capitulo23

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Sin decir nada más Sebastián la besó. Comenzó devorándole los labios para después bajar lenta, muy lentamente su boca hasta su cuello. En aquel pequeño recorrido, cientos de dulces besos acompañados de delicadas caricias hicieron que a Eiza se le pusiera la carne de gallina y tirara de la toalla que aquel tenia enrollada en la cintura hasta hacerla caer al suelo. Tener a Sebastián desnudo sobre ella era sensual, morboso y altamente excitante. Con delicadeza recorrió con las uñas la piel de su espalda. Su olor varonil y cómo la miraba la hacían vibrar sin que ni siquiera la tocara. Sebastián, incapaz de seguir un segundo más sobre ella sin cumplir su objetivo, se incorporó y, por el camino, le arrancó los pitillos elásticos negros que ella llevaba, quedando ante él desnuda y solo con un bonito tanga rosa.
—Canija... me vuelves loco —susurró excitado mientras metía su mano dentro de la diminuta prenda que ocultaba lo que él deseaba poseer y comprobaba lo húmeda que estaba.
Incapaz de decir nada ella asintió. Sebastián era un excelente amante y se lo demostraba cada vez que le hacía el amor. Deseosa de sus caricias le besó. Atrajo su boca hasta la de ella y se la devoró justo en el momento en que él le abría las piernas con las suyas. Aquello la excitó más, y todavía más cuando vio la intensidad de su mirada y lo que se proponía. Excitada, sintió como él recorría su cuerpo con la punta de la lengua lentamente hasta llegar a su sexo y le quitaba el tanga. Después le separó los muslos y tras sonreír bajó su boca hasta los pliegues de su sexo y lo besó. Aquel simple contacto le arrancó un gemido mientras sentía que todo su cuerpo se abría para él. Deseoso por saborear lo que tenía ante él, sebastian exploró pausadamente aquella feminidad mientras ella con los labios entreabiertos dejaba escapar dulces y sensuales gemidos. Cuando su boca llegó al clítoris lo rodeo con su lengua y lo lamió con deleite para después succionar con suavidad. La agarró de las caderas con posesión y levantándoselas del sillón le devoró con tal pasión su rosada feminidad que ella gritó.
—¡Oh... sí!
Excitada, complacida y deseosa de más, le agarró del pelo y gimió mientras un devastador orgasmo la hacía temblar ante él, que endurecido como una piedra, posicionó su ardiente miembro entre sus piernas y la penetró. Tumbándose sobre ella, le agarró las muñecas y tras besárselas se las sujeto por encima de la cabeza y comenzó a moverse con un ritmo cautivador y regular. Entregada totalmente a él, arqueó la espalda en busca de que profundizara más mientras apretaba las piernas alrededor de su cintura. Quiso gritarle que siguiera, que no parara nunca, pero era incapaz. Oleadas de placer explotaban en su interior a cada nueva embestida. Ver el placer que le proporcionaba, excitó aún más a Sebastián, por ello aumento la velocidad de sus penetraciones hasta que la sintió gemir extasiada, entonces y, solo entonces, él se permitió dejarse llevar por un abrasador orgasmo que le hizo soltar un gruñido varonil. Agotados y con las respiraciones alteradas sebastian la miró y antes de levantarse la besó en los labios y le susurró:
—Me gusta mirarte a la cara cuando hacemos el amor. Estas preciosa.
Ella no respondió. Apenas tenía resuello para , y cuando escuchó aquello sintió una nueva oleada de placer que la hizo suspirar.
Segundos después ambos se levantaron del sillón. Sebastián cogió la toalla negra que descansaba en el suelo y se la anudó de nuevo a la cintura. Eiza miró hacia una botella de agua junto a la mesa del comedor y levantándose se acercó hasta ella y tras llenar un vaso de agua bebió. Estaba seca. Sebastián incapaz de quitarle los ojos de encima a aquella mujer, recorrió con deleite su cuerpo desnudo y acercándose a ella volvió a besarla mientras susurraba:
—Tú y yo esta noche tenemos muchas cosas que hacer. Muchas.
Encantados por la magnífica noche de sexo que tenían por delante disfrutaban del momento entre besos y abrazos sin ser conscientes de que alguien les observaba desde el exterior del chalet. Irene, enfadada por la llamada de su hija, quiso saber la verdad. Y en vez de llamar a su hermano por teléfono se presentó en casa de este para ver si Eiza estaba allí o no. Pero tras aparcar frente a la casa se quedó de piedra. Podía ver desde la calle y a través de la ventana como su hermano se besaba apasionadamente con una mujer rubia. ¿Quién era aquella? ¿Y por qué su hermano se la jugaba estando Eiza a punto de llegar? Encendida, indignada e incapaz de marcharse sin hacerle saber al descerebrado de su hermano lo que había visto, se dirigió hacia la casa y pegó el dedo al portero automático. Sebastián vio desde el interior que se trataba de su hermana, abrió la cancela de inmediato e Irene entró hecha una furia en el jardín. Sebastián ordenó a Eiza esconderse. Irene no podía encontrarla allí. No solo porque no llevaba la peluca ni las lentillas, sino también porque se suponía que estaba con su sobrina Rocío. Cuando Sebastián abrió la puerta de su casa solo vestido con la toalla alrededor de la cintura, su hermana lo miró y con gesto agrio dijo:
—¿Te parece bonito lo que estás haciendo? ¡Cochino!
Desconcertado, y sin entender a qué se refería le preguntó:
—¿Qué estoy haciendo?
—Eres como todos. ¡Un insensible! Tienes menos sensibilidad que un dragón y me avergüenzo de ser tu hermana. Yo... yo pensé que por Eiza sentías algo especial. Creí verlo en tu mirada, la manera como la tratabas, pero no... ¡Me equivoqué! Eres un imbécil más que solo piensa con la punta del pito y... y aquí estás retozando con esa puta rubia sin importarte lo que otra mujer sienta por ti. ¡Qué horror! Y encima con una... una rubia de bote que estoy segura que no le llega a la maravillosa Eiza ni a la punta del dedo meñique. ¡Imbécil! Eres un completo imbécil y terminarás más solo que la una por ser eso ¡Te crees más listo que nadie! Pero bueno, ¿acaso no has pensado que Eiza está por llegar? ¿Qué pretendes? ¿Qué te pille ella con esa zorra? Oh, Dios... cómo son los hombres.
Sebastián no habló. No podía sacarla de su error. Se limitó a escuchar aquella reprimenda mientras ella proseguía.
—Ahora me alegro que mi Rocío esté con Eiza Tomando se algo en el pueblo. Mira no le creí cuando me llamo, pero ahora soy feliz al saber que al menos esos dos angelitos se están divirtiendo.
—Lo de angelillos me ha llegado al corazón—se burló Sebastián y su hermana, al escucharlo, le dio un bolsazo.
—Pues sí, imbécil, más que tú sí que lo son. Por lo menos no están engañando a nadie, cosa que no se puede decir de ti. Ojalá se lo pasen bien y disfruten, porque lo que es contigo. Tras el sobeteo que te estás metiendo con esa... esa puta rubia, fuerzas te faltarán. Esto Sebastián... no me lo esperaba de ti.
Sin más se dio la vuelta con cajas destempladas y comenzó a andar pero antes de llegar a la puerta del jardín se volvió y gritó:
—Haz el favor de sacar a esa perra de tu casa y cambiar las sabanas. No querrás que cuando llegue Eiza, la pille aquí.
Dicho esto cerró de un portazo la puerta del jardín y desapareció. Sebastián todavía boquiabierto por aquel arranque de furia de su hermana cerró la puerta de su casa y al volverse se encontró con la divertida mirada de la supuesta rubia que muerta de risa murmuró:
—¿¡Puta?... tu hermana me ha llamado Puta y a ti Imbécil.
—Sí, angelito —suspiró boquiabierto—. Y esto es solo culpa tuya. La mentira que tú y Rocío tramaron, ha traído sus consecuencias.
—Venga, no seas tan negativo y saca el lado positivo de ello.
—¿Lado positivo? ¿Dónde está lo positivo?
Con una pícara sonrisa Eiza corrió hacia las escaleras y antes de comenzar a subirlas con Senda detrás dijo:
—Que tu hermana me quiere y que por fin ha descubierto que eres un imbécil a veces.
Al sentir su felicidad, sonrió y corriendo tras ella escaleras arriba gritó:
—Prepárale canija, porque esto lo vas a pagar muy... muy caro.

"MI VERDADERO AMOR"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora