capitulo 12

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La cena se retrasó. Eva, hermana que trabajaba en Madrid, no llegaba. Pero cuando las tripas de todos comenzaron a rugir por fin apareció como un vendaval.
—Ay Dios... perdónenme todos pero tenía que cubrir una noticia y mi jefe...
—¿El impresentable?—preguntó Almudena.
—Sí, hermana ¿quién sino? —respondió Eva repartiendo besos—, El muy imbécil a pesar de que hoy era mi último día me ha martirizado como siempre. Y les diré algo más, he estado a puntito de graparle las orejas a la mesa por negrero, pero al final he pensado eso que papá siempre dice de dejar las puertas abiertas para el futuro.
—Hiciste bien, cielo. En esta vida nunca se sabe —asintió su padre tras darle un cariñoso beso en la frente.
—¿Te despidió? —preguntó Irene preocupada.
—Hoy cumplía mi contrato y directamente no me lo ha renovado. Según él, con la crisis existente han de rebajar la plantilla. Por lo tanto ¡estoy en paro! Y para colmo el portátil que me entregó la empresa se lo quedó. ¡Estoy sin portátil! —gritó—. ¿Qué va a ser de mí?
—Mujer... en tu habitación tienes tu PC —sonrió Almudena.
—Sí, de tenerlo, lo tengo... pero es que es de la prehistoria y ahora en paro no puedo comprarme uno nuevo. ¡Estoy frustrada!
El abuelo tras besar a su alocada nieta, con la que tanto se divertía, levantó un puño y respondió:
—A ese jefe tuyo, mándalo a comer caca. Si yo lo agarro, no la cuenta
Eva, divertida, volvió a decirle.
—Abuelito me ha mandado él a mí —suspiro resignada—. Solo espero tener una noticia sensacional algún día para poder darle una patada en los testículos cuando se la venda a otra agenda. El día que consiga esa noticia, haré que se arrastre a mis pies.
Todos sonrieron. Si algo tenían claro era que Eva cumpliría con subjetivo. Machacar a su jefe y darle un escarmiento tardara lo que tardara.
Cuando acabó de saludar a todos los presentes se fijó en una muchacha morena de ojos oscuros que Sebastián le presentó como Eiza, una amiga. Tan sorprendida como el resto de su familia se acercó a la joven y tras darle un par de besos la miró con curiosidad.
—¿Nos conocemos?
Incómoda por cómo le observaba, Eiza se colocó el flequillo en la frente y respondió:
—No creo.
—Pues me suena un montón tu cara. ¿Dónde te he visto antes? —murmuró escrutándola con la mirada. Sabía que la había visto ¿pero dónde?
Nerviosa, miró a Sebastián, pero intentando aparentar tranquilidad sonrió. Entonces, el padre de la joven curiosa dijo acercándose a ella:
—Es asturiana quizá la hayas visto en alguno de tus viajes, cielo.
Sebastián miró a su padre. Este levantó su cerveza con complicidad y sonrió, y Sebastián maldijo para sus adentros. Su padre, definitivamente, se había dado cuenta de algo.
—¿Asturiana con el acento que tiene?—preguntó Eva con comicidad.
—Bueno, la verdad es que viajo mucho. He vivido en Estados Unido muchos años y de ahí mi acento —susurró Eiza al punto del desmayo.
Analizándola, Eva se fijó en su brazo.
—¡Me encanta tu reloj! Es muy bonito.
—Eiza se fijó en su brazo y al ver que llevaba el carísimo reloj Piaget fue a decir algo, cuando Sebastián se interpuso entre ellas abrazando a su hermana.
—Si llegas a tardar un rato más, mando a los geos a buscarle.
Aquello atrajo la atención total de Eva. Le encantaba un compañero de su hermano, Damián.
Divertida le besó y dijo:
—Pues si lo hubiese sabido ese, me retraso un poco más.
Dos horas después, tras una agradable cena, todos estaban alrededor de la mesa cuando el abuelo, tras servirse de una botella, dijo:
—Después de comer, una copa de anís es lo mejor que sienta al estómago.
—Abuelo Goyo, he visto que no has comido nada de verduras —protestó Irene—, y sabes que eso es precisamente lo que tienes que comer, no la copa.
El anciano miró a la joven que acompañaba a su nieto y, acercándose a ella, le cuchicheó haciéndole reír:
—Esta nieta mía se empeña en que coma verduras todos los días.
—Las verduras son buenas para el cuerpo—sonrió Eiza.
—No para el mío, hermosa —puntualizó el hombre.
Irene se levantó y fue a la cocina a coger una estupenda tarta de tres pisos de chocolate y nata, apagó las luces y entró en el salón. Todos comenzaron a cantar cumpleaños feliz al abuelo. El anciano sopló las velas y se emocionó cuando sus nietos comenzaron a aplaudir mientras le pedían que dijera unas palabras. Finalmente se levantó de su silla:
—Ay mis amores, que feliz me hacen.
Tras mirar a sus nietos con cariño dijo mirando a Irene:
—Dame un pañuelo, bonita, que estoy por llorar.
Aquello hizo que Sebastián se carcajeara divertido y Eiza disfrutara como una niña del momento. Le encantó ver a aquella familia tan unida ante el abuelo. Aquello era lo que había vivido cuando era niña con su abuela en Puerto Rico, y le emocionaba su autenticidad. Irene le tendió un pañuelo al anciano, este se secó los ojos y dijo con voz desgastada:
—Hoy cumplo 80 años. Mi vida está siendo más larga de lo que yo nunca imaginé y todos y cada uno de ustedes que sea bonita y dichosa.—Tras una breve pausa continuó—. Aunque no les mentiré si les digo que en un momento así me encantaría que mi Luisa y su madre, mi Rosita, estuvieran aquí. —Secándose los ojos murmuró—: Aunque bueno, ya saben cómo pensamos. Ellas están aquí mientras las recordemos y sé que todos nosotros las recordamos todos y cada uno de los días.
El padre de Sebastián miró a la “amiga” que había traído su hijo y sonrieron. Aquello era justo lo que habían hablado horas antes en la cocina.
—Tengo una familia maravillosa y aunque a veces —sonrió el abuelo—, me irriten y me sienta más vigilado que un marrano el día previo a la matanza—todos rieron— No los cambiaría ni por todo el oro del mundo —luego mirando a la joven qué acompañaba a su nieto añadió—: Por cierto, me congratula mucho haber conocido a la amiga de Sebas. Y espero, que el año que viene, y al siguiente, y al otro, vuelva con nosotros para celebrar mi cumpleaños.
Todos sonrieron. Estaba claro que todos habían aceptado a Eiza como una más. Sin poder evitarlo y mientras todos cantaban de nuevo el cumpleaños feliz al abuelo, Sebastián la observó. Se la veía sonriente y relajada. Incluso parecía disfrutar con la compañía de los suyos. Eso le agradó, pero al tiempo, no pudo evitar sentirse molesto. Ella estaba de paso, y no quería que su familia se hiciera ilusiones con algo que era totalmente imposible.
—Hermosa ¿no quieres más tarta? —preguntó el abuelo al ver la minúscula porción que ella se había puesto en el plato.
—No gracias, no me va mucho el dulce—mintió.
Si algo le gustaba era el dulce. Pero mantener su línea era algo primordial para ella. No debía olvidarlo.
—Sito y yo queremos más tarta, abue Goyo —sonrió Ruth sentándose en sus rodillas.
—¿Sito? —pregunto Eiza.
La niña le enseñó un viejo oso azulado del que no se despegaba.
—Este es mi osito Sito.
Eiza le tomó la mano al muñeco y, agachándose, lo saludó:
—Encantada de conocerte. Sito. Creo que eres un osito muy bonito.
La niña sonrió.
—Él dice que tú eres bonita—respondió.
Fijándose en el muñeco Eiza preguntó:
—¿Qué le pasó en el ojo a Sito?
—Se le cayó uno y como no lo encontramos, mamá le puso este azul ¿te gusta?
Sonrió satisfecha al ver el botón azul que la madre de la niña le había cosido por ojo.
—Precioso. Creo que le queda genial.
Ambas se rieron a carcajadas y el abuelo cortó una buena porción de tarta.
—Toma tesoro, para Sito y para ti. Anda... corre antes de que tú madre la vea y te la quite.
La cría encantada de haber conseguido semejante trozo lo cogió y antes de que su madre la viera desapareció con el oso y la tarta.
—Por cierto —señaló el anciano divertido—, le has dado un toque sabrosísimo a los pimientos asados.
—Gracias —sonrió satisfecha. Era la primera vez que la felicitaban por algo culinario— Me encanta saber que te han gustado.
Al escuchar aquello Manuel, metiéndose en la conversación dijo:
—Ah... pues no sabes lo mejor, abuelo. Eiza, como buena asturiana, sabe hacer fabada y se ha ofrecido a hacernos una. ¿Qué te parece?
El abuelo, al escuchar aquello, se tocó su inexistente barriga con un gesto que provocó la risa de todos.
—Ya tengo hambre de solo pensarlo—afirmó.
Ay Dios, ahora si los voy a envenenar, pensó Eiza.
Sonó el timbre de la puerta y segundos después aparecieron varios familiares y vecinos, todos venían a felicitar al abuelo Goyo. También acudieron Carlos, el mejor amigo de Sebastián, con Laura, su mujer y su bebé, Sergio. Y cuando llegó el turno de las presentaciones Eiza tuvo que excusarse de nuevo ante la pregunta de Laura:
—Oye ¿nos hemos visto alguna vez?
—No creo.
—Sí la viste la otra noche en el Croll —intercedió Sebastián. Era mejor que la identificara con aquello que con otra cosa.
—Ah, es verdad... —asintió Laura.
Durante más de una hora Eiza fue testigo en silencio de cómo la mujer de Carlos la observaba con curiosidad, hasta que de pronto tras una carcajada general por lo que el abuelo Goyo había dicho, saltó delante de todos.
—Ya sé a quién me recuerdas.
—¿A quién?—preguntó Eva que estaba sentada a su lado.
—A Anna Reyna.
—¿Y quién es Anna Reyna? —preguntó con curiosidad el abuelo Goyo.
—Una actriz de Hollywood—asintió Laura.
Divertido el abuelo Goyo dijo haciéndoles reír:
—De Hollywood nada menos.
—¡Anna Reyna! —repitió Rocío levantándose—. Es verdad ¡qué fuerte! Si te quitas las gafas te pareces un huevo.
—Es cierto —asintió Eva escrutándola con la mirada— Sí, ya decía yo que tu cara me sonaba de algo.
Eiza se encogió en el sillón, Sebastián se puso en pie, nervioso, y Laura prosiguió emocionada:
—Madre mía, si fueras rubia y tuvieras los ojos claros, serías igual a ella— ¿No te lo habían dicho nunca?
Sintiéndose medio descubierta, la joven, sacó a relucir sus dotes artísticas.
—Vale... lo confieso. Alguna vez me lo han dicho pero...
—¡¿Anna Reyna?!—preguntó Carlos abriéndose paso entre ellos con su hijo en brazos.
—Sí... mírala bien, churri ¿no te la recuerda?—dijo su mujer.
Carlos clavó sus ojos en aquella muchacha morena. Después miro a su desconcertado amigo, que miraba hacia otro lado. No podía ser ¿Cómo iba e estar ella allí? Además, la actriz de Hollywood era rubia y de ojos claros y aquella era morena de ojos oscuros.
—Mírala bien, churri— insistió Laura a su marido—. ¿No crees que se parece a ella? Mira su nariz, su mandíbula, es casi tan perfecta como la de la Reyna.
Manuel captó el gesto de su hijo, e interponiéndose entre ellos, preguntó atrayendo la atención:
—¿Quieren tarta? La hizo Irene y ya saben que es una magnifica repostera.
Laura aceptó sin dudar y se alejó de Eiza. Carlos, en cambio, se aproximó a su amigo.
—¿En qué lío te estás metiendo? —le susurró al oído.
Sebastián no tuvo ni que responder. Una mirada bastó. Carlos resopló y volvió a mirar a la joven con detenimiento.
—Irene... dame tarta y que sea doble ración por favor —dijo.
El resto de la noche Eiza les demostró a Sebastián y a todos que, además de ser una joven hermosa, era cariñosa y sabía escuchar. Estuvo pendiente de todos y todos fueron encantadores con ella. Almudena, la embarazadísima hermana de Sebastián, comentó que al día siguiente tenía que ir a Guadalajara a comprar cosas para el bebé, y Eiza, rápidamente, le preguntó si podía acompañarla. Encantada por aquel ofrecimiento Almudena asintió y quedaron para el día siguiente.
Según pasaba la noche Eiza se dio cuenta que aquella familia nada tenía que ver con la descripción que Sebastián le había dado en el coche, y cuando se lo susurró a él, este no pudo por menos que sonreír.
—¿Por qué me mentiste sobre tu familia? Son geniales y totalmente diferentes a lo que me describiste—dijo mirando a Lolo, el marido de Irene, que no había abierto la boca.
—Lo sé—rio él—, Pero quería que lo descubrieras por ti misma.
Cuando Eiza vio que Almudena se levantaba y empezaba a llevar platos a la cocina, la imitó.
Quería ayudar.
Almudena al verla entrar en la cocina con varios vasos rápidamente dijo:
—¿Podrías meterlos en el lavavajillas? Así nos ahorramos trabajo.
—Ahora mismo.
Al ver la buena disposición de la amiga de su hermano esta sonrió.
—Por cierto ¿qué quieres comprar mañana en Guadalajara? le preguntó curiosa.
—Necesito encontrar una tienda de música —rio al decirlo—. Tu hermano necesita conocer algo más que el ruidoso heavy metal.
Tras soltar una carcajada Almudena añadió:
—Me  alegra oírte decir eso, porque cada vez que voy a su casa o monto en su coche, me vuelve loca con esa música. ¡Qué horror! Para su cumpleaños le regalé el último CD de Sergio Dalma ¿le conoces?
—No. ¿Es música heavy también? —preguntó con sinceridad.
—No, por Dios —rio Almudena—. Es un cantante español que me encanta y que a él le gustaba hace años, ¿no lo conoces? Sacó a la venta un nuevo CD que es un recopilatorio de música italiana y es estupendo. Se lo regalé para poder escuchar algo decente cuando voy a su casa. Dile que te lo ponga, verás que bien suena.
—Se lo diré.
Durante un buen rato hablaron en la cocina, hasta que de pronto Noelia la escuchó decir.
—¿Qué ocurre? —preguntó alarmada.
Almudena apoyada en la mesa, con una mano sobre su tripa, murmuró tras beber un vaso de agua:
—Tranquila. Es solo una patadita del búho.
—¡¿Búho?!
Al escucharla Almudena sonrió y aclaró.
—Así lo llamo de momento. Hoy mi búho está guerrero.
—¿De cuánto estás?
—De ocho meses y seis días. Salgo de cuentas el 6 de enero. —Y sonriendo murmuró—: Él o ella será mi regalo de reyes.
—Maravilloso regalo, ¿no crees?
Almudena acarició su abultado vientre con dulzura.
—Sí aunque ¿tú has visto cómo estoy? Soy un verdadero hipopótamo.
Ambas sonrieron. Realmente Almudena tenía una gran panza.
—He engordado quince kilos con el embarazo y temo no volver a ser quien fui tras esta experiencia.
—Tranquila, ya verás cómo sí. Mi amiga Jenny tuvo gemelos y eso mismo pensaba ella. Sin embargo ahora está aún más guapa que antes de tenerlos.
—Eso espero. O no me mirará ni un solo hombre nunca más.
—¿Estás llevando tu sola el embarazo?
—Sí. A veces es mejor estar sola que mal acompañada.
Ambas sonrieron y Eiza, enternecida, se aproximó a ella.
—Eres muy valiente, y estoy segura de que tu búho sabrá recompensártelo con su cariño.
—Eso espero —murmuró Almudena encogiéndose de hombros—. Yo solo quiero que aunque tengamos poquito, sea verdadero. Prefiero eso a tener mucho y falso. Y eso es lo que hubiéramos tenido mi búho y yo si hubiera continuado con su padre.
Aquel comentario hizo que a Eiza se le pusiera la carne de gallina. Eso era lo que ella siempre había pensado. Prefería la humildad y el cariño de su abuela, a la pomposidad y falsedad de vida que su padre quería para ella.
—Por cierto, no sabes el sexo del búho ¿verdad?
—No. No quiero saberlo. Quiero que sea sorpresa. Lo que realmente me importa saber es que está bien y que todo sigue su curso.
—Uhh... pues yo no podría vivir con esa incógnita. Si alguna vez me quedara embarazada necesitaría saber si es niño o niña inmediatamente.
La puerta de la cocina se abrió y entró Irene con más platos sucios.
—¿Pueden creer que hoy he estrenado esta falda tan bonita y mi marido ni se ha dado cuenta?
¡Hombres!
Eiza y Almudena observaron la supuesta “Falda bonita, la cual era la cosa más horrible que habían visto en su vida. Azul y con muchas rayas
—A ver, Irene, no te enfades —dijo Almudena sentándose en una silla—. Pero es normal que no te diga nada. Es horrible. Vamos, ni una monja se la pondría.
Irene, sorprendida, miró a su hermana y gruñó:
—¿Cómo puedes decir eso? La compré el otro día en modas Encarni y me dijo que era de la última colección.
Eiza prefirió no decir nada. Si aquella horrible falda era de última colección, no quería ni pensar qué sería de colección pasada—
—Me parece a mí que Encarni, tiene vende lo que le da la gana — se mofó Almudena—, ¿Cómo puede decir que esto es moderno y actual? Pero por Dios, Irene, las engaña.
—Pues yo la veo mona y tiene un paño muy agradable al tacto —respondió Irene tocándose la falda—¿Tú qué piensas Eiza?
Al escuchar su nombre esta se tensó. No quería quedar como una maleducada ante nadie y menos aún ante la hermana de Sebastián, así que hizo acopio de diplomacia:
—No es mi estilo.
Almudena soltó una risotada y dijo para atraer la mirada de su hermana:
—Vamos a ver, Irene, sobre mí no vamos a hablar porque en estos momentos soy como el muñeco de Michelin, y la antítesis del glamour, pero ¿Qué te parece el estilo que lleva Eiza? ¿Te gustan su vestido y sus botas?
Tras escanearla con la mirada de arriba abajo respondió:
—Sí. Me encantan.
—¿Y por qué tú no te compras algo así en vez de faldas, zapatos y camisas de monja? Y esto ya sin hablar de tus bragas que son peores que las que llevo yo de cuello vuelto —aquello hizo reír a Eiza—.No me extraña que Lolo no te mire, es que me llevas últimamente unas pintas terribles. Y no me mires con esa cara, porque esto mismo te lo dijimos Eva y yo la última vez que dijiste que habías ido a la peluquería y Lolo ni te miró.
—Yo no necesito ir tan arreglada como ella y...
—Irene. ¿Realmente crees que voy muy arreglada? —preguntó sorprendida Eiza al mirar su vestido y sus botas de tacón negras de caña alta.
—Pues sí. Si te pones esto para venir a cenar a casa de mi padre... ¡qué no te pondrás para ir a una boda!
Aquello hizo sonreír a Eiza. Si viera los modelos que ella solía ponerse para acudir a fiestas ¡se quedaría sin palabras!
—Pero vamos a ver,—protestó Almudena—Eiza lleva un vestido actual, con unas botas modernas. Caras, porque se ven buenas, pero vamos, actuales. Eso no quiere decir que vaya de boda. Eso simplemente quiere decir que se preocupa por ponerse algo que le quede bien. Algo con lo que se siente a gusto. Algo con lo que gustar. ¿No has pensado nunca comprarte nada parecido?
—Pues no. ¿Para qué quiero yo algo así?
—Pues para que Lolo se fije en ti y tú no protestes de que te compras algo y él no se da ni cuenta. Para sentirte actual. Para sentirte femenina, joder, Irene, la próxima vez que quieras comprarte algo dímelo y voy contigo de compras. Pero no a modas Encarni. Cogemos el coche y nos vamos a la tienda de mi amiga Alicia, a Guadalajara o a Madrid.
—Vale... vale...—sonrió.
—Hermanita, tienes cuerpazo, el problema es que no sabes vestirte. Ojalá tuviera yo tu altura y tus bubis, pero no, yo soy más bajita y porque estoy embarazada, porque si no estaría más lisa que la tabla de planchar y lo sabes —aquello las hizo reír—. Estoy segura que si te pusieras el vestido y las botas de Eiza, a Lolo se le caería la baba y no te quitaría el ojo de encima. Lo sé, y tú lo sabes ¿verdad?
Colorada como un tomate, Irene finalmente asintió.
—Si quieres te lo presto y...—dijo Eiza.
—No... no por Dios—susurró colorada.
—Anda, venga, dame un abrazo — pidió Almudena— y no te enfades con la gorda de tú hermana porque te diga las cosas como las piensa. Para eso estamos las hermanas ¿no?
Se abrazaron delante de Eiza, que al ver aquello sintió una punzada en su corazón. Siempre había querido tener una hermana, aunque ese cariño lo había suplido con el amor de su primo Tomi.
Pero le gustó ver aquella complicidad.
Más relajadas y sonrientes las tres regresaron al salón donde Eiza se sentó de nuevo junto a
Sebastián, que al verla salir de la rocina junto a sus hermanas no pudo evitar sonreír.
Carlos, al ver a su amigo tan encantado con ella, los observaba ron disimulo ¿Realmente Anna Reyna, la estrella de Hollywood estaba allí? ¿En Sigüenza? ¿En el salón del padre de Sebastián y  nadie lo sabía? Intentó preguntar en un par de ocasiones sobre aquello a su amigo, pero este se negó con la mirada. Eso confirmó sus sospechas. Anna Reyna estaba allí.
Sebastián y Eiza conversaban junto a la chimenea hasta que el abuelo les interrumpió.
—Bonita ¿Puedo hablar contigo?
—Abuelo, se llama Eiza — corrigió Sebastián.
El hombre hizo un aspaviento con la mano y sin hacerle caso dijo cogiendo a la joven del brazo.
—Ven... quiero comentarte algo.
Eiza se dejó guiar ante la cara de sorpresa de Sebastián. Salieron del salón y el abuelo cogió el bolso de Eiza que estaba en el mueblecito de la entrada y la llevó hasta el patio trasero de la casa. Una vez allí le entregó el bolso.
—¿Fumas verdad?
—Sí.
Goyo sonrió y, con un gesto de satisfacción, susurró:
—¿Me darías un cigarro por favor?
Noelia abrió rápidamente su bolso y sacó la caja de los cigarros, el abuelo, al verla, se la quitó de las manos y tras acariciarla con cuidado, se la metió en la boca y la mordió. La muchacha se quedó muda.
—¿Es de oro puro?
—Sí.
El hombre devolviéndole la caja hizo un gesto de aprobación.
—Bendito sea Dios, hija qué lujo. ¿Sabes? Mi bisabuelo, que en paz descanse, recuerdo que tenía un bastón cuyo agarre era una bola dorada. No creo que fuera oro, pero así lo creía yo de niño.
Por cierto, bonita, lo bien que te tiene que ir la vida para tener una caja de cigarros de oro puro en tu bolso.
—Es un regalo—sonrió sacando dos cigarrillos que rápidamente encendieron.
Tras un par de caladas ambos se miraron y sonrieron. Solo les faltó gritar ¡viva la nicotina!
Después, el abuelo, cogiéndola de la mano la llevó hasta el balcón.
—Mi Sebas es un buen mozo. Es algo cabezón en ocasiones, pero es un muchacho formal, valiente y trabajador. Nunca nos ha dado ningún disgusto a excepción de cuando nos dijo a lo que se quería dedicar. Ese trabajo suyo es peligroso pero ya nos hemos acostumbrado a él. —Eiza al escucharlo asintió y él prosiguió—: Siempre ha sido un muchacho muy cariñoso.
—Mira bonita, nosotros no somos ricos como para tener cajas de oro como tú, pero a pesar de la crisis que hay, no nos podemos quejar. Aún no ha llegado el día que no tengamos para echar a la panza un par de patatas y zanahorias. Tenemos una pequeña granja en las afueras de Sigüenza. Allí criamos pollos de corral, marranos y tenemos algunas vacas. Por lo tanto, me complace decirte que aquí nunca te faltará comida. Y volviendo a mi Sebas, es un buen partido. Piénsatelo. No hay muchos guapos y valientes como él. Y no es amor de abuelo.
—Goyo, tu nieto y yo solo somos amigos y...
—Amigos... amigos. La juventud de hoy en día es como rara—cortó el abuelo haciéndola reír—. Quieren ser tan modernos que retrasan el tener una familia y saber vivir.
¿Cuántos años tienes, gorrioncillo?
—Treinta—respondió con tranquilidad.
—Se te va a pasar la hora mujer.
—¡¿Cómo?! —preguntó sorprendida.
—¡Bendito sea Dios! Pero si ya deberías de tener hijos y esposo.
Eso la hizo reír más fuerte y fue a responder cuando el anciano dijo:
—A tu edad mi Luisa y yo ya teníamos a nuestra Rosita con diez años. ¿Tú no quieres casarte? ¿No quieres tener una familia?
Aquello era algo que desde hacía tiempo no se planteaba. Tras su fallida relación de cuatro años con Adarn Stillon, decidió disfrutar de lo que la vida le ofreciera. Ella tenía muy claras dos cosas. La primera que no quería tener una familia desestructurada como la que ella tuvo. Y la segunda que prefería estar sola que mal acompañada.
—Pues la verdad es que....
—¿Tampoco quieres descendencia? —interrumpió sin dejarle contestar.
—A ver Goyo... los niños necesitan mucha atención y yo apenas tengo tiempo. Además, para tener un bebé primero hay que encontrar un padre y…
—¿Y mi Sebas qué te parece? ¿Te gusta lo guapo que es? Creo que les saldrían unos niños muy guapos.
Eiza sonrió, dio una calada a su cigarrillo y respondió:
— Sebas me parece una estupenda persona, pero entre él y yo nunca habrá nada más que una buena amistad. Nuestros mundos son demasiados diferentes como para que entre nosotros exista algo. Se lo aseguro, abuelo Goyo.
Al escuchar aquello el anciano dio un bastonazo en el suelo que hizo que Eiza se asustara.
—Mi Luisa y yo tampoco teníamos nada que ver. Ella era la hija de un ganadero y yo simplemente el que cuidaba las vacas. Pero cuando nos miramos y sentimos que las mariposillas revoloteaban en nuestro interior supimos que estábamos hechos el uno para el otro. ¿No sientes maripositas cuando miras a Sebas?
En ese momento se abrió la puerta del patio y apareció Juan. Rápidamente Goyo apagó el cigarro contra el suelo y puso la colilla en la mano a Eiza
—Cierra el puño gorrioncillo y cúbreme.
Dicho y hecho. Ella cerró el puño y suspiro al percibir que, por lo menos lo había apagado.
Sebastián, que se había percatado de todo, acercándose hacia ellos preguntó:
—... ¿Qué hacen?
El hombre acomodándose la boina con estilo respondió mientras apoyaba sus dos manos en el bastón:
—Nada hijo. Aquí de platicando con mi bonita. —dijo guiñándole un ojo a Eiza.
—¿Estabas fumando abuelo? Ya sabes lo que dijo el doctor, nada de fumar.
Levantándose con una agilidad increíble, Goyo se aproximó a su nieto.
—Maldita sea Sebas, pues claro que no fumaba. ¡Dios bendito! Solo olía el humo del cigarro de ella. ¿También está mal que haga eso? ¿Acaso ya no puedo ni oler el humo del tabaco? Boquiabierta por aquello Eiza se levantó del balancín dispuesta a regañar al anciano por haberla embaucado en aquella mentira, cuando este mirándola con ojos suplicantes preguntó:
—¿Verdad bonita que yo no fumaba?
Aquellos ojos grisáceos y la dulzura que reflejaban la derritieron, e incapaz de delatarlo se rindió. Volvió su mirada hacia Sebastián que la observaba fijamente con gesto divertido y respondió:
—No Sebas, tu abuelo solo olía el humo de mi cigarro.
Sin dejarlo decir nada más, este fue a quitarle el cigarro a ella pero ésta, retirándose, replicó alto y claro:
—Él no fuma, pero yo sí. Y no se te ocurra quitármelo, ni apagármelo o te las verás conmigo ¿entendido?
Goyo al ver como su nieto se detenía ante lo que aquella decía, movió la cabeza y antes de desaparecer por la puerta de la cocina murmuró:
—Vamos mal Sebas si ya dejas que la bonita te hable así, hijo.
Ya a solas se echaron a reír. La escena había sido de lo más cómica. Sebastián cogió un bote que había en un lateral del jardín y se lo tendió.
—Anda, abre la mano y tira la colilla del cigarro del abuelo. He visto cómo te la ha dado para que la escondieras.
Abriendo el puño dejó caer el cigarro aplastado y ambos volvieron a reír.
Sebastián y Eiza permanecieron en el patio de la casa durante un buen rato. Hacía frío, pero ambos necesitaban estar solos sin que nadie los mirara continuamente.
—Tu abuelo es todo un personaje.
Sebastián sonrió y asintió.
—Sí. Reconozco que así es. Su fortaleza y la positividad con la que mira la vida es lo que más nos ayudó cuando murió mi madre. Si no hubiera sido por él...
—¿Te puedo preguntar de qué murió tu madre?
—Cáncer.
Sentir la tristeza de su respuesta, hizo que ella levantara su mano y la posara sobre la de él.
—Lo siento, Sebas.
Él asintió y suspiró. La quietud del lugar y el sentirse solos hizo que él acercara su boca a la de ella para besarla. Durante unos instantes ambos disfrutaron de aquel acercamiento hasta que un golpe en la espalda de él los devolvió a la realidad.
—Ohh Dios, tío lo siento—se disculpó Javi al ver a quien había dado un balonazo.
Convencido de que lo sentía por la mirada del crío, Sebastián, sonrió y respondió con paciencia:
—Javi... Javi... ¿Cuántas veces te hemos dicho que no juegues con la pelota dentro de casa?
—Esto es el patio, no un sitio para besarse —se defendió el crío—. Aquí el abue Manuel me deja jugar. ¿Te deja el abuelo a ti besuquear a las chicas?
La puerta del patio volvió a abrirse y Carlos apareció con una cerveza en la mano. Al ver como su amigo miraba a su sobrino le dijo al crío para relajar el ambiente:
—Pequeño monstruo, tú madre quiere que entres.
El niño vio una buena oportunidad para escapar. Sabía por la mirada de su tío que lo que había dicho no estaba bien, pero ya no había marcha atrás, Una vez quedaron los tres adultos solos en el patio, Carlos dio un buen trago a su cerveza y acercándose a aquellos dos susurró:
—A ver tortolitos ¿me puede alguno contar que está pasando?
Al ver que ninguno respondía, acercándose más a ellos murmuró mirando a la joven:
—Sé quién eres y...
—Y te vas a callar —sentenció Sebastián.
—Joder macho, que ella es...
—Cierra el pico ya —cortó aquel con determinación. Solo faltaba que alguno de los que estaban en el interior de la casa le escuchara.
Carlos sonrió.
—¿Qué estás haciendo?—le preguntó preocupado.
Incapaz de continuar un segundo más callada, Eiza se interpuso entre ellos.
—Él no está haciendo nada, en todo caso soy yo. Le reconocí hace unos días en el hotel Ritz y solo vine para confirmar que era él y...
—¿Le reconociste?—preguntó sorprendido Carlos.
¿Cómo se podía reconocer a alguien vestido como iban en el operativo del hotel Ritz?
—Sí... intuí que era él por algo que dijo. Y oye, ahora que le tengo más cerca, a ti también reconozco. Tú estuviste en Las Vegas ¿verdad? —Al ver que aquel dejaba de respirar ella sonrió y dijo—. Oh, sí... pero si tú te acost...
—No sigas por favor —cortó en esta ocasión Carlos, quien tras comprobar que no había nadie más a su alrededor, susurró—.Mi churri no sabe nada de lo que pasó allí. Si se entera...
—¡Vaya! asintió Eiza—. Todos tenemos secretos ¿verdad Carlos?
Aquel asintió comprensivo.
—¿Qué le parece si yo guardo tu secreto y tú el mío?.
Incrédulo por aquel chantaje miró a su amigo y este, en tono de burla, murmuró:
—Creo que es un buen trato. Eso sí... eliges tú.
Divertido, Carlos dio un trago de su cerveza.
—Esta chica además de guapa ¡es lista!
—Gracias.
—Y una buena negociadora —sonrió Sebastián.
Aprovechando el momento Carlos se sentó junto a ellos y susurró emocionado:
—E.P. ¡Aquí!—dijo mirándola alucinado—¿Puedo tocarte para saber que eres real?
—Depende de lo que quieras tocar —se mofó ella, pero al ver cómo la miraba extendió su brazo y dijo—Toca... toca.
Sin perder un segundo Carlos le tocó el brazo como el que toca una reliquia y mirándola susurró bajito para no ser escuchado:
—¡OMG! Estoy tocando a Anna Reyna.
—Y como verás soy de carne y hueso, igual que tú. Y por favor, llámame Eiza.
Sebastián, cada vez más sorprendido por su naturalidad, estaba disfrutando de lo lindo con el interrogatorio de su amigo.
—¿Pero tú no tenías los ojos azules y eras rubia?
—Lentillas y peluca—indicó Sebastián divertido.
—Joder... si mi churri se entera que eres tú ¡le da algo! —gesticuló Carlos—. Eres su actriz favorita. Le encantan todas tus películas.
—¿En serio?—sonrió ella.
—Te lo aseguro —  dijo Sebastián consciente de lo mucho que Laura siempre hablaba de Anna, para su pesar.
—Laura no se pierde ni una sola película tuya. Es más en cuanto la sacan en DVD se las compra y las colecciona. ¿Sabes cuál es su preferida?
—¿Cuál?—preguntó quitándose las gafas.
—Esa llamada El destino de un amor. La que hiciste con un tal Buttler y...
—Oh, sí con Gery, es un cielo. Todas mis amigas se mueren por rodar con él es un encanto - suspiró ella al recordarlo.
Aquel suspiro no pasó desapercibido a Sebastián pero no dijo nada.
—¿Me firmarás un autógrafo para Laura antes de irte?
—Los que tú quieras, Carlos. Es más, ojalá algún día podamos salir a cenar todos juntos y disfrutemos de una larga charla. Me encantaría decirle a tu mujer quién soy, pero me temo que...
—Ni se te ocurra—le interrumpió—. Primero porque le daría un patatús y segundo porque sería imposible mantenerla callada.
Los tres se carcajearon, y cuando Sebastián fue a decir algo, Almudena abrió la puerta del patio diciéndoles:
—Chicos, no es por nada pero ¿por qué no regresan al salón con todos?
No hizo falta decir más. Los tres entraron y durante horas rieron con los chistes que contaban una animada Eva y el abuelo Goyo.

"MI VERDADERO AMOR"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora