capitulo 3

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Aquella chica que se había convertido en una preciosa mujer, temblaba como una hoja a escasos centímetros de él. Seguía siendo bajita, y aunque estaba proporcionada y lucía un bonito cuerpo, vista de cerca estaba excesivamente delgada para su gusto. Oculto bajo su pasamontañas, la recorrió lentamente con la mirada. Se fijó en el escote y sonrió. Aquellos pechos, sin ser excesivos, eran tentadores y bonitos. Carlos, apostado a unos metros de él, ametralladora en mano, al ver como su buen amigo sentaba a la joven en una silla y le alargaba un vaso de agua, sonrió. A pesar de no ver ni un solo centímetro de su rostro, sabía que estaba observándola con intensidad. Nunca olvidaría el día que le reveló la verdadera identidad de la muchacha con la que se había casado en Las Vegas. Aquel era su secreto. Un secreto que había prometido a Sebastián que nunca revelaría y que había cumplido hasta ahora. Eiza, sin percatarse de lo que pensaba el hombre que estaba junto a ella, bebió el agua que le ofreció y se lo agradeció con una sonrisa turbadora.
-¿Está usted bien?-preguntó Sebastián con la boca seca mientras ella se levantaba y se retiraba su ondulada melena rubia de la cara. A pesar de sus taconazos seguía siendo muchísimo más bajita que él.
-Sí... sí... los nervios -asintió ella-. Tengo un terrible dolor de cabeza, pero por lo demás bien. ¿Sean está bien?
Le gustó ver cómo se preocupaba por el gigantesco guardaespaldas que estaba hablando con un hombre de su equipo. Eso demostraba que seguía teniendo corazón.
-Sí, tranquila.
Sin poder evitarlo, Sebastián le tomó de la barbilla con cuidado. Incluso a través de sus guantes sintió la suavidad de su piel. Con curiosidad, miró la sangre seca de su mejilla y tras ver que era un golpe en el labio sin importancia dijo con voz ronca:
-Enseguida vendrán a curarla. No se preocupe, no parece nada grave.
Ella sonrió. Unas palabras amables tras la tensión vivida resultaban muy agradables.
-Muchas gracias por lo que han hecho por nosotros. Se lo agradeceré toda la vida.
-Es nuestro trabajo, señorita. Me alegra que todo haya salido bien.
Eiza le miró. Aquella voz ronca y varonil debía de tener un rostro acorde. Pero solo vio sus ojos oscuros a través del pasamontañas. Unos ojos intensos que parecían amables. Le gustó tenerle ante ella. Lo que veía era un hombre de anchas espaldas, piernas atléticas y gran altura. A su lado se sentía pequeña, muy pequeña. Durante unos segundos los dos permanecieron callados mirándose a los ojos y, extrañamente, a Eiza le entró calor al sentir su protección.
-Oh my God, Mr. Policeman, creo que me voy a desmayar dijo Tomi teatralmente abanicándose con la mano.
Volviendo a la realidad Sebastián apartó la mirada de la mujer y la centró en el joven de mechas violetas, vestido con escandalosos colores rojos. Llenó un vaso de agua y le dijo antes de acercarse a Carlos:
-Siéntese y tómese un vaso de agua. Ahora los médicos le atenderán.
Tomi, al ver a aquel lio enorme con aquel vozarrón, se sentó y tras pestañear con descaro provocándole una sonrisa, murmuró.
-Thanks, machote.
Carlos y Sebastián se miraron al oír aquello y reprimieron una carcajada, pero Eiza acercándose a su primo murmuró con disimulo:
-Tomi... cierra tu bocaza que no es momento de ligoteos.
-Lo sé... lo sé... ¿pero tú has visto qué pinta tienen todos estos hombres de Harrelson vestidos de black? Oh, Dios... me quedaría con cualquiera de ellos ¡qué bodiesl
-¡¿Tomi?! -protestó de nuevo para hacerle callar.
La joven, al ver el movimiento de los hombros de los dos hombres, intuyó que estaban riendo y acercándose al gigante que había hablado con ella le tocó en el brazo para llamar su atención.
-Por favor, disculpe a mi primo. Las situaciones tensas le aligeran la lengua.
Sebastián la miró y fue a responder cuando se oyó:
-Anne, cariño mío. Qué susto. ¡Qué horror! ¿Estás bien? Dime que estás bien.
La actriz y el policía al oír aquello desviaron la mirada y comprobaron que aquel que hablaba era Mike Grisman, que entraba en el salón con gesto de preocupación. Carlos al verle aparecer le paró sin pensárselo. No le dejó continuar hacia la joven. Su amigo no se lo había pedido, pero Sebastián se merecía aquellos minutos con ella. Consciente de que su trabajo había terminado y se tenían que marchar, Sebastián ordenó con un movimiento de mano a sus hombres que sacaran a los secuestradores del salón. Luego, clavando sus inquietantes ojos en la mujer que no le quitaba ojo de encima, murmuró:
-Señorita, ha sido un placer conocerla.
-El placer ha sido nuestro, guapetón -respondió Tomi tras un suspiro mientras la joven le observaba.
Sin querer continuar un segundo más junto a ella Sebastián se dio la vuelta, pero ella le agarró de nuevo del brazo.
-¿Ya te vas? le preguntó.
Al volver a sentir su contacto a través de la tela de su uniforme se volvió para mirarla. Tenerla allí, tan cerca, tan tentadora y después de tanto tiempo le confundía. ¿Qué narices estaba haciendo mirándola? Claramente ofuscado, se deshizo de su mano y sin querer escucharla se dio la vuelta y dijo a su amigo con rotundidad:
-Díaz, deja que el guaperas se acerque a consolar a la canija. Vámonos. Nuestro trabajo ha acabado.
Sebastián salió por la puerta sin mirar atrás, pero Eiza que lo había oído, de pronto se quedó helada. Había oído la palabra canija y solo había dos personas en el mundo que la hubieran llamado así. Una fue su abuela y otra... otra...
-No puede ser...-murmuró mientras comenzaba a seguirle.
Pero antes de que pudiera evitarlo, Mike llegó hasta ella y la abrazó impidiendo que continuara su camino. Sin ningún tipo de miramiento ella se desenvolvió de aquel abrazo y corrió hacia la puerta. Necesitaba encontrar a aquel policía. Necesitaba comprobar algo. Pero, cuando por fin consiguió llegar, no pudo salir. La aglomeración de gente y prensa era tremenda. Corrió hacia un lateral del salón y se asomó a una de las ventanas rotas. Desde allí solo pudo ver como aquel grupo de hombres vestidos de negro que le habían salvado la vida se montaban en un furgón oscuro y desaparecían.

"MI VERDADERO AMOR"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora