capítulo 21

238 11 0
                                    

Superada aquella absurda discusión, días después, Eva, Sebastián y Eiza fueron al Hospital Universitario de Guadalajara para recoger a Almudena. Tanto la madre como el bebé estaban de maravilla, pero Almudena llevaba dos días sin parar de llorar. Cualquier cosa que le dijeras la hacía llorar una y otra vez y aunque todos se preocuparon, los médicos los calmaron indicándoles que aquello era normal. Las hormonas de la nueva mamá aún estaban revolucionadas y por eso lloraba continuamente. Cuando dejaron el coche en el parking y se dirigían al hospital se cruzaron con dos hombres vestidos de policía.
—Mmm... Cómo me encantan los uniformes —suspiró Eva al verlos pasar y mirando a la joven que caminaba junto a su hermano preguntó—: ¿No te encantan los hombres así vestidos? ¿No te parecen varoniles?
—Definitivamente sí —rio Eiza tras mirar a Sebastián—. Cada vez que tu hermano aparece vestido de policía ¡me vuelve loca!
Sebastián se carcajeó
—Normal querida, cuando se visten de negro desprenden sensualidad y testosterona por todos sus poros y al recordar a Damián, el sexy compañero de su hermano, suspiro—. Uff... ya te digo, hay cada uno.
Sebastián, al ver aquel gesto, le dio un empujoncito.
—Hermana, por favor. No es necesario que todos se enteren que te vuelven loca algunos de mis compañeros de la base.
—Dios... es que allí hay material de primera —suspiró esta—. Por cierto Ei, cuando quieras vamos a hacerle una visita a mi hermano a la base. Almudena y yo de vez en cuando vamos y nos damos un alegrón a la vista. Te aseguro que merece la pena
—Vale... encantada.
—Chicas, olvídense de eso—las reprendió Juan.
Lo que menos le apetecía era ver a Eiza en la base, rodeada por los depredadores de su unidad y menos junto a la entrometida de su hermana. Definitivamente no era buena idea.
—Anda... ahora que lo pienso —dijo Eva— Quizá a Almudena le vendría de lujo darse un homenaje visual para que deje de llorar por el simple hecho de existir.
—Tranquila. Se le pasará—aseguró Sebastián divertido.
—Mira, hermanito no es por nada. Pero tú podías tirarte el rollo un poquito ¿no crees?
Sorprendido por aquello la miró y preguntó:
—¿Tirarme el rollo? ¿En qué?
—En proporcionarle a tu llorosa y lacrimosa hermana Almudena un poco de felicidad visual y de paso también a nosotras. Tampoco es tanto pedir, ¿no?
—Oh, sí... sería un bonito detalle—asintió Eiza y divertida le enseñó la pulsera que llevaba y le susurró al oído—: Te recuerdo que yo tengo un todo incluido.
—Sería un gran detalle—prosiguió Eva sin percatarse de cómo aquel fruncía el ceño.
Sebastián finalmente sonrió por sus ocurrencias y tras cogerlas por la cintura murmuró:
—Ni la base, ni mis compañeros por muy guapos que les parezcan son para divertirse.—Y para enfadar a su hermana comentó—.Además, a ti, señorita entrometida te da lo mismo un policía de verdad que un chico vestido para la ocasión ¿verdad?
—Pues tienes razón. Me da igual. Soy una conformista nata —asintió divertida—. Por lo menos del chico sé lo que espero. Por lo tanto, y si no quieres que aparezcamos por la base con nuestra hermana llorona, ya sabes lo que tienes que hacer para alegramos el alma, la vista y alguna que otra cosa más.
Eiza disfrutaba de aquel momento familiar mientras se cruzaba con personas que en traban y salían del hospital. Aquella libertad le encamaba y sonrió satisfecha de su anonimato. Aquello era maravilloso. Tras subir en el ascensor a la tercera planta entraron en la habitación. Allí estaban Manuel y el abuelo Goyo haciendo caras al pequeño Joel.
—¡Oh... mis salvadoras! Sin ustedes todo hubiera sido un desastre—gimió Almudena al verlas aparecer llevándose un pañuelo a la cara.
—¿Seguimos en plan drama?—se burló Eva al ver a su hermana.
—Sí, seguimos—asintió Manuel tras suspirar.
—Ay, hermosa... no lo sabes tú bien—contestó el abuelo Goyo poniendo los ojos en blanco.
—Pero no llores cariño, que tienes un bebé precioso. — Eiza corrió a abrazarla.
Sebastián miró a su padre y a su abuelo, quienes se encogieron de hombros y para hacer sonreír a  su hermana dijo:
—Aquí te traigo a las enfermeras más alegres de todo Guadalajara, Almudena. Estoy segura que en este hospital tomarán en cuenta su inestimable experiencia como matronas.
Divertida por aquello, Eva se acercó a la cama y le dio un beso a su hermana. Se veía bien aunque con la nariz hinchada como un tomate y los ojos rojos y vidriosos. La besó y le limpió los ojos con un kleenex.
—Que sepas mona, que gracias a tu hijo y a ti he decidido privar a este mundo de la existencia de mi descendencia. Y por supuesto, y muy importante, no volveré a quedarme a solas con ningún hombre por muy guapo e irresistible que sea.
—No me digas eso. No quiero sentirme culpable por no tener más sobrinos — lloriqueó aquella.
—Ni caso, Almudena —la consoló Sebastián—, Se acaba de cruzar con unos tipos con uniforme y te aseguro que por su linda boquita ha salido de todo menos la abstinencia.
—Y he pensado en ti eh... Almu. Le he dicho a nuestro hermanito que sería algo tremendamente recomendable para ti que te alegrare la vista con unas buenas tabletas de chocolate y unos estupendos oblicuos bien trabajados —apostillo Eva consiguiendo que aquella por primera vez sonriera.
—Esta muchacha es un caso perdido—sonrió el abuelo Goyo.
Todos sonrieron. En especial Sebastián, al que se le veía pleno y feliz. Al principio, ninguno quiso pensar que Eiza era la causa de su felicidad, pero todos lo deducían. Se le notaba relajado desde que aquella joven había aparecido en su vida y eso les gustaba. Tras un rato en el que consiguieron hacer reír a la llorona, Eiza se acercó a la cunita del recién nacido y murmuró:
—Es precioso. Es el bebé más bonito que he visto en mi vida.
Aquel comentario hizo que Manuel mirara a su hijo y le guiñara el ojo. Este al ver aquello junto las cejas y su padre sonrió. No era para menos.
—Un nuevo pequeño al que mimar—asintió el abuelo Goyo encantado.
La puerta se abrió y una enfermera morena y de mediana edad entró. Tras saludarlos a todos con una tímida sonrisa preguntó:
—¿Todo bien por aquí?
Almudena fue a responder pero su padre se le adelantó.
—Magníficamente.
Aquella extraña se agachó y tras mirar al pequeño Joel que dormía plácidamente en su cunita murmuró:
—Es un niño muy guapo.
—Y hermoso. Casi cuatro kilos que ha pesado —asintió el abuelo Goyo satisfecho.
La enfermera tras sonreír por el comentario del anciano, cruzó una mirada con Manuel y dijo:
—Se parece mucho al abuelo.
—Gracias —sonrió Manuel, mientras Sebastián, Eva y Almudena cruzaban sus miradas sorprendidos.
¿Qué estaba pasando allí?
La enfermera, tras suspirar, se recompuso y dijo:
—Vengo a llevarme al niño. Tenemos que hacerle unas pruebas.
—¡¿Pruebas?! Ohh, Dios mío. ¿Qué le pasa? —gimió Almudena comenzando a llorar.
Manuel, acercándose a la enfermera le preguntó en tono preocupado:
—¿Le ocurre algo al niño?
—No...Manuel, no te preocupes—sonrió la mujer mientras cogía al bebé—, Las pruebas que le vamos a hacer se las hacen a todos los bebés cuando nacen antes de marcharse del hospital.
—¿Estás segura? —preguntó aquel ante la expectación de todos.
—Si—asintió aquella con una dulce sonrisa.
—¿Qué le van a hacer? —preguntó Almudena.
—Le vamos a pinchar en el talón y...
—Ay pobrecito mi niño... ya comienza a sufrir —gimió la sensible madre comenzando a llorar de nuevo.
La enfermera tras mirar a la joven y sonreír, se acercó a ella y cogiéndole con la mano el óvalo de la cara para que la mirara murmuró:
—Son pruebas rutinarias, no te preocupes. ¿Vale Almudena?
—Vale... si nos lo dices tú, me quedo tranquilo —asintió Manuel con un dulce tono de voz.
Aquel tono de voz de su padre hizo que los hermanos se miraran los unos a otros. ¿A qué se debía aquella sonrisa? Y sobre todo, ¿por qué aquella mujer sabía el nombre de su padre? La enfermera sonrió de nuevo, pero cuando se dio la vuelta para salir, el abuelo Goyo se plantó delante y dijo en tono poco conciliador:
—Yo te acompaño. No hago más que ver en la televisión que roban niños, y este es tan hermoso que no puedo dejarlo marchar sin mi vigilancia. ¿Quién nos asegura que no nos lo van a robar?
—¡Abuelo! —protestó Sebastián, mientras Eiza sonreía.
—Ni abuelo, ni nada. El pequeño es una hermosura y no va a ningún lado si no voy yo.
Sebastián divertido por cómo su abuelo se aceleraba en décimas de segundos, se acercó a él y en tono tranquilizador dijo:
No te preocupes. Estoy seguro que esta enfermera lo cuidará y enseguida lo traerá para que podamos irnos.
—¡Que no!—insistió el anciano—. Que de aquí no sale el niño sin su bisabuelo detrás.
—Goyo... no te preocupes —dijo Manuel con seguridad—. Quédate con los muchachos mientras yo acompaño a Maite. Me aseguraré que nuestro Joel regrese junto a su mamá.
—Si papá acompáñale —gimió Almudena.
Dos minutos después, la enfermera y su padre desaparecieron tras la puerta y Eva miranda a su hermana susurró:
—¡¿Maite?! Es mi impresión o papá y esa enfermera?...
—¿Papá ligando?—preguntó Almudena secándose las lágrimas.
—No empiecen que las conozco —se burló Sebastián.
Eiza sonrió y Eva sorprendida por lo que había visto minutos antes dijo:
—¿Vieron cómo se puso de meloso papá y como miraba a esa mujer, a Maite?
Vaya... vaya con papá, si al final va a ser más ligón que tú.
—A ver señorita entrometida —rio Sebastián—. Papá es papá y yo... soy yo.
Aquel comentario de Eva, hizo que Eiza frunciera el ceño, pero finalmente sonrió. Escuchar las cosas que aquellos decían ante la cara de sorpresa del abuelo Goyo, no tenía precio. Ver aquella familia tan unida y con sus bromas... Eso era lo que siempre había anhelado tener y, de pronto, aquellas personas se lo estaban dando todo.
Cinco minutos después el abuelo Goyo miró en dirección a Eiza.
—Bonita, ¿vamos a tomar un café?
—Oh, sí... ahora mismo—asintió Eiza.
—¡Abuelo Goyo que no puedes fumar! —le recordó Eva sonriendo.
El anciano al escuchar aquello, levantó el bastón y gruño.
—Me cago en todo. ¿Quién ha dicho que voy a fumar?
Eiza se tapó la boca para no sonreír. Estaba claro lo que el anciano quería y Sebastián, suspirando, indico:
—Vamos, abuelo... yo los acompañaré.
—Sebas, no te ofendas. Pero me gusta más la compañía femenina.—Pero al ver como este lo miraba dio un taconazo en el suelo y dijo—: De acuerdo, vayamos a la cafetería.
—Buena idea abuelo...buena idea —sonrió Sebastián, que antes de salir por la puerta dijo en broma —: Se me comportan chicas.
Una vez se quedaron solas Almudena, ya más tranquila, dijo:
—Qué fuerte lo de papá con la enfermera. ¿Maite? ¿Quién es Maite?
—Está visto que los uniformes nos ponen a todos los de la familia—se burló  Eva haciendo reír a carcajadas a Eiza—.Yo creo que aquí hay royo caliente. ¿Has visto como se miraban?
Eiza, sintiéndose una más entre aquellas, añadió:
—Quizá no deba de decir esto, pero su padre es un hombre joven, solo y creo que se merece ser feliz ¿no creen?
—Te doy toda la razón, pero ¡Dios! verás cuando Irene se entere —susurró Almudena.
—Calla... y no me lo recuerdes —suspiró Eva—. Que como aquí haya royo nuestra santa Irene, estoy segura de va a formar la tercera guerra mundial.
Sobre las seis de la tarde todos estaban en la casa de Manuel en Sigüenza. Como era de esperar, Almudena lloró al entrar con su hijo, cuando entró en su habitación, cuando se miró al espejo, cuando el bebé hizo caquita y en todas las ocasiones habidas y por haber. Una hora después los hombres agotados de tanta lágrima decidieron ir a comprar provisiones a la tienda de Charo, mientras las chicas se quedaban en casa. Poco después llegó Irene con sus hijos para achuchar al pequeño Joel, que plácidamente dormía en su cunita.
—Ay qué hermoso —susurró Rocío al ver a su pequeño primo.
—Si... es muy lindo —gimió la joven madre emocionada.
—Tía Almu ¿Puedo cargarlo?—preguntó la pequeña Ruth.
—Ahora no cielo, esta dormidito. Pero cuando se despierte te prometo que serás la primera en cargarlo.
Javi, que como siempre andaba con su balón bajo el brazo, tras ver a su tía continuamente llorando dijo acercándose a la cuna:
—Vale mamá ya lo he visto ¿puedo irme a casa de Jesús a jugar?
Su madre asintió.
—Sí, hijo si puedes irte a jugar. Pero de allí no te muevas hasta que yo vaya a buscarte.
¿Entendido?—una vez el pequeño salió murmuró divertida—: Es un futuro hombre y lo quiero con locura, pero tiene menos sensibilidad que un calamar.
Durante un rato las mujeres estuvieron hablando del bebé, de sus ojitos, sus cachetes y lo precioso y gordito que estaba hasta que la pequeña Ruth para llamar la atención dijo:
—Me duele la tripita.
—Ay mi niña ¿Qué te pasa? —se alarmó Almudena.
—Tendrá hambre —replicó su madre con tranquilidad— Ve a la cocina y coge un yogur del frigorífico del abuelo.
—Yo quiero una palmera de chocolate—exigió la niña en tono de capricho.
—Ruth, no sé si el abuelo tiene palmeras en casa. Ha ido a comprar y...
—Pues yo quiero una palmera. Y la quiero ahora —insistió.
Aquel tono de voz y en especial como la niña se hacía notar hizo que las hermanas se miraran y Eva en tono de broma dijera:
—Me huele a celos.
Consciente de la carita de le pequeña, Eiza sonrió y tomándola del brazo le preguntó:
—¿Quieres que vayamos a la cocina y miremos lo que tiene el abuelo?
—Sí—sonrió la pequeña al ver que había conseguido la atención de alguien.
Segundos después llegaron a la cocina. Eiza no sabía dónde guardaba las cosas Manuel, por lo que dejo que la pequeña se lo indicara. Su felicidad fue total cuando encontró lo que ella ansiaba.
El abuelo, como siempre, tenía palmeras de chocolate para ella.
Cuando regresaban al salón sonó la puerta de la calle y una amiguita la reclamó para jugar. Irene dio su consentimiento y la niña se marchó a casa de Úrsula, una vecina.
—Mamá, ¿iremos de compras a Madrid? —preguntó Rocío.
—No lo sé. ¿Por qué?
La joven al ver que su madre no la miraba insistió.
—Mamá quiero que me compres el abrigo de cuero que te dije en la tienda de JLo ¿no lo recuerdas?
Irene suspiró y mirando a su hija respondió:
—Sé que te vas a enfadar, pero tengo que decirte que lo que me pides es imposible, cielo. Tú padre necesita una nueva radio para el camión y el sueldo de él no da para mucho. Por lo tanto, y aun a riesgo de que no me hables el resto del año, tengo que decirte que no te puedo comprar el abrigo de cuero que quieres.
—Mamá ¡me lo prometiste!
—Lo sé cielo, pero tenemos un límite para los gastos y no contaba con la increíble factura de la calefacción y el seguro del hogar.
—¿Qué abrigo de cuero quieres? —preguntó con curiosidad Eiza.
Conocía toda la ropa de su amiga JLo y quizás ella pudiera hacer algo.
—Pues uno que cuesta un riñón y parte del otro —se quejó Irene.
—El nuevo de la colección de Jennifer López—suspiró Rocío. Uno que ella luce en su nuevo catálogo. Me encanta ¡es precioso!
Eiza asintió. Tendría que mirar el último catálogo de su amiga para saberle qué abrigo se trataba. Irene, entristecida por tener que darle aquella noticia a su hija prosiguió:
—El problema es que si te compro ese abrigo de regalo de Reyes, el resto de la familia se quedaría sin regalos. ¿Crees que eso sería justo para ellos?
—Vale mamá... lo entiendo.
Sorprendida por aquella contestación Irene miró a su hija y murmuró boquiabierta:
—¿De verdad, cielo que lo entiendes?
—Que sí, mamá—suspiró sabedora de que su madre tenía razón. El sueldo de su padre no daba para mucho y tener un abrigo tan caro era un sueño imposible. Además, no quería enfadarla. Había quedado con unos amigos un par de horas después para ir a tomar algo al pueblo de al lado y mejor contentarla a que le prohibiera salir.
Olvidado el incidente del abrigo, todas siguieron adorando al pequeño hasta que Eva dijo:
—Es precioso... ¿Pero es solo cosa mía o se parece a él?
—Sí. Es igualito a él —asintió Rocío muy segura de lo que decía.
Eiza no entendió aquel acertijo hasta que Almudena mirando a su bebé asintió y como era de esperar gimoteó llevándose el kleenex a la boca:
—Es idéntico a su padre.
—Por Dios, Almu, pareces un bulldog con tanta baba —se mofó Eva al verla.
Irene al escuchar aquello le dio un pellizco y consoló a la llorona abrazándola.
—Ya está, cielo... ya tranquila.
Diez minutos después y tras conseguir que Almudena dejara de llorar, miró a su precioso hijo y dijo más tranquila:
—Si lo viera Saúl se quedaría de piedra. Es idéntico a él.
—Por cierto y hablando de piedras —dijo Eva para cambiar de tema—. Irene, ¿a que no sabes quién es un ligón impresionante?
Eiza y Almudena se miraron sorprendidas. Sabían lo que iba a decir y centraron toda su atención en Irene que con gesto dulce miraba al pequeñito.
—¿Quién es un ligón? —se interesó Rocío tras mirar su móvil.
—Tu abuelo, vamos, mi padre.
—¡¿El abuelo?!
—¡Ajá!
—¡¿Mi abuelo?!—Pregutó Rocío sorprendida.
—El mismo que viste y calza. Ya ves... tenemos otro latín lover en la familia además de nuestro guapo Sebas—asintió Eva esperando la reacción de su hermana mayor que no se hizo esperar.
Irene levantó el rostro y tras clavar la mirada primero en su hija y después en sus hermanas, dijo en un tono de voz nada sorprendido:
—Pues hace muy bien. Papá es un hombre joven y se merece ser feliz. ¿No creen?
—Dios mío bendito, que a ti no hay quien te entienda—se burló Eva al escucharla.
—¡Mamá! Pero ¿has oído lo que han dicho las tías?
—Sí cariño, claro que lo he oído. Y repito. Me parece muy bien que el abuelo salga con alguien. La abuela murió hace años, para nuestro pesar y el suyo, y necesita compañía.
—¡Qué fuerte! Contigo una no sabe cómo acertar—murmuró Eva mirando a Eiza.
—Y que lo digas —asintió Almudena.
Sorprendidas como nunca en su vida, Eva y Almudena se acercaron a su hermana y poniéndole la mano en la frente murmuró Eva.
—Llamen a una ambulancia con urgencia.
—Irene ¿estás bien?—preguntó Almudena.
Esta tras sonreír a Eiza que las estaba observando apartada, se sentó junto a la cuna del pequeño Joel y dijo:
—Yo estoy perfectamente. ¿Y ustedes?
—Pero... pero... yo pensé que ibas a formar la tercera guerra mundial —cuchicheó Eva.
—Ash, Eva María. Qué exagerada eres —rio Irene.
—Pero vamos a ver ¿con quién sale el abuelo? —preguntó Rocío.
Irene, Tras tapar con la manta al bebé las miró y contesto con una sonrisa:
—Con una señora encantadora desde hace al menos año y medio.
—¡¿Cómo?! —gritaron sorprendidas Eva y Almudena.
—Relájense, mujeres modernas —se mofó Irene tras soltar su noticia—. ¿A qué viene tanto alboroto? Ni que estuviera saliendo con una putingui.
—¡¿Putingui?! ¿Qué es eso? —preguntó sorprendida Eiza.
Rocío respondió divertida:
—Putingui, puta, guarra, zorra, o una mujer sueltecita de bragas.
—Ah... vale o como digo yo una lobuqui—se carcajeó Eiza.
l.as hermanas, ante la defensa de Irene de aquella desconocida corrieron a sentarse a su lado.
—Comienza a hablar si no quieres que te torturemos —dijo Almudena tras ponerse un flotador bajo el trasero.
Irene, suspiró y pasó a relatarles cómo su padre, hacía cosa de dos años, le comentó una tarde que había conocido a una mujer en uno de los chequeos del abuelo Goyo en el hospital Universitario de Guadalajara. En un principio no quiso hacer caso a sus sentimientos, hasta que un día el abuelo Goyo, al ver a la joven enfermera en la cafetería del hospital, ni corto ni perezoso se empeñó en desayunar con ella. Aquel primer contacto hizo que el abuelo Goyo confirmara sus dudas. Se había dado cuenta de cómo su yerno, que había estado felizmente casado con su hija, evitaba mirar a la simpática enfermera que se deshacía en atenciones hacia ellos.
—Así que el abuelo Goyo hizo de celestina —sonrió Eva.
—Ya te digo —asintió Irene—. Es más, el abuelo fue el que consiguió el teléfono de Maite, la enfermera, y se lo dio a papá para que la llamara. Entonces papá me llamó un día a casa y me contó lo que pasaba. Sabía que ustedes y Sebastián aplaudirían su decisión, pero también sabía que yo no lo haría, y decidió contarme lo que ocurría antes de que yo me enterara por otro canal y me pudiera enfadar.
—Ay qué lindo que es papá—gimoteó Almudena de nuevo.
—El caso es que cuando papá me lo dijo — prosiguió Irene—, al principio me quedé sin saber que decirle. El que esa mujer formara parte de su vida, me hizo pensar que ya se había olvidado de mama. Yo me enfadé con él y le dije cosas que luego me arrepentí y decidió olvidarse de ella. Papá antepuso nuestra felicidad a la suya propia. Una semana después, el abuelo Goyo se enteró de lo ocurrido, vino a verme a casa y me hizo entender, bastón en alto —rio emocionada al recordar aquello—, que papá se merecía volver a ser feliz.
—Ay qué lindo es el abuelo Goyo —volvió a suspirar Almudena justo en el momento en que Eiza le pasaba un nuevo kleenex que ella aceptó encantada.
—Y tú qué bruta, Irene—siseó Eva mirando a su hermana.
—Lo sé y por eso cambié de opinión. El abuelo Goyo me hizo entender que papá hubiera dado la vida por mamá y que la querría toda la vida, pero que él estaba vivo y se merecía tener una nueva ilusión. En definitiva, hablé con papá y le obligué a llamar a Maite delante de mí. Desde entonces siempre que él va a Guadalajara queda con ella y se ven. Incluso ha venido a casa un par de veces, pero como las dos estaban viviendo en Madrid no se enteraron y Sebastián, por su trabajo, tampoco. Papá me dijo que no dijera nada porque quería ser él quien les diera la noticia si lo de ellos continuaba. Y ahora, vamos a ver ¿cómo se enteraron?
—En el hospital. Esta mañana ha entrado una enfermera, Maite, a la habitación a por Joel, y...
—¿Qué les pareció Maite?—preguntó emocionada Irene ¿Verdad que una mujer encantadora? Oh, Dios... a mí me cae fenomenal y siempre que voy a Guadalajara hago como papá, la llamo y me tomo un café con ella.
Almudena y Eva se miraron y divertida esta última respondió:
—Pues... no hemos hablado con ella y...
El timbre de la puerta sonó y Rocío se levantó para ir a abrir. Dos segundos después la joven entraba en el salón seguida de dos impresionantes policías municipales.
—Mamá...estos... estos señores preguntan por...
— ¿Pero qué ven mis ojos? —gritó Eva sorprendiéndolas a todas.
—Dos policías —respondió Almudena sin entenderla.
—¡Wow! ¡Adelante!—gritó Eva al ver a aquellos musculosos y atractivos hombres vestidos de policía. Eiza, al ver aquello, se quedó boquiabierta, pero Eva se levantó y llegando hasta donde estaban le dio un cachete en el trasero al más alto y dijo dejando a sus hermanas sin palabras —: Mmm... me encanta este trasero redondo. Lo bien que te queda el uniforme y el cinturón que llevas en la cintura.
—¡Eva María! —gritó Irene sorprendida por aquel descaro.
El policía miró a la joven que sonreía a su lado y tras cruzar una mirada con su compañero dijo:
—Me alegra saberlo, señora.
—¡Señorita! —recalcó divertida.
—Señorita —repitió el municipal.
—Vaya... vaya... veo que mi hermanito por fin se ha dado cuenta de que necesitamos un alegrón para el cuerpo y la vista.
—No lo puedo creer —murmuró Eiza sorprendida. ¿Sebastián había enviado a unos boys para alegrarles la tarde?
—Créetelo nena—rio Eva al escucharla—. Sebas es el mejor.
Irene y Almudena, patidifusas, miraban a su hermana pequeña revolotear alrededor de aquellos policías cuando la escucharon decir:
—Vamos, nenes, pongan la musiquita y comiencen el espectáculo. Somos todas ojos ¡guapos!—Y mirando a su hermana Almudena le cuchicheó—: Le dije a Sebastián que un numerito de estos te vendría bien ¡y aquí están!
—Wow—rio Almudena complacida—, ¿En serio?
—Ya te digo.
—Uff... con esto me va a subir la calentura.
—No importa, Almu... disfrútalo.
—Entonces... vamos nenes. Enseñen lo que saben hacer que acabo de ser madre, estoy sin pareja y desesperada por ver un cuerpo musculoso—aplaudió Almudena divertida cambiando radicalmente su tono de voz.
Eiza al escuchar aquello se tapó la boca con las manos. Aquello era lo más surrealista y divertido que había vivido nunca y no pudo evitar carcajearse, mientras pensaba en el detallazo que Sebastián había tenido al enviarles aquella diversión.
Los policías, sin saber realmente de qué hablaba, se miraron y el más alto, tras clavar su mirada en las jóvenes alocadas, en especial en la que estaba junto a la cunita del bebé, dijo:
—Preguntamos por...
—Por Eva, Almudena, Eiza, Irene y Rocío ¿verdad? —susurró Eva.
—No precisamente—respondió el policía divertido.
—Venga guapos, no se hagan de rogar—cuchicheó Almudena.
Avergonzada por sus hermanas, Irene se acercó a su hija y tapándole los ojos dijo:
—Tú no mires, cielo... a tus tías se les ha ido la cabeza.
—Quita mamá—protestó Rocío que no quería perderse nada.
—Vamos, nenes, pongan la música y comiencen a quitarse la ropa—suspiró Eva sentándose junto a Eiza que se retorcía de risa.
—Eva María ¿te has vuelto loca?—protestó Irene al escucharla.
—No cielo... loca te vas a volver tú cuando veas el cuerpazo que se gasta ese moreno, con más morbo que el mismísimo Hugh Jackman en Australia.
—Miren señoritas, no sé a qué se refieren —respondió el policía más alto levantando la voz—. Tanto mi compañero como yo les agradecemos los piropos que nos han dicho, aunque siento decirles que por mucho que ustedes nos digan, la denuncia que acaba de poner su vecina, Asunción Castañedo, a Javier López Morán por haberle roto el cristal de su puerta, no se la vamos a quitar.
Como si se hubieran caído de un quinto piso todas se quedaron calladas e Irene torciendo la cabeza al más puro estilo de la niña del exorcista gritó.
—¡¿Que la sinvergüenza de la Asunción, la ruca esa le puso una denuncia a mi niño?! ¡¿A mi Javi!?
—Sí, señora. Me alegra saber que por fin nos entendemos —asintió el policía alto aun sonriendo.
Como un cohete a propulsión la madre de la criatura corrió al exterior y antes de que ninguno pudiera llegar donde estaba ella se comenzaron a escuchar gritos.
—Ay madre ¡la que se va a armar! —gritó Eva y mirando a su hermana dijo antes de salir—: Almu, quédate aquí con Joel que tú no estás para líos.
Dos segundos después las jóvenes discutían con Asunción y las hijas de esta, cuando la susodicha se abalanzó sobre Irene y, como si de una batalla campal se tratara, todas las mujeres comenzaron a gritar y a empujarse. Eiza en un principio intentó mantenerse a un lado. No estaba acostumbrada a aquel tipo de problemas, ni contactos. Pero al ver como dos agarraban a Eva, no se lo pensó dos veces y se metió por medio. Al pensar en su peluca intentó por todos los medios que nadie la agarrara del pelo, pero era imposible, había manos por todos los lados. Almudena que observaba todo aquello dando gritos desde la ventana, al ver el problema, no se lo pensó y dos segundos después estaba metida en todo aquel problema en camisón. Los policías, sorprendidos por el problema se había armado en décimas de segundo, se metieron por medio para separarlas pero era misión imposible. Eran muchas mujeres para ellos dos. En ese momento llegó un coche. Sebastián junto a su padre y su abuelo al ver aquello y reconocer a sus hermanas y a Eiza en aquel problema se acercaron rápidamente y entre todos consiguieron separarlas.
—Pero ¿qué le pasa? —preguntó Sebastián tras comprobar que todas, en especial Eiza, estaban bien a pesar de que respiraban con dificultad.
—¡La ruca de la Asunción!—gritó Irene—, Pues ha denunciado a Javi porque dice que le ha roto los cristales? Cuando Javi está jugando en casa de Jesús.
—¡Tu hijo me ha roto el cristal de la puerta de un balonazo! —gritó esta como una verdulera,
—¡Imposible! —Voceó Almudena— El niño no pudo ser.
—¡Ha sido ese sinvergüenza con cara de delincuente! ¡Lo he visto con mis propios ojos!—gritó una de las hijas de la otra.
—Será mentirosa la tipa esta—gruñó el abuelo Goyo con el bastón el alto.
—¡Mentiroso usted viejo verde!—gritó la ofendida.
—Ya quisieras tú que yo te tocara ¡so fea! —se mofó—. Vamos, ni con un palo y a distancia te tocaba yo.
—Asqueroso... baboso. Cierra esa boca sin dientes.
—Mire señora —gritó Eiza encendida—. Como vuelva a insultar a este hombre te las va a ver conmigo, porque tú sí que te quedarás sin dientes cuando yo te los arranque y me haga un collar con ellos ¿Quieres?
Sebastián, sorprendido, la miró y el abuelo gritó:
—Aquí está mi bonita, ella si tiene ovarios —Eso abuelo, tú anímala —gruñó Sebastián deseoso de acabar con aquello.
—¿Y tú quién eres? —gritó una de las hijas de la ofendida—. ¿La que se pasa por la piedra ahora al policía?
—¡Señoras!—gritó el municipal incapaz de parar aquello.
Manuel fue a responder a aquella ofensa pero Eiza se le adelantó:
—¡Yo soy la que te va a arrancar los dientes como sigas diciendo tonterías!—gritó haciendo carcajearse a Almudena.
—Asunción —protestó Manuel enfadado—.Diles a tus muchachas que no falten a mis chicas o...
—¿O qué? ¿Acaso nos vas a pegar?
—¡Perra. Si es que todos los de tú familia son unos delincuentes—gritó el abuelo Goyo levantando el bastón—. Asunción, eres más perra que...
—¡Abuelo! —gritó Sebastián para hacerlo retroceder.
Por todos era bien conocida la enemistad de aquellas dos familias vecinas, las Chuminas y los Rulli desde hacía años, por unas tierras.
—Su nieto nos ha roto los cristales de la puerta — protestó Asunción mirando a Manuel que estaba horrorizado por todo aquello.
—Imposible —gritó la madre del niño—. He repetido mil veces que él no ha podido ser. Estoy segura de que te estás equivocando y tú lo sabes.
—Oh... dijo su santa madre — se mofó aquella—. Tú qué sabrás si estabas zorreando con tus hermanas en casa.
—¡Zorreando! — gritó Almudena muerta de risa.
—¡¿Zorreando?! —repitió Eva—. Aquí la única que zorra eres tú ¡so perra!
—Chicas... chicas... no entren en su juego—protestó Sebastián al ver aquello
—Señoras tranquilícense y acabemos con esto —insistió el municipal intentando no sonreír ni mirar a Almudena.
—¿Dónde está Javi? —preguntó el abuelo del niño intentando poner paz.
—En casa de Jesús, el hijo de Eulalia —informó Eva muy enfadada.
—Ve a buscarlo ahora mismo y aclaremos esto de una vez —insistió Sebastián al ver como su hermana mayor comenzaba a encenderse de nuevo.
Sin perder tiempo, Sebastián se presentó a aquellos dos policías y rápidamente comenzaron a hablar entre ellos de lo ocurrido. Cinco minutos después, Javi, junto a Jesús y la madre de este llegaban al lugar de los hechos donde se aclaró que los niños no habían salido de la casa en toda la tarde. Rompieron la denuncia allí mismo y cuando Sebastián obligó a sus hermanas a entrar en casa, el policía alto, antes de montarse en el coche patrulla, se acercó hasta Eiza, Almudena y Eva y dijo para su sorpresa:
—Cuando quieran, acabamos el numerito, nenas.
Almudena soltó una carcajada mientras las otras dos se ponían rojas como tomates. Finalmente se encaminaron hacia el interior de la casa muertas de risa, mientras Sebastián sin entender nada preguntaba:
—¿A qué se refería el municipal?
—Mejor no preguntes—se mofo Almudena, quien no volvió a llorar más.

"MI VERDADERO AMOR"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora