capitulo 17

203 18 2
                                    

Las horas en la base de los geo pasaban lentamente y el humor del inspector Sebastián Rulli iba de mal en peor. Tras dar por la mañana la clase teórica a un grupo de los geos, salió a correr varios kilómetros con unos compañeros, pero le fue imposible concentrarse. Solo podía pensar en ella. Su mente recreaba una y otra vez su sonrisa, sus labios, su dulce mirada, y recordar su modo de decir «Oh my god...» cuando se sorprendía inexplicablemente lo hacía sonreír.
A la hora de la comida, Carlos que se había percatado de la ceñuda mirada de su amigo, cogió su bandeja y se sentó junto a él al fondo del comedor.
—Cómo la pasaste anoche. Ni te cuento como se puso la fiera de Paula al ver que te marchabas con otra.
Sorprendido por aquello Sebastián levantó la vista de su plato.
—¿Paula? Pero si ella y yo sabemos lo que existe entre nosotros.
—Lo sé. Pero el rechazo en vivo y en directo ante todo el mundo jode, y anoche a Paula la jodiste pero bien.
—¿Cómo se te ocurrió hacerlo tan descarado? Si tenías claro que en el Croll iba a estar A.R. ¿Por qué no despachaste a Paula y luego fuiste al Croll?
Comprendía el reproche de su amigo. Lo había hecho mal. Muy mal.
—Luego la llamaré y le pediré disculpas.
—Harás bien. Porque como tú has dicho Paula es una mujer que tiene las cosas tan claras como tú, pero eso no quita que le moleste si le hacen una jugada como la de ayer.
Sebastián volvió a asentir. No quería pensar en Paula, bastante tenía con Eiza. Durante unos minutos ambos comieron en silencio, hasta que al recordar algo, se metió la mano en el bolsillo derecho de la camisa del uniforme y puso algo sobre la mesa.
—Toma. Ella me ha dado esto para ti.
Carlos, al ver el papel, lo cogió y al darle la vuelta vio una foto de la actriz y leyó en voz alta:
—«Con todo mi cariño y admiración para Laura. Espero que algún día pueda llegar a conocerte. Un beso, Anna Reyna».
—¡Joder! Mi churrita se va a morir cuando vea esto.
—No lo dudo—gruñó Sebastián sin parar de comer.
Carlos se guardó la foto satisfecho y preguntó a su amigo:
—Bueno qué... ¿Cuándo pensabas contarme lo que está ocurriendo? ¿Cómo apareció en tu vida? ¿Desde cuándo se están viendo?
Soltando el tenedor de mala gana sobre el plato, Sebastián contestó:
—Apareció hace unos días. Me preguntó si yo era el policía que la había salvado en el hotel Ritzy... —soltó una carcajada—yo literalmente la eché de mi casa.
—¿Echaste a A.R. de tu casa?
—Sí.
Sorprendido por aquello Carlos cuchicheó:
—Sabía que eras idiota, pero no tanto.
—Luego ella me persiguió cada mañana por el campo mientras hacíamos footing y yo la rechacé.
—Joder, me estás dejando alucinado. Ese bombón, deseado por media humanidad, te perseguía y tú la rechazabas.
—Después la vi en el Croll con Damián y Lucas —continuó sin escucharle—. Al principio no supe que era ella, se había oscureció el pelo y se puso lentillas para pasar desapercibida y yo... yo...
Desesperado se rascó la cabeza ¿verdaderamente había ocurrido lo que contaba?
—A ver, relájate macho que te estoy viendo muy afectado —susurró Carlos mirando a su alrededor. Nadie podía enterarse de aquello o se formaría una buena.
—Esa noche la salve de las garras de Lucas porque estaba borracha, la llevé a mi casa, y no ocurrió nada. Pero desayunamos juntos y empecé a sentir que era algo más que la actriz que vemos en el cine, entonces volví a quedar con ella y...
—¿Te acostaste con A.R.? Joder tío... eres mi héroe.
Sin contestar, ni prestar atención a lo que su amigo decía Sebastián continuó:
—Anoche vi a Menchu en el restaurante, y ella me confirmó que se marchaba a Los Ángeles y deseé volver a verla. Por eso os propuse ir al Croll. Luego allí, cada vez que ella sonreía y hablaba con otro me sentía enfermo y...
—Eso en mi pueblo se llaman celos —dijo su amigo.
—No. Yo no soy celoso.
—Querrás decir... eras.
—No. No lo soy—afirmó con rotundidad.
—Joder, no seas niña —rio Carlos—. ¿Estás celoso? Eso que has sentido se llama celos. Esa mujer te gusta y te gusta de verdad. Aunque bueno, lo raro sería que no te gustara, A.R. que es un bombón además de divertida e ingeniosa, anda vez que recuerdo como se metió a toda tú familia en el bolsillo, increíble!
Al escuchar aquello Sebastián se paralizó. En su vida había sentido celos por ninguna mujer. Pero realmente la noche anterior, cada vez que veía que Eiza bailaba o reía con alguno de los amigos de su hermana, se ponía enfermo. Sobrecogido por lo que acababa de descubrir, miró a su amigo que con una tonta sonrisa le miraba y preguntó:
—¿Por qué coño me miras así?
—Sebas... estás perdido. Te has enamorado de tu exmujer, que curiosamente es... A.R. ¡casi nada we!
—¡Quieres dejar de llamarla así!
—No... colega. A.R. nadie sabe quién es. Pero si digo su nombre al completo ¿crees que la gente no sospechará?
Carlos tenía razón y tocándose los nudillos fue a hablar cuando aquel prosiguió:
—¿Has dicho que hoy se marcha?
—Sí.
—¿Regresa a su perfecto mundo?
—Si
—¿Te jode que se marche?
—Sí—siseó desesperado.
—Pues entonces ¿qué coño haces aquí sentado sin impedirlo?
Desconcertado, Sebastián lo miró. ¿Qué pretendía su amigo que hiciera? Ella era una estrella del maravilloso y luminoso Hollywood y él simplemente un policía español que nunca iba a poder ofrecerle nada de lo que ella tenía ahora.
—Pero ¿qué quieres que haga?
—Joder, macho, pues lo normal en estos casos, impedir que se vaya. Si realmente te gusta, haz algo. No te quedes aquí sentado y con cara de estúpido.
—Es imposible Carlos. Ella es...
Sin dejarlo terminar su amigo interrumpió:
—Sí. Ella es quién es ¿y qué narices pasa? A ver ¿Qué probabilidades había de que ella y tú se conocieran? Y menos aún de que volvieran a coincidir. —Al ver que Sebastián no contestaba prosiguió—. Joder, Sebas, que estás cosas solo pasan una vez en la vida y a ti te ha pasado dos veces y con la misma persona. ¿No crees que será por algo? Vale... los separan muchas cosas, entre ellas medio mundo, y un montón de ceros en la cuenta corriente, pero no me jodas hombre... si esa mujer te gusta ¡a la mierda el resto! Búscala, vive el momento y mañana que salga el sol por donde tenga que salir. Pero no te quedes con las ganas de saber lo que podría haber pasado.
—OMG... —susurró Sebastián y rio como un tonto al darse cuenta que acababa de utilizar la misma expresión de sorpresa que utilizaba ella.
La positividad y empuje de Carlos le hizo reaccionar. Conocer a Eiza era una locura pero le gustaba esa locura. Miró su reloj. Las cinco menos diez.
—Ve a hablar con Sotillo—le animó Carlos—. Cuéntale lo que quieras. Estoy seguro de que no te pondrá ningún impedimento para salir. Te conoce y sabe que tú no te ausentarías de la base si no fuera por algo importante.
Sebastián se tocó la barbilla ¿debería hacerlo? Pero tras pensar en ella, lo vio claro. Debía intentarlo. Emocionado, Carlos siguió a su amigo hasta el despacho del superior. Diez minutos después este salía con una grata sonrisa en los labios.
—¡Perfecto! —aplaudió Carlos, y al verle correr hacia donde tenían aparcados los coches gritó —. ¿Dónde vas así vestido?
Levantando la mano a modo de despedida Sebastián no contestó. Deseaba llegar cuanto antes al parador. No tenía tiempo para cambiarse de ropa.
En la habitación del parador de Sigüenza, la joven estrella de cine miró por última vez por la ventana. Deseaba que aquel paisaje invernal y su paz la acompañaran el resto de su vida. Cerró los ojos y pensó en Sebastián, en su sonrisa, en su voz, en su mirada cuando le hacia el amor.
—Oh my god! ¡Basta de martirizarse!—gritó de pronto.
Abrió los ojos, cogió su bolso y sin pensar en nada más salió de la habitación.
En la recepción del hotel, Paula, con gesto agrio observó salir a Menchu. No entendía la amistad que la unía a aquel mariquita y la joven que lo acompañaba, y que, además, la noche anterior la había privado de Sebastián. Deseó ir a reprenderla, pero al estar atendiendo a los nuevos huéspedes en el mostrador no pudo y se quedó con las ganas. Sin embargo, cuando vio aparecer a la joven morena, y recordó lo ocurrido la noche anterior, llamó a un compañero para que la sustituyese y salió tras ella.
—Un momento, señorita.
Eiza, al escuchar aquella voz, se detuvo, y no se sorprendió al ver quien era la que la llamaba.
Dejando su gran bolso de Loewe en el suelo, se colocó bien la peluca y esperó a que aquella  llegara hasta ella.
—¿Se va ya?—preguntó Paula.
—Sí. En este instante.
Paula pareció intuir que ella sonreía bajo sus gafas oscuras.
—Me alegra saber que se marcha ¡por fin!
—Muy amable—suspiró Eiza.
Acercándose más a ella Paula, murmuró casi en su oído.
—Y en cuanto a lo de anoche, quiero que sepas, maldita zorra que espero que algún día te hagan lo mismo. Yo era quien estaba con Sebastián y tú lo engatusaste a saber con qué malas artes y te lo llevaste para acostarte con el ¿verdad? pero no lo olvides, quien vive aquí soy yo, y no tú. Tú habrás podido gozar de una noche con él, pero yo disfrutaré de él todas las demás.
Al escuchar aquello, Eiza se tensó. Imaginar a Sebastiám acostándose con aquella pechugona le revolvía el estómago. Pero le gustara o no, ella tenía su parte de razón, aunque no pensaba permitir que le faltara al respeto de aquella manera.
—Oh... Oh. Oh... Disculpe señora —siseó Eiza marcando un espacio—, ¿Desde cuándo usted y yo nos tuteamos?
Paula, que no esperaba aquella reacción, se quedó paralizada y Eiza continuó:
—Que yo sepa usted trabaja aquí y yo aún soy cliente del parador. ¿Lo ha olvidado? Por lo tanto, si no le importa, me gustaría que me tratara con respeto y no como acostumbra a tratar a la pobre gente que trabaja con usted. Y en cuanto a mi vida privada, a usted precisamente no tengo que darle ninguna explicación. Pero déjeme decirle que yo no viviré aquí en Sigüenza, pero usted sí que trabaja aquí ¿verdad?
Aquella asintió y Eiza prosiguió:
—Pues entonces no olvide que yo aquí soy el cliente, y si no quiere tener problemas cierre la boca, deje de insultarme y aléjese de mí antes de que decida quéjame a dirección para que la pongan de patitas en la calle ¿me ha entendido?
Paula, a punto de explotar, no tuvo más remedio que recular. La gente les miraba, y le gustara o no, tenía que saber comportarse en su lugar de trabajo, y se había dejado llevar por la pasión, roja como un tomate se dio la vuelta y se marchó. Eiza, enfadada por lo que aquella lobuqui había dicho, se agachó, cogió su bolso Loewe y continuó su camino hacia el exterior.
En el aparcamiento del parador, y ajenos a lo ocurrido, Tomi se despedía de una llorosa Menchu.
—Te espero en mi casa, Darling. No lo olvides ¡Te encantara! cuando vengas a verme le llevaré al Golden y a Vanity. Te presentaré a los boys más guapos que habrás visto en tu life y ya verás lo bien que lo vamos a pasar.
Emocionada por la amabilidad de Tomi, mientras sostenía en la mano la tarjeta con todos sus datos que este le había entregado murmuró:
—Gracias. Si puedo, intentaré ir cuando me den vacaciones.
—Tienes que poder Menchu. Prométemelo.
—Vale... te lo prometo —asintió con cariño.
—Te tomo la palabra my love. ¡Uy! Además te llevaré de shopping y verás lo guapa y glamurosa que vas a regresar.
Aquellas palabras, y su particular manera de entremezclar el español y el inglés emocionaron a la joven que, contrayendo el gesto, rompió a llorar de nuevo. Ella era de todo menos guapa y glamurosa.
—Por el amor de Dior, Menchu... ¡no llores más! ... —murmuró Tomi.
—No puedo remediarlo. Fueron tan maravillosos conmigo que...
—Ay... ay... ay ¡Stop! Tú sí que has sido devine con nosotros. Tu discreción nos ha demostrado que eres una girl de fiar y eso, tesoro mío, ni Eiza ni yo lo olvidaremos.
La joven volvió a hipar y Tomi, en un intento por hacerla hacer sonreír cuchicheó:
—Cielo stop de lloriqueos, ¿pero tú no sabes que es malísimo para el cutis y salen arrugas?
—No lo sabía...
Eiza, aún enfurecida por lo ocurrido, se acercó a ellos y, al cruzar una mirada con su primo, comprendió lo que estaba pasando. Por ello, olvidando lo que le rondaba por la cabeza se acercó hasta la joven llorosa y la abrazó.
—Menchu, como dice Tomi stop de lloriqueos. Si sigues así conseguirás que se me corra el rímel, porque yo sí que soy una buena llorona. Y oye... te espero en mi casa. —Al ver que la joven la miraba y se secaba las lágrimas continuó—: Te he dado mi dirección y mi teléfono directo. Solo tienes que llamarme, decirme cuando vienes y no preocuparte de ningún detalle más. ¿De acuerdo?
La joven conmovida asintió, sin entender aun la suerte que había tenido al conocer de aquella manera  a aquellos dos. Tomi, al fijarse en su prima, y ver su entrecejo fruncido preguntó:
—¿Qué te ocurre reina?
Soltando un suspiro de frustración Eiza se volvió hacia su primo y gruñó enfadada tras quitarse las gafas:
—¿Te puedes creer que la zorra esa, me ha montado un numerito en el hall porque anoche Sebas y yo nos fuimos juntos del bar?
—Normal honey ¡le levantaste a ese bombón!—cuchicheó su primo—. Y mira lo que te digo, si a alguien se le ocurre levantarme a mí semejante adonis delante de mi cara... le arranco los ojos y me hago un collar con ellos.
—¡¿Paula te dijo algo?!—gritó Menchu.
Eiza asintió.
—Sí, pero tranquila, ya la puse en su sitio.
Menchu, sorprendida por lo que Paula hubiera podido decir, fue a comentar algo cuando se escuchó el sonido de un coche entrar con prisa en el parking del parador. Los tres miraron con curiosidad y a Eiza se le cayó el bolso de la impresión. Era él. Era Sebastián.
Sin tiempo que perder, él salió del coche y suspiró aliviado al comprobar que había llegado a tiempo. Unas turistas que estaban sacando sus maletas del maletero giraron las cabezas al ver pasar a aquel hombre. Era todo un lujo para la vista. Con una seguridad que les dejó a todos plantificados, él camino hacia su objetivo. Eiza. Sus botas negras y su aplomo a cada paso consiguieron hacer retumbar el corazón de la joven. Mientras ella no podía apartar su incrédula mirada de él. Los pantalones y la camisa de camuflaje que llevaba lo hacían sexy, tremendamente sexy, y varonil. Se le resecó la garganta.
—Madre; mía, lo de Sebastián ¡es de escándalo!  Qué bueno está—cuchicheó Menchu embobada.
—Es lo más... si es más guapo revienta —murmuró Tomi boquiabierto—. Confírmame ahora mismo Ei, que ese pedazo de macho, latino, y moreno que camina hacia nosotros con sonrisa de peligro y ojos de pasión es el mismo G.I.Joe de anoche o me tiro a sus brazos en este momento y me lo como a besos.
Eiza con el corazón a mil por hora, no pudo articular palabra, tan solo asintió.
—Ahora mismo llamo al taller para que me reparen con urgencia la varita mágica. Yo quiero un spanish así only para mí.
Menchú sonrió ante su ocurrencia y sintió un extraño calor por el cuerpo. Ojalá algún día un hombre como aquel la mirara así. Sebastián llegó hasta ellos, recogió el bolso de Eiza del suelo, se lo entregó y dijo:
—Canija, necesito hablar contigo.
—¿Ahora? —preguntó estupefacta al sentir su aterciopelada voz.
—Sí. Ahora. Ven.
Sin esperar a que ella accediera, Sebastián la tomó de la mano y con un suave tirón la obligó a moverse, Tomi todavía sobrecogido acercándose a una atónita Menchu cuchicheó:
—¿La ha llamado canija?
—Sí —suspiró la joven.
—Oh my God ¡es divine! —suspiró al recordar a su abuela—. Además de guapo y sexy.
Mientras seguía con la mirada a aquellos dos, Tomi se abanicó con la mano y preguntó:
—Menchu, sé sincera, ¿Hay más machos latinos como él por estas tierras?
Divertida por aquello, la joven pensó en algunos de los compañeros de Sebastián y asintió.
A pocos metros de ellos una atónita y desconcertada Eiza, aún sin creer que Sebastián estuviera frente a ella, con las gafas en la mano preguntó:
—¿Qué ocurre? ¿Qué haces aquí?
Con el aplomo de quien sabe perfectamente lo que desea, la atrajo hacia sí y la besó. Eso logró calmarle un poco y, acto seguido, la separó unos centímetros de su cuerpo y con voz profunda murmuró:
—Pasa conmigo la Navidad.
—¡¿Cómo?!
Convencido de lo que decía, sin soltarla, prosiguió:
—Sé que es una locura, y que si lo descubre la prensa me puede traer infinidad de problemas, pero quédate.
—Oh my god... —murmuró ella y él continuó—. Esta mañana cuando me despedí de ti, te dije que no tenía nada que ofrecerte pero estaba equivocado. Quizás lo que yo te ofrezca sea poco para lo que tú estás acostumbrada pero...
Turbada e impaciente le cortó y preguntó:
—¿Qué me ofreces?
—Veamos... —sonrió al ver su buena disposición. Y sin dejar de sonreír sacó un trozo de cordón negro de su bolsillo, le cogió la mano y dejándola boquiabierta se lo ató alrededor de la muñeca.
—Sebas, ¿esto qué es?
—La pulsera de todo incluido. —Al ver su gesto divertido él prosiguió—: Eso quiere decir, alojamiento, comida, cama, sexo, café, música, toneladas de galletas Oreo, leche desnatada, todo lo que tú quieras y yo pueda ofrecerte.
—Tentador —asintió ella al ver a Paula asomarse a la puerta.
—También incluye paseos por el campo con Senda, tardes lluviosas y frías, películas con palomitas en el sillón de mi casa, bailes en el salón con tú música y...
—¿Y?
—... y una familia algo curiosa que celebra la Navidad con unión, regalos, villancicos y tradiciones.—Ella sonrió. Le encantaba.
—Pero no quiero engañarte. No todo lo que te ofrezco es bueno.
—¿No?
—No. Esta pulsera, incluye días que te quedarás a solas porque yo tendré que trabajar y excluye compromiso y reproches entre tú y yo.
—Acepto.—Aquel era un buen plan para pasar las Navidades.
Él sonrió y la besó con tal vehemencia que a ella le tembló todo el cuerpo. Mientras tanto, Paula enfadada por lo que acababa de presenciar, entraba en el parador y comenzaba a dar órdenes a diestro y siniestro.
—Tengo tres condiciones—dijo Eiza de pronto.
Sebastián, feliz por saber que estaría con él un tiempo más, murmuró:
—Estoy dispuesto a negociar todo lo que tú quieras canija.
—La primera condición es que mi primo se quede con nosotros en tu casa. Él ha venido conmigo y también se irá conmigo.
Sebastián miró al joven que junto a Menchu les observaba, y al ver que este cuchicheaba con la amiga de su hermana sonrió.
—De acuerdo. Siempre y cuando no duerma con nosotros. ¿La segunda?
—Que no te enfades conmigo porque siempre me guste decir la última palabra —se mofó divertida y él se carcajeó.
—Te lo prometo. ¿Y la tercera?
—Que me hagas trencitas en el pelo como a tu sobrina cuando desayune por las mañanas.
La dicha que sintió el geo al escuchar aquello, le hizo reír a mandíbula abierta. Era feliz.

"MI VERDADERO AMOR"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora