capitulo 7

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Aquella mañana, y a pesar de que intentó levantarse, Eiza no pudo. Tenía doloridos tantos músculos de su cuerpo que apenas podía moverse. Solo gracias a varios ibuprofenos recomendados por Menchu, la chica de recepción, por la tarde después de comer consiguió recuperarse y junto a su primo decidieron dar un paseo en coche por los alrededores. Querían conocer Sigüenza y aquella tarde lluviosa era un día maravilloso para poder admirar el lugar sin que hubiera mucha gente a su alrededor. Irreconocibles bajo gorros y bufandas de lana por lo que pudiera pasar, visitaron la catedral de Santa María y Eiza bromeó sobre lo romántico que tenía que ser casarse por amor en un lugar así. Tras visitar varios sitios emblemáticos de la zona terminaron paseando bajo la lluvia por la maravillosa plaza Mayor.
—Ay, darling ¡qué sensaciones más extrañas me causa tanto monumento! Pensar que por estas calles han paseado man and woman como nosotros siglos atrás vestidos de cortesanos, y ellas con sus fastuosos miriñaques y corsé. Oh, ¡qué glamour!
—Sí, la verdad es que todo esto es precioso—asintió encantada.
Sobre las ocho de la tarde decidieron regresar al parador. Llovía a mares y hacía un frío pelón. Cogieron el coche y, cuando ya casi habían llegado, el automóvil hizo un ruido extraño y se paró.
—Oh My God ¡qué le pasa a este cacharro!
Durante un rato intentaron que el coche se pusiera en movimiento hasta que Eiza al mirar una luz que parpadeaba cuchicheó divertida:
—Ay, Tomi. Que me parece que nos hemos quedado sin gasolina.
—¡¿Cómo?! —gritó él.
—Ese pilotito azul de ahí creo que es la gasolina, ¿verdad?
Su primo miró lo que le indicaba y asintió.
—Ay, qué horror ¿Qué hacemos ahora?
Tras comprobar que el castillo estaba cerca, ella se colocó la bufanda y el gorro y dijo:
—Pues solo hay dos opciones, corazón. La primera, ir en busca de una gasolinera. Algo imposible pues no conocernos el lugar, y la segunda, dejar el coche aquí y subir andando lo que nos queda de camino. Una vez lleguemos se lo decimos a Menchu e intentaremos solucionarlo. ¿Qué te parece?
Un trueno que hizo vibrar la tierra hizo que Tomi chillara asustado.
—No podemos salir, ¿y si nos alcanza un rayo y nos carboniza?
—Anda ya, no digas tonterías.
—Oh, no, honey, no son tonterías, que en las noticias a veces oigo cosas así.
—Vale. Pues quédate aquí. El castillo no está muy lejos, y yo n o pienso quedarme aquí. En especial porque es de noche y no tiene pinta de dejar de llover.
Dicho esto, abrió la puerta y bajó del coche bajo un fuerte aguacero. Dos segundos después su primo estaba junto a ella.
—Por el amor de my life, mis Gucci se están ahogando por momentos —gimió al ver sus preciosos y carísimos zapatos hasta arriba de barro.
—Tranquilo, no sufras. Y mira, para que veas lo que te quiero por todo lo que te estoy haciendo pasar, prometo regalarle cuando regresemos a Beverly Hills los zapatos azulados que tanto te gustaron de Valentino. ¿Qué te parece?
—¡Divino!
El castillo visto desde el coche parecía más cercano. Caminando bajo la lluvia por aquella embarrada carretera, la cosa se estaba complicando. Los coches que pasaban por allí le salpicaban de barro y agua. Tomi chillaba horrorizado y ella reía divertida. Nunca se había visto en otra igual.
Cuando llevaban caminando cerca de diez minutos, un coche azul oscuro paró a escasos metros de ellos.
—Ay, queen ¡qué miedo!—gimió asiéndola con fuerza del brazo—. No mires, ni te pares. Mira que si es un violador o un secuestrador.
—Anda ya, Tomi...—respondió intentando mantener el tipo mientras se aproximaba al vehículo.
Desde el interior del coche Juan, sin dar crédito, les observaba por el espejo retrovisor. Allí, bajo el aguacero, había reconocido a la mujer que cada mañana le perseguía campo a través, y sin pensárselo, había parado. Cuando estos pasaron al lado del coche, bajó la ventanilla y desde el interior preguntó:
—¿Les llevo a algún lado?
Al reconocer la voz Eiza, sorprendida, y con el agua chorreando por la cara se asomó por la ventanilla, momento en el que Sebastián bajó la música y se mofó:
—Vaya, vaya, pero si es mi buena amiga la estrellita de Hollywood.
Aquel tono no le gustó y cambiándole el humor siseó:
—Vete a la mierda ¿me oíste? —dicho esto agarró a su primo del brazo y le apremió—. Vamos, continuemos caminando.
Sebastián, al ver aquel ataque de furia, sonrió y acercando el coche de nuevo hasta ellos dijo:
—Venga, subid. Están empapados y se vais a congelar.
—Oh, no... ni lo pienses. Prefiero congelarme antes que montar en tu coche ¡idiota!
—Sube —insistió aquel.
—No. Y ponte AC/DC a todo trapo para no escucharme—gritó ante la mirada horrorizada de su primo. ¿Qué la pasaba?
Sorprendido por aquella cabezonería, cuando ella por las mañana siempre se había mostrado dócil, Sebastián suspiró.
—Estrellita, y si te prometo no hablar, ni decir nada hasta llegar al parador, ¿cambiarás de idea?
—¡No!—volvió a gritar.
—Chuchita mira que nos vamos a ahogar ¿estas segura?—preguntó su primo.
—Cierra el pico, Tomi por favor—espetó ella.
Sebastián aceleró su vehículo y paró dos metros más adelante. Tiró del freno de mano y salió del coche para llegar hasta ellos.
—Está lloviendo a mares, mujer. Subid en el coche de una maldita vez.
Furiosa por como este siempre la ridiculizaba se soltó de su primo y gritó.
—¡Te he dicho que no! ¡¿En qué idioma quieres que te lo diga?! —Al ver como este la observaba con guasa se acercó a él y gritó ante la cara de susto de su primo —. ¡Eres el ser más ruin y antipático de la faz de la tierra! Cada mañana pasas de mí a pesar de que yo pongo todo de mi parte para intentar ser agradable. Maldita sea, solo he querido conocerte y ser tu amiga. No tu novia ni tu mujer, porque como decía mi abuela ¡Dios nos libre!
—Tú lo has dicho. ¡Dios nos libre! —repitió él sacándola de sus casillas.
Sin saber por qué, Noelia se agachó, metió la mano en un charco con barro y sin previo aviso se lo tiró a él enfadada.
—¿Qué haces? —protestó al notar el impacto de aquello en el cuello.
—¿Sabes? No quiero escucharte y como no tengo cinta americana para taparte la boca, te juro que como no te subas en tu coche y te vayas, no pararé de lanzarte barro hasta que te entierre en él, ¿me has entendido?
—Alto y claro—asintió mientras se quitaba el barro de encima.
De pronto ante aquella absurda situación, Sebastián quiso conocer a la interesante mujer que empapada y dispuesta a lanzarle más barro, le demostraba tener carácter y raza, e inexplicablemente se dio cuenta de que ella tenía razón. Cada mañana la joven había intentado ser agradable con él, pero él se había dedicado a tratarla con desprecio.
—¡Ah! y que sepas que odio que me llames estrellita. ¿Me has oído? Puedo trabajar en Hollywood, puedo ser actriz, puedo no gustarle, pero ni soy tonta ni me gusta que me traten como tal. —Él reprimió una sonrisa—. Por lo tanto, coge tu maldito coche y vete de aquí porque antes me congelo y muero de frío que aceptar tu maldita ayuda.
Durante unos segundos ambos se miraron a los ojos y se retaron con la mirada. Ella estaba muy enfadada y él parecía divertido con ello. Finalmente Juan asintió y dijo antes de darse la vuelta.
—Muy bien, estrellita, tus deseos son órdenes para mí.
Se metió en el coche, quitó el freno de mano, metió primera y tras un acelerón que la llenó de barro hasta los empastes se marchó.
—¡Imbécil! — gruñó ella quitándose el barro de la cara.
Su primo sorprendido por lo que había presenciado se acercó a ella y mientras comenzaban a caminar bajo el aguacero cuchicheó.
—Por el amor de Dior ¿Ese macho divino con cara de peligro y tremendamente sexy es quien creo que es?
—Sí.
—Uisss... ahora lo entiendo todo. Lo que haría yo con...
—Cállate por favor —siseó mientras caminaba—. No quiero que digas nada más o el siguiente en discutir conmigo serás tú, ¿entendido?
—Por supuesto my love. Como ha dicho el divino, alto y claro.
Dos días después, en la suite del castillo de Sigüenza, Tomi con una peluca oscura en la mano, susurraba mirando a su prima a través del espejo.
—Ay, queen, no te entiendo ¿por qué debemos quedarnos aquí? Está claro que ese divine no quiere nada contigo, y...
—Ni yo quiero nada con él —apostilló Eiza—, pero en toda mi vida nadie me ha echado de ningún sitio y ese imbécil no va a ser el primero.
Sonó el móvil y Tomi lo cogió. Tras hablar durante un rato sonriendo se lo tendió a su prima.
—Toma. Es Penélope.
Durante un rato Eiza rio con las ocurrencias de su amiga y le agradeció los contactos y teléfonos que le había pedido por email. Habían pasado cuarenta y ocho horas desde el encontronazo que había tenido con el borde español, y aunque ya se le había pasado, si lo pensaba, se tensaba. Le contó a su amiga las compras que había hecho en Madrid durante ese día. Un par de pelucas oscuras y unas lentillas negras. Eso le permitiría andar por la calle sin ser reconocida.
Antes de colgar le dio a Penélope recuerdos de las personas de confianza que amablemente la habían atendido. Después de eso colgó.
—Ay, cuchifrita no es bueno llevar peluca tanto tiempo —protestó su primo mirándola—. Si te quedas calva como BruceWillis ¡ni se te ocurra echarme la culpa! No quiero saber nada.
—Tranquilo, cielo. Si me quedo calva será única y exclusivamente culpa mía y yo sólita cargaré con las consecuencias. Pero tranquilo, en muchos rodajes llevo peluca muchas horas y aún sigo con pelo en la cabeza.
Como buen estilista que era Tomi se encargó de colocarle la peluca, El resultado fue espectacular.
—Oh, my God! Cómo te pareces a la abuela con el pelo oscuro.
Aquel era un estupendo piropo y ella sonrió.
—¡Genial! Espera que me pongo las lentillas a ver qué tal queda todo.
Sacó rápidamente unas lentillas color negro y se las puso. Tampoco era la primera vez que se ponía unas lentillas para cambiar el color de sus ojos. En ocasiones las utilizaba en las películas. El resultado, como siempre, fue espectacular.
—Por el amor de Dior —murmuró aquel al verla— No pareces tú.
—De eso se trata—aplaudió mirándose al espejo.
Era increíble lo que hacía una buena peluca y unas lentillas. De ser una chica rubia de ojos azules, a pasar a ser una morena de ojos negros. Nadie la reconocería, de eso estaba segura. Se miró en el espejo encantada. Siempre le hubiera gustado ser más latina, más como su familia de Puerto Rico, y no tan clara de pelo y piel como la familia de su padre.
—Ay my love me recuerdas a tu amiga Salma Hayek en Abierto hasta el amanecer. ¡Solo te falta la serpientita!
—¿En serio? Hazme una foto con el móvil y así se la mando a ella por email. Conociéndola, seguro que se parte de risa—rio feliz.
Después de hacerse la foto con el móvil, la joven abrió una cajita de dónde sacó unas finas gafas rojas y se las puso.
—Uis... pero si son las gafas que te regalé de Valentino. Oh, queen pero si pareces una estudiosa y todo—se guaseó su primo al verla.
Tras comprobar que con pelo oscuro, las lentillas negras y las gafas no parecía Anna Reyna, se volvió hacia Tomi.
—Bien, una vez acabada mi transformación, me ocuparé de ti.
—¿De mí? —gritó horrorizado separándose de ella—. Fu... fu... crazy ¡Ni te acerques! O juro que te araño.
—¿En serio?
—Y tan en serio. Es más, y lo haré de abajo arriba que duele más.
Pero Eiza prosiguió sin prestarle atención.
—Lo primero que haremos será quitarte esas mechas purpuras y dejarte el pelo de un solo color.
—¡¡No!!—gritó horrorizado—.Me gustan mis mechas. I love las mechas que me puso Chipens. ¡Son muy cool!
—Lo sé, cielo, pero necesito que lo hagas por mí. No podemos pasar desapercibidos en este lugar si vas con esas mechas —tras suspirar él asintió y ella volvió al ataque—. También debo pensar en tu ropa.
—¡Mi ropa! ¿Qué quieres hacer con mi ropa?
—No podemos salir a cenar mientras lleves puestos esos pantalones rosa chicle y esa camisa floreada llena de nubecitas de algodón. No Tomi, lo siento pero no puede ser.
—Me encantan mis pink trousers de Dolce & Gabbana y mi camisa de nubes. Y no, no pienso abandonarlos en el equipaje por muy witch que te pongas. A ver cuchi, una cosa es que me quite las mechas purpple por ti y otra que no pueda vestirme como yo quiera. ¡Definitivamente no!
Sonriendo como solo ella sabía hacer, se acercó a su primo y tras darle un beso en la mejilla murmuró tirando de la camisa:
—Cariño, necesito que parezcas un macho latino y no una reina del glamour. Esto no es Hollywood, es un pueblo español donde tu estilo de vestir no se lleva. Por lo tanto, quítate esos pantalones o te juro que te los quemo y te quedas sin ellos para siempre.
—¡Bruja! —gruñó aquel mirándola.
Divertida y dispuesta a cumplir el plan que había trazado le miró y dijo:
—Lo sé, pero me quieres ¿verdad?

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