capitulo 22

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Aquella tarde, tras la trifulca con los vecinos, Eiza y Sebastián regresaron caminando a la casa de este. Pararon en la plaza donde se tomaron unas cervezas y se comieron unas galletas, que a Eiza la apasionaron, y luego continuaron su camino. Aquel paseo tranquilo, agarrados de la mano, Eiza lo disfrutó de una manera increíble. Cosas tan básicas como pasear por la calle, ir a comprar a una tienda o tomar algo en una terraza, ella las disfrutaba de una manera que a Sebastián lo hacía sonreír. Durante el camino hablaron sobre sus vidas. Ella le contó curiosidades de rodajes y divertidas anécdotas que le habían ocurrido y él la escuchaba encantado. Aunque cuando hablaron sobre las escenas de sexo que ella interpretaba o los supuestos besos a los galanes, ya no le hacía tanta gracia.
—No me seas anticuado. Los actores interpretamos ¿tan difícil es de entender?
Sebastián se paró para responder.
—Mira Eiza... no pongo en duda que actúes, pero a ver, ¿Cuándo ruedas una escena de sexo y están desnudos en la cama, no se excitan?
Con gesto pícaro murmuró:
—Pues depende.
—¡¿Depende?!
—Si —respondió ella echando a andar de nuevo.
Incapaz de creer una respuesta tan sincera la cogió de la mano y haciendo que se detuviera, preguntó:
—¿Te le has excitado alguna vez ante la cámara?
Le miro con seguridad y asintió.
—Interpretar una buena escena es dejarte llevar y...
—No quiero escuchar más —dijo Juan levantando las manos.
Aquel gesto hizo sonreír  a Eiza y acercándose a él murmuró:
—Sebas, los actores sabemos interpretar muy bien, no pienses cosas raras.
—Pero si me acabas de afirmar que te has excitado —replicó enfadado.
—Pues sí. Pero mira, yo por norma cuando interpreto una escena de sexo, bloqueo mi mente y visiono lo que yo quiero para que sea más realista. El que tenga a un actor sobre mí besándome no significa que me guste. Además, tú en el cine ves solo la escena final montada, y déjame decirte que una escena tiene muchas tomas. Y en esas tomas lo que menos haces es excitarte de la manera que estás pensando.
—Oh... ¿y los besos? — se interesó Sebastian—. ¿Me vas a decir que los besos que se dan no son reales?
Encogiéndose de hombros la joven suspiró.
—Sí... Sebas, nos besamos. En ocasiones más pasionalmente porque lo exige el guion, pero te puedo asegurar que es solo un beso, nada más. —Y dejándole planchado le agarró y dijo acercando su boca a la de él—: Ahora te voy a dar un beso de los que a mí me gustan, para que me entiendas, de los nuestros.
Sin dejarle hablar tomó sus labios y con una sensualidad que a Sebastian le puso la carne de gallina lo besó. Enredó su lengua con la de él y se la succionó primero lenta y pausadamente para instantes después devorarlo con pasión. Tras conseguir que él respondiera a aquel apasionado beso, la joven lo finalizó dándole un pequeño tirón en el labio inferior.
—Ves... eso ha sido un maravilloso y excitante beso —y sin dejarle hablar añadió—. Y ahora, voy a bloquear mi mente, no pensar que eres tú, y te voy a dar un beso típico de toma de cine.
Sin más volvió a tomar sus labios, aunque sin la misma emoción de minutos antes. Metió su lengua en la boca de aquel, pero no la movió. Simplemente restregó sus labios contra los de él. Una vez se separó, ante su cara de incredulidad por la diferencia del beso la joven pregunto:
—¿Has notado la diferencia?
Como si mirara a una vaca con manchas azules Sebastián asintió. Claro que había notado la diferencia. Pero sin querer darle la razón murmuró comenzando a andar:
—Sinceramente, no me gustaría que la mujer que estuviera conmigo hiciera esas cosas. No soportaría verla desnuda en la pantalla y menos refregándose con otro que no sea yo.
—Ohh... es bueno saberlo—se burló divertida.
Tras unos segundos en silencio, al ver que ella sonreía, la agarró por la cintura e intentando ser más suave murmuró:
—En serio, Eiza. Yo entiendo tu trabajo, pero no lo apruebo.
—Vale... eso es un principio —asintió optimista.
—De todas formas —añadió él comenzando a andar—, lo que ambos hagamos una vez te hayas ido, no es de la incumbencia del otro ¿verdad?
Dolorida y decepcionada por aquello, pero consciente de que él siempre le había dejado claro aquello, lo besó y murmuró:
—Por supuesto.
Cuando llegaron a casa, Senda los saludó con su acostumbrado chorreo de lametazos y saltitos Sebastián comenzó a preparar la cena y Eiza subió a darse una ducha. Veinte minutos después bajó sin peluca y sin lentillas. Su rubio cabello relucía cayendo en cascada sobre sus hombros y él, al verla aparecer, silbó. Estaba preciosa. Feliz por aquel recibimiento se acercó y al ver que estaba cocinando algo en el horno preguntó:
—¿Qué celebramos?
Tras besarla él sonrió y aclaró:
—Que es miércoles.
—Genial ¡Que vivan los miércoles!
Entre risas y confidencias, degustaron una exquisita dorada a la sal. Cuando terminaron de cenar ella se ofreció a recoger la cocina. Mientras él se estaba duchando sonó el teléfono. Eiza, sin dudarlo, descolgó:
—Hola, soy Roció ¿está mi tío?
—Está duchándose, cielo ¿Te puedo yo ayudar?
—Realmente quería hablar contigo, no con él.
—Okey... pues aquí me tienes—asintió sonriente sentándose en el sillón.
—Tengo un pequeñito problema. Son las diez menos cinco y a las diez en punto tengo que estar en casa. Pero estoy a una hora de distancia y he pensado llamar a mi madre y decirle que estoy contigo tomando algo por el pueblo. Si le digo eso, sé que no se enfadará y...
—¿Pretendes que yo le mienta a tu madre?
—Lo sé, Ei... lo sé —suspiró la joven—. Pero es que si le digo que estoy con Fran en una fiesta se va a enfadar. Solo sería una pequeña mentira. Como diría ella, una mentira piadosa. Lo justo como para que me dé tiempo a llegar sobre las once a casa. Si te lo digo es porque sé que mi madre lo pondrá en duda y seguramente te llamará para confirmarlo.
Eiza al notar el tono de voz de Rocío suspiró. Ella también había tenido dieciséis años y había suspirado por algún joven. AI final resopló:
—De acuerdo. Por esta vez te cubro las espaldas, pero no me gusta que me metas en estos líos. Imagínate que te pasa algo. ¿Qué le podría decir yo después?
—Tranquila, no pasará, y te prometo estar en casa a las once.
—Más te vale —asintió divertida.
—Y, por favor, si mi madre llama que el tío le diga que tú estás conmigo ¿vale?
—Okey. Pero lo dicho... a las once. No más tarde.
Dicho esto la comunicación entre ellas se cortó y Eiza sonrió. Le agradaba ayudar a aquella jovencita. Era una niña bastante buena con los típicos problemas de la adolescencia. En ese momento, Sebastián entró vestido únicamente con una toalla negra alrededor de sus caderas. Al verle esta vez fue ella la que silbó y él sonrió.
—¿Quién llamó?
—Rocío.
—¿Y qué quería?
Sonrió y bajo la atenta mirada de este contestó:
—Sé que lo que te voy a decir quizás no te guste, pero he prometido ayudarla. Está en el pueblo de al lado con unos amigos —omitió el nombre de Fran—, y llegará un poco más Tarde de lo que su madre le dijo... y va a llamar a su madre para decirle que está conmigo Tomándose algo en el pueblo, así no la regañará. Y tú, si su madre llama, se lo tienes que confirmar.
Boquiabierto por aquella artimaña, gruñó:
—¿Pero a qué hora piensa llegar esa mocosa a casa? Deben ser casi las diez de la noche.
—En una horita más o menos.
—¿A las once?
—Sí.
—¿Pero en qué estás pensando para ayudarla en algo así? Es una niña.
—No me regañes. Necesita ese tiempo para llegar del pueblo de al lado —al ver su gesto ceñudo murmuró—: No te enfades ni con ella, ni conmigo. Es una jovencita y está en la edad de querer llegar un poquito más tarde a su casa.
—No me gustan estas cosas, Eiza. Hoy en día hay mucho loco suelto y Rocío aún es una menor. No deberías haber dejado que te engatusara porque...
—Lo sé... lo sé... soy una blanda y tienes toda la razón —sonrío ella—. Pero es que he sido incapaz de decirle que no.
Verla ante él con aquella sonrisa pícara en los labios fue lo máximo que Sebastián resistió y acorralándola contra el sofá se tumbó encima de ella y posando sus manos sobre sus caderas murmuró quitándole la camiseta.
—Esto lo vas a pagar, muy... muy caro.
—Bien... Me gusta lo caro —se burló haciéndola sonreír.

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