con lo que me había propuesto la noche anterior. Me cambié con un vestido azul, que me había regalado Irina para mi último cumpleaños y no me había atrevido a ponerme todavía, me maquillé y hasta usé tacones, para ir banco. Sabía que podría encontrarme con Samuel. Quería demostrarle que yo no era ninguna bruja amargada, que él no conocía nada de Andrea Del Junco. Quería que me viera diferente y para eso, tenía que mostrarme diferente. Así lo hice. En cada palabra de él, que no quise responder con un grito o de mala manera, ni siquiera cuando intentaba pelearme. En cada frase que emitía, buscando sus hoyuelos, o al menos una media sonrisa. En su cercanía, en donde fui incapaz de ocultar, por más que quise, lo nerviosa que me sentía. En sus burlas y ofensas, en donde no disimulé cuanto me dolían. Fui, como casi nunca había sido con él: sincera. Al menos, en parte, en lo que pude, y fue fantástico. Tanto, que me dio miedo.

Ni bien las puertas del elevador se abrieron, huí directo al aparcamiento. Media hora en un mismo minúsculo lugar juntos, eso podría haber resultado un desastre, y por momentos hasta lo creí, pero fue todo lo contrario.

-¡Me pidió disculpas!- grité ni bien subí al auto- ¡No lo puedo creer!

No me atreví a mirarme al espejo retrovisor, lo más seguro era que tuviera una cara de tonta que no podía con ella. Estaba muy emocionada, la primera vez que habíamos conversado sin terminar peleados o insultándonos. Se suponía que ese era un gran paso ¿No?

Ya, Andrea, cálmate o vas a chocar el carro.

Suspiré, inhalé cuantas veces fueron necesarias para mantenerme en el camino y llegar viva al rancho. Sin exagerar. Aún sentía sus ojos buscando los míos. Todo esto, era demasiado nuevo, demasiado extraño. No tenía que hacerme falsas ilusiones. Al fin y al cabo, había sido una simple charla, pero que... había significado mucho para mí.

Ni bien llegué a la casa, me atendió Nieves algo inquieta. Al parecer, toda la familia me estaba esperando para almorzar, menos Irina que había salido a comer con Darío. Recién ahora caía en cuenta de lo tarde que se me había hecho por el tiempo perdido en el ascensor, pero no me arrepentía.

-¡Hija, por fin llegas!- exclamó mi madre, ni bien ingresé al comedor- Invité a Leonardo a almorzar- me informó y entendí que sería para comentarle lo que habíamos decidido a solas, la verdadera razón por que la que había ido al Finalcial Houston Banking.

El ambiente era tenso. A Sofía se la veía incómoda al igual que a mi abuelo. Me senté en mi lugar.

-Sigo sin entender porque te empeñas en incluirlo en la familia a este bueno para nada- se quejó mi abuelo cortando el mutismo.

-Yo también lo quiero Don Felipe- ironizó Leonardo. Sus peleas era moneda corriente. Nunca se entendieron y mucho menos se llevaron bien.

-¡Ya basta papá! ¿Será que podemos tener un almuerzo en paz? – se exasperó mi madre.

Mi abuelo refunfuñó por lo bajo y Sofía puso sus ojos en blanco notablemente molesta. Sabía que ella no soportaba la presencia de su ex marido y la comprendía. Sin embargo, mi mamá lo adoraba, algo así como a un hijo, y para no tener que alejarse de él, ahora trabajaba para nosotras en el rancho. Al principio, estuve de acuerdo porque necesitábamos a alguien de confianza que nos ayudara a manejar el campo y la cuadra. Leonardo parecía el más indicado. Pero ahora, después de algunos malos manejos, ya no estaba tan segura.

El amor es fuerza - Samuel y AndreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora