Cap.27 "Corazón de piedra"

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NARRA FRAN:

En el momento en que cruzó la puerta y dijo que no le volvería a ver, me arrodillé ante el suelo, al fin, si alguien buscaba hacerme pagar por todo lo malo que había hecho, ya lo había conseguido.
Haberme enamorado de Alma era mi peor castigo.

No sabia que hacer, si dejarla ir, o correr hacia ella como el patético enamorado que era.
Pero, total, ¿qué importaba que fuera ahora a buscarla, si ese mismo día la iba a perder de todas formas?
Sentía en el pecho un dolor inmenso, había sentido tal dolor en otras ocasiones, pero en ese momento era más intenso, más doloroso y destructivo que nunca.
Estaba experimentando el sentimiento de dejarla ir, de abandonarla a pesar del dolor que me causaba, de no ir tras ella a pesar de las grandes posibilidades que tenía de encontrarla.
Porque si de todas formas la iba a perder ¿para qué alargar más la despedida?
Sabia que si volvía hacia ella, la dejaba en su verdadero hogar, y me marchaba, iba a sufrir más.
La impotencia que sentía al querer correr tras sus pasos, y saber que era mejor no hacerlo, era inmensa.

¿Por qué siempre era tan gilipollas con la única persona en este mundo que verdaderamente valía la pena para mí?
No podía comportarme como un galán, no podia seducirla con flores, no podía abrazarla y decirle que era la mujer de mi vida, que quería casarme con ella, que quería pasar mi vida entera a su lado, simplemente yo no era de ese tipo de personas, quería ser capaz de hacerlo, por ella, pero no podía fingir ser alguien que no era...yo no era un romántico, era un verdadero capullo.
Un capullo que había encontrado el amor y no sabia como sobrellevarlo.

Joder, ¿estaría pasando frío?
Pues claro que sí, idiota.

Y.... ¿Y si cogía una manta y iba tras ella?
No, no.
Mejor me quedaba en ese oscuro sitio, sí, era oscuro cuando Alma no estaba allí para iluminarlo con su luz.

Me tumbé en la cama, imaginando una vida a su lado, inventando cada aventura que podríamos haber vivido.
Y es que no la merecía, alguien con un corazón como el de Alma, merecía alguien con un corazón el doble de grande, y el mío se reducía a una jodida piedra.

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