Capitulo 11: Así debió ser siempre

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¿Para qué me espera en el banco? ¿Para qué insiste en atenderme? ¿Para qué me manda donativos? ¿Para qué? Si no le importo. Me ilusioné como una imbécil. Él solo quiere burlarse de mí, refregarme en la cara todo el dinero y poder que tiene ahora. ¡Estúpido! No entendía ni que era lo que me sorprendía, si yo lo sabía.

¿Cuántas veces te vas a chocar con la misma piedra Andrea? ¿Cuántas? Aunque me doliera lo tenía que aceptar...Él nunca iba a mirarme como una mujer. Vestirme bien, ser amable y hasta ignorarlo. Fui muy incrédula en pensar que esas técnicas estúpidas iban a funcionar. Por dios, yo no soy el tipo de mujer que le gusta a Samuel, y nunca lo iba a ser.

La barrera que construí fingiendo odiarlo, insultándolo y humillándolo de las peores maneras se había convertido en un muro inquebrantable. Me empeñé tanto que, ahora, ni yo misma era capaz de atravesarla. ¿Qué hombre se fijaría una mujer que se portó tan mal con él? Ninguno...

Ni siquiera podía seguir peleándolo. Cada vez era más débil frente él, ya no soportaba ni un rechazo más de su parte.

¡Te odio, Samuel! ¡Te odio por amarte tanto!

El viento golpeaba mi rostro mientras galopaba a toda velocidad hasta el rancho, quería estar lo más lejos posible de él.

Llegué hasta las caballerizas, sin haberme percatado, y sujete fuertemente las riendas de Diablo obligándolo a parar de inmediato. Sé que no debía frenar así, era peligroso. Debía darle más tiempo al caballo para que se detuviera. Pero mi cabeza estaba en cualquier parte.

-Señorita, ¿Está bien?- se acercó Pablo, el capataz del rancho, y a quien consideraba como a un hermano- Tiene que tener más cuidado- me regañó.

Bajé del caballo, sin siquiera responderle y me fui directo a la casa. No tenía ánimos de hablar con nadie. Quería mantener mi mente ocupada, y la única forma era seguir trabajando.

Me dirigí a mi despacho. Lo primero que hice fue abrir el cajón de mi escritorio donde guardaba la carta del Financial Houston Banking y releerla como fuera algo inevitable. De pronto, recordé la conversación que mantuvimos hace un momento.

"-¿Y por qué te importa lo que yo te crea de ti?

-Pues ya sabes. Somos cuñados, quiero que nos llevemos mejor, por Arturito, al menos. "

Eres un idiota Samuel Gallardo. En un impulso, rompí la carta en pedazos llena de rabia. Quería descargar toda mi frustración, pero lo único que lograba era dañarme más a mí misma. En ese instante, la puerta se abrió. Me paralicé. Era el abuelo. Intenté disimular juntando los trozos pero era demasiado tarde, ya me había visto.

-¿Me puedes decir que te anda pasando, mi niña?- me preguntó preocupado.

-Nada abuelo- mentí- Son cosas del rancho.

-¿Estás segura, Andrea?- desconfió – Llegaste hecha una furia y te encerraste en el despacho. Y ahora veo que acabas de romper un sobre- me increpó acercándose hasta donde estaba.

-Eran documentos sin importancia- determiné tirando los restos en el cesto que tenía a mi lado e intentando no evidenciar lo nerviosa que me sentía. Mi abuelo me conocía demasiado.

-Ya sé que vienes de los linderos, ¿Tuviste un enfrentamiento con Samuel?- adivinó.

-Ya, no importa, ¿Si?- hice un pésimo intento de cerrar el tema.

-Mi niña, de un tiempo para acá que te noto rara. Te estoy ofreciendo mi oído. Puedes confiar en mi- dijo tendiéndome su mano y yo me arrodillé para sostenérsela con las mías- ¿No lo has olvidado, verdad?

El amor es fuerza - Samuel y AndreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora