Capitulo 14 : La más dulce

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Estaba en un pasillo del hospital, con Andrea deshecha llorando en mis brazos, por mi culpa. Me sentía el ser más miserable del mundo.

Fui un idiota en decirle todas esas cosas. No reparé, ni un segundo en el terrible momento que estaba pasando. Se está muriendo su abuelo, ¿Es que soy imbécil, o qué?

La vi estallar en lágrimas y, no me reconocí, soló pensé en abrazarla. Un sentimiento de protección irrefrenable se apoderó de mí. Era capaz de lo que sea para evitar que siguiera llorando.

-Cálmate, Andrea, yo estoy aquí- susurré.

Sus lágrimas mojaban mi pecho, y la contraje más contra mí, como sí con ese contacto pudiera al menos apaciguar un poco de su dolor. Me sorprendí cuando Andrea se aferró a mí, pero su llanto lejos de cesar parecía incrementarse cada vez más.

-Shh, shh – intenté tranquilizarla. Era como si estuviera soltando toda su angustia contenida.

Poco a poco, su respiración comenzó a regularizarse. Nos quedamos en silencio. Los latidos de su corazón pegados a los míos. Mis brazos encajaban justos en su cuerpo. Ya, Samuel ¿Qué te está pasando? No te olvides que es la bruja.

Lo sé, pero en este momento no parecía una bruja, ni mucho menos. Estaba indefensa, rota... tan frágil, tan vulnerable, tan pequeña. Jamás había estado así, tan cerca de Andrea. Es cierto que ya la había visto en ropa interior, que ya la había besado y hasta una vez dormimos juntos. Pero la intimidad que sentía ahora mismo con ella, no tenía que ver con una proximidad física, si no, con algo mucho más profundo. Era la primera vez que Andrea se mostraba conmigo sin ninguna pose, sin prejuicios, sin su coraza. Es que Andrea no podía ser solo esa mujer soberbia e insoportable. No cuando tiene una fundación benéfica, no cuando ama y defiende a su familia con su propia vida, no cuando mira con esos ojos que tiene, no con esa sonrisa que deja escapar tan pocas veces. La brujita no podía ser eso nada más.

De repente, sus brazos que me rodeaban con fuerza aflojaron la intensidad. Nos separamos. Con el dorso de su mano, la vi secarse sus lágrimas con rápidez, como si no quisiera que la viera llorando, agachando su mirada avergonzada. Me acerqué unos pasos a ella.

-¿Te sientes mejor?- le pregunté.

-Samuel, discúlpame, esto...

-Andrea- la interrumpí- No tengo nada que disculparte – sentencié con sinceridad.

Ella levantó la vista. Me miró curiosa, como si tratara de descifrar algo en mí y luego, negó con la cabeza.

- No hace falta finjas, ¿Sí? - me instó y enarqué mis cejas ¿Qué?- Ya, si quieres, puedes reírte o burlarte de mí.

- ¿Por qué dices eso?- le cuestioné - Sé que tú estas mal, sé por la terrible situación que está pasando el general, jamás me burlaría- le dije con total honestidad - ¿Por qué siempre piensas mal de mí? – tuve que interrogarle, me exasperaba su actitud a la defensiva.

Cuando creía que podíamos entendernos, volvía a la misma postura de siempre.

Andrea me clavó la mirada sin lanzar palabra, y luego suspiró.

- Si no te molesta, quisiera que te vayas- musitó firme, me esperaba cualquiera reacción de su parte, menos esta – Por favor, vete Samuel. Quiero estar sola – insistió al ver que no reaccionaba.

Tomé una bocanada de aire, estaba claro, esta mujer era imposible.

- Esta bien, me iré – determiné - Pero esto que acaba de pasar acá, es solo una muestra de que usted es humana. Déjese sentir, llore, ría. No se avergüence de lo que siente, vívalo – dije y la observé. Su mirada se mantenía en la mía, pero no respondió- Adiós, señorita- me despedí.

El amor es fuerza - Samuel y AndreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora