capitulo25

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Una mañana, tras una maravillosa noche de pasión, Eiza obligó a Sebastián a llevarles de compras en su día libre. Él al principio se resistió. Las compras no eran algo que le apasionara, pero al final cedió ante la insistencia de ella y el loco de su primo. Ataviados con ropa de sport el joven policía les llevó hasta centro de Madrid. Ellos querían ir de shopping y él les llevó hasta la calle Serrano y alrededores. Sabía que aquellas calles y, en especial sus tiendas, les gustarían. Como era de esperar Tomi, al ver aquel jubileo de gente y glamour aplaudió emocionado.
—Oh, si... si... si. ¡Esto es vida! I love shopping. Quiero husmear un ratito a mi manera. Así ustedes pueden estar a solas, que una cosa es sujetar la el violín y otra cosa es ser violinista.
Sebastipan divertido como siempre cuando Tomi hablaba, murmuró:
—Tomi, a mí no me molestas y...
—Lo sé, rey... eres divine. Pero I need mis ratitos de soledad y de compras.
—Tomi, necesito que vengas conmigo —aclaró la joven—. Si pago yo con mi tarjeta todo el mundo sabrá quién soy, ¿no lo entiendes?
—Por el amor de Dior ¡es verdad! —murmuró al darse cuenta de ello—. Menos mal que eres una cabeza pensante además de una actriz divina.
—Puedo pagar yo —se ofreció Sebastián,
Al escuchar aquello ella sonrió y le plantó un beso.
—Lo sé. Pero prefiero pagar yo. Son mis regalos y el gasto también es mío.
Tomi al entender que ella se iba a gastar una barbaridad, asintió y dijo cogiendo a Sebastián con comicidad del brazo:
—Okay, quien. Vayamos de compras y enseñemos a este divine lo que es comprar con glamour. Eso sí, una vez terminemos con tus compras, necesito que me dejes un par de horitas para las mías ¿de acuerdo?
Durante más de cuatro horas Tomi y Eiza volvieron medio loco a Sebastián. Entraban en las tiendas más caras y se gastaban ante él ingentes cantidades de dinero que lo dejaban boquiabierto. ¿Cómo podían gastar así con la crisis que había? En un par de ocasiones intentó protestar, pero fue inútil, no le hicieron ni caso. Acabadas las compras y con multitud de bolsas en las manos Tomi preguntó:
—Bueno ¿puedo comenzar mi shopping?
—Pero ¿vas a comprar más? —preguntó Sebastián agotado.
—Oh, my love, pero si esto no ha hecho más que comenzar —respondió aquel haciendo reír a su prima. Tras escuchar cómo Sebastián resoplaba, Eiza salió a su rescate, muerta de risa.
—Venga, ve. Nosotros tomaremos algo en esta cafetería mientras tú fundes tu Visa gold. Nos vemos aquí dentro de una hora. ¿Te parece?
—Mejor dos. Las prisas me vuelven crazy. Ciao bellos.
Un par de segundos después, Tomi se alejó dispuesto a disfrutar de las tiendas. Desde su posición, Sebastián lo observó marcharse y al ver que volvía a entrar en una de las tiendas donde ya habían estado no pudo dejar de preguntar:
—¿Pero todavía le queda algo que comprar en esa tienda?
—¿En Loewe? Uf... solo te diré que es una de nuestras tiendas favoritas. —Eiza lo besó y lo cogió del brazo para ir a tomar algo.
Corno una pareja más de enamorados, se encaminaron a una bonita cafetería. Una vez allí soltaron las bolsas y de pronto un camarero cayó a los pies de Sebastián con una bandeja llena de cafés. El ruido fue atronador y todo el mundo les miró. Rápidamente Sebastián se agachó a ayudar al muchacho que avergonzado por lo ocurrido no paraba de disculparse.
—Discúlpenme señores. Lo siento... lo siento ¿los he manchado?
Eiza negó con la cabeza y Sebastián miró sus vaqueros. Algunas gotas de café habían caído encima, pero sin darle ninguna importancia, leyó el nombre del camarero en la chapa que llevaba en la solapa y se dirigió a él:
—No te preocupes por eso, Wilson. ¿Tú estás bien?
El muchacho asustado por lo que su jefe pudiera decir por aquello asintió. Eiza observaba como Sebastián ayudaba a aquel pobre muchacho a recoger aquel estropicio, cuando un señor mayor se les acercó:
—Disculpen. Soy Damián Suárez, dueño de la cafetería. Pidan lo que quieran que están invitados. —Y clavando la mirada en el chaval continuó—: Wilson, recoge todo rápidamente y pídele disculpas al señor.
Al escuchar aquel tono de superioridad, Sebastián intervino:
—Muchas gracias señor Suárez por su invitación pero no hace falla. En cuanto a Wilson, un error lo comete cualquiera. Ya me ha pedido disculpas y no hace falta que le hable así. Sin despegar los labios, Eiza fue testigo de la situación y pocos minutos después tanto el muchacho como su jefe se marcharon y los dejaron a solas.
—Me pone enfermo ver cómo la gente utiliza su poder para humillar al más débil. No lo soporto —protestó Sebastián. Pero al ver el gesto de ella sonrió y dijo—: Venga, tomemos algo.
Se sentaron en una de las mesas, otro camarero se les acercó y pidieron un par de cafés.
—Por cierto, mis hermanas están deseando que yo desaparezca de casa para pillarte a solas y entrometerse. Así que te aviso. Ten cuidado con ellas, y más tras lo que ocurrió la otra noche con Irene.
Que por cierto, sigue ofendidísima conmigo. Ni me habla.
—Se le pasará—sonrió al recordar como Irene la había defendido.
—Lo sé —asintió él—. Pero no me gusta que saquen conclusiones erróneas, y este caso no puedo subsanar el error o te descubrirían.
—Bah... no te preocupes, son encantadoras.
—Vaya, creo que han conseguido engañarte —rio al recordar lo que sus hermanas le dijeron—. Dales tiempo y terminarás huyendo de ellas. Solo recuerda lo que ocurrió el otro día con los policías y las vecinas.
Al recordar aquello Eiza sonrió.
—¿Pero qué ocurre realmente con tus vecinos? ¿Por qué esa enemistad?
—Todo comenzó hará unos noventa años —contó él—. El padre del abuelo Goyo compró las tierras que tenemos y quiso hacerse con unas hectáreas más. Pero el dinero no le llegó y no pudo ser. La finca que está junto a la nuestra es fantástica. Tiene bastantes hectáreas y yo particularmente a veces me doy el lujo de soñar que algún día si me toca la lotería levantaré mi hogar allí —ambos sonrieron y él prosiguió—. Por esas tierras corre un pequeño arroyo que nos vendría muy bien para regar los campos que tenemos pero el dueño pide un precio desorbitado que no estoy dispuesto a pagar. Durante años, tanto mi familia como la familia de las Chuminas...
—¡¿Chuminas?!
—Es el mote que tienen esos vecinos en el pueblo, pero no me preguntes por qué, porque no lo sé —ella asintió—. Como te decía, durante años mi familia y la de las Chuminas, han intentado adquirir esas tierras pero nadie lo ha conseguido debido a su precio. Y de ahí viene nuestra tonta enemistad, todo por unas tierras que ninguno tiene y que hasta el momento solo nos han ocasionado problemas y disputas.
—Vaya...—murmuró Eiza.
—Y en cuanto a lo de los policías, ¿de verdad creías que yo les iba a mandar a unos boys a casa?
—Yo qué sé Sebas—se carcajeó al pensar en aquello—. Todo fue una confusión que...
—Lo dicho, canija... cuidado con mis hermanitas que son especialistas en meterse en problemas —se burló.
—De eso nada. Las tres son estupendas. ¿Cómo puedes pensar eso?
Inclinándose sobre la mesa para acortar distancia entre ellos, el joven policía murmuró:
—Porque soy su hermano y las llevo padeciendo para bien o para mal toda mi vida.
Una vez dijo eso la besó. Fue un beso leve, corto, pero lleno de erotismo. Cuando él regresó a su posición Eiza suspiró y murmuró anonadada:
—Me encantas.
—¡Genial! Yo también he conseguido engañarte—se mofó él.
—En serio —insistió—. Todo lo haces tan especial, tan natural, que es imposible no pasarlo bien contigo, tus besos son estupendos. Tú eres maravilloso y yo...
Sin terminar la frase esta vez fue ella la que se inclinó sobre la mesa y la besó. Aquel beso lento y profundo y el recuerdo de la anterior noche de pasión, hizo que a Sebastián se le calentara todo, absolutamente todo.
—Me parece que tú y yo nos vamos a ir ahora mismo a un hotel a sofocar el calentón que me estás haciendo sentir en estos momentos. Si sigues así te aseguro que...
—¿Te he dicho que me encanta España? —le cortó ella haciéndole reír—. Es un país lleno de belleza y donde estoy descubriendo muchas cosas... que me apasionan.
Sebastián sentía un persistente latido en su entrepierna causado por lo que oía y veía, lo que le provocó un suspiro de frustración. El camarero llegó y dejó los cafés sobre la mesa mientras ambos se miraban con vehemencia. ¿Era posible acariciarse con la mirada? Sebastián, excitado, llegó a la conclusión de que sí.
Sebastián cogió el sobrecito de azúcar ante la atenta mirada de ella. Lo abrió y antes de volcarlo en su café sonrió como solo él sabía y dijo:
—Me alegra saber que de España te apasionan muchas cosas.
—Muchas —insistió ella hechizada por su mirada.
—¿Sabes canija? —murmuró con voz ronca apoyando los codos sobre la mesa para acercarse a ella—. No veo el momento de llegar a casa, desnudarte y hacerte el amor mirando esos preciosos ojos azules que ocultas tras esas lentillas.
—Vaya…—rio ella enloqueciéndole más.
—En este instante, te relataría punto por punto todo, absolutamente todo, lo que quiero hacerte, pero creo que si sigo pensando en ello, no voy a ser capaz de contener mis instintos más primitivos y debo recordar que estamos en un local público, soy un agente de la autoridad y en mi ficha no vendría nada bien que constara que me han detenido por escándalo público con. Por lo tanto—dijo recostándose en la silla—, me tomaré el café; retendré mis impulsos y mis ganas de ti y seré un buen chico hasta que llegue a la intimidad de mí habitación. Excitada por como él le hacía el amor con la mirada en medio de aquella cafetería, la diva del cine tragó el nudo de emociones atascado en su garganta.
—¿Sabes qué es lo que más me gusta de España? —Mizo una pausa—: Sin lugar a dudas tú.
—Vaya... —bromeó él.
Ambos sonrieron y para enfriar el momento Noelia soltó:
—También me tiene maravillada poder estar sentada aquí contigo en esta cafetería, pasar desapercibida y sentirme una persona completamente normal corriente.
Dicho esto ella se levantó de su asiento y, sin dudarlo, se sentó sobre sus piernas. Por primera vez en su vida podía ser natural y espontánea, y sin importarle lo que la gente pudiera pensar a su alrededor, lo besó con adoración y le susurró a escasos centímetros de su boca:
—Gracias.
—¿Por qué cielo? ¿Por traerte de shopping? ¿Por desearte como te deseo? —preguntó divertido y excitado.
Consciente de que estaba totalmente colada por él dejó escapar un suspiró.
—Por ser como eres y por invitarme a pasar las Navidades contigo —dijo.
Aquella noche cansados por el día de compras en Madrid, tras una cena maravillosa ya en casa de Sebastián, Tomi les contó sus locas aventuras con Peterman por Barcelona.
Un par de horas después, los tortolitos al fin se quedaron solos y decidieron dedicarse a lo que más les gustaba. Besarse apasionadamente en el sofá. Todo apuntaba a pasar una nueva noche de tórrida pasión, cuando sonó el timbre de la casa. Eva, Irene, Laura, Almudena y Menchu habían decidido salir a tomar algo y querían llevarse a Eiza. Era la primera noche que Almudena salía tras ser mamá. El pequeño Joel se quedaba con los abuelos y querían celebrarlo. A ninguno de los dos les gustó aquella intromisión. Tenían planes y ellas con sus risas y su buen humor se los habían estropeado.
—Venga vamos ¡que la noche es joven! Ya estarán en la cama otro día —gritó Eva divertida al ver el gesto ceñudo de su hermano.
—Hoy, por fin, soy una madre liberada —gritó Almudena deseosa de pasarlo bien.
Eiza miró a Sebastián deseosa de ver en su mirada una señal para rechazar la oferta, pero él se limitó a sonreír.
—Venga Eiza, ¡vámonos!—intervino Irene y mirando a su hermano concluyó—. Es noche de chicas y ten por seguro que lo vamos a pasar bien. ¡Muy bien! En Sigüenza hay muchos hombres guapísimos y quiero que Eiza los conozca.
Sebastián miró a su hermana. En seguida pilló por dónde iba aquel comentario tan sarcástico, y apoyándose en el quicio de la puerta asintió resignado.
—Si te apetece, ve con ellas. Seguro que lo pasarán bien.
Acto seguido Eiza corrió escaleras arriba para cambiarse de ropa. En ese momento, Sebastián cambio el gesto y mirando a su hermana mayor indicó:
—Cuidadito dónde meten a Eiza, ¿entendido?
—Piensa el ladrón que todos son de su condición —contestó esta y al ver su ceño fruncido aclaró—: Mira imbécil, te aseguro que esta noche ella va a disfrutar de lo lindo. Tanto como tú la otra noche.
Fue a responder cuando escuchó decir a Laura:
—Mi churri ha dicho que ahora te llamaba. Dice que llevará a Sergio a casa de mis padres y así ustedes pueden salir a tomar algo también. ¿Te apetece?
—Bueno...—suspiró resignado.
Sin querer escuchar las barbaridades que sus hermanas decían subió a la habitación donde Eiza se arreglaba a toda prisa.
—¿Regresarás muy tarde?
Sorprendida por aquella pregunta le miró y encogiéndose de hombros respondió:
—Pues no lo sé, Sebastián ¡es noche de chicas!
Quiso pedirle que no se marchara, que se quedara con él, pero algo se lo impedía. No debía hacer aquello. La exclusividad no era buena y si ahora la exigía, tarde o temprano ella se la podría exigir a él. Por ello observando cómo se maquillaba los ojos preguntó:
—¿Qué hacemos con Tomi? ¿Vas a decírselo?
—No. Está durmiendo ya.
—Estoy seguro que él estaría encantado de salir con ustedes—insistió de nuevo.
Eiza, molesta porque no le pidiera que se quedara con él, lo miró, y con una fantástica sonrisa de lo más estudiada dijo tras pensar en su primo:
—Sé que le encantaría una reunión de mujeres. Pero cuando le duele la cabeza es mejor que duerma. Además, se ha tomado dos pastillitas para dormir y cuando lo hace, cae como un tronco en la cama.
Inquieto por lo que sus hermanas podían tener tramado pero sin querer manifestarlo, se sentó en la cama mientras recorría lentamente aquel cuerpo con la mirada. Ella se ha había puesto unos vaqueros, una camiseta azul ajustada y sus botas altas. Estaba guapísima. Pero ¿cuándo no estaba preciosa?, se preguntó mientras intentaba contener las ganas de desnudarla.
—Yo saldré a tomar una copa con Carlos y los chicos.
—¡Perfecto! —asintió ella con vivacidad.
Una vez se pintó los labios y comprobó que su peluca estaba perfecta y en su sitio, se volvió hacia él que la miraba con gesto indescifrable y tras darle un rápido beso en los labios murmuró sin querer pensar en nada más:
—Pásalo bien con tus amigos. Hasta luego.
Dicho esto se dio la vuelta y desapareció. Boquiabierto miró la puerta que se cerró tras ella ¿se había ido? Sorprendido por lo enfurecido que estaba porque se hubiera marchado se levantó y se asomó a la ventana. Desde allí vio al grupo de locas montarse todas en el todo terreno de Irene y ponerse en marcha. Durante unos segundos se quedó mirando las luces del coche que se alejaban. Aquel silencio de pronto se le torno incómodo. Le apetecía escuchar el bullicio de la risa de Eiza y eso le incomodó. ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Desde cuándo la presencia de una mujer a su lado le había sido tan necesaria? Finalmente sacó su móvil y llamó a Carlos.

—A ver, churri ¿Dónde nos vemos?

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