XIII

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La noche anterior había sido la peor de todas.

Carly estaba en el baño limpiando con alcohol y un pequeño pañuelo, las heridas de los golpes que tenía en la cara, y en todo su cuerpo, que Jay le había dado antes, durante, y después de ser violada una y otra vez.

Todo esto duró hasta las 3 de la mañana, cuando decidió encerrarla en el baño para que pasara la noche allí.

Sólo podía pensar en todo el tiempo que ella estaba amarrada en la cama, con una mordaza en su boca, mientras Jay hacía lo que quería con ella. Su intimidad le dolía más que nunca.

Carly terminó de limpiarse cuando el reloj marcó las 10. No había desayunado, y tenía una horrible fatiga, que le impedía estar erguida por lo mucho que le dolía su estómago. Sus piernas le dolían por los golpes de cinturón, y quería sentarse, más sus muslos habían sido mordidos y golpeados, y le ardían demasiado como para sentarse y descansar; prefirió estar levantada.

Lo única parte de su cuerpo que había recibido menos golpes había sido su rostro. Su ojo morado era lo único que tenía además de su boca rota. El resto de su cuerpo, tenía marcas incontables.

Jay decidió hacerle el desayuno a Carly, ya que pensó que ha había recibido suficiente castigo.

Después preparar cereal para que Carly desayunara — el cual se iba comiendo — fue al baño para dárselo. Tocó la puerta y esperó. Más se le había olvidado que la puerta estaba cerrada.

— Está cerrada... — dijo Carly — no puedo abrirla...

— Ah, cierto.

Jay puso el cereal en el suelo y fue a buscar las llaves. Al regresar, abrió la puerta y entró con el cereal al baño. Se quedó con Carly allí, ya que volvió a cerrar la puerta.

— Buen provecho — le entregó el cereal.

— Gracias...

— Sería bueno que tomaras un baño.

— Por favor... no ahora...

— Tranquila, sólo quiero que te relajes.

— Está bien...

— Por cierto, el lunes de la próxima semana comienzan las clases, así que quedarás sola en la casa hasta que salga.

— ¿Eres estudiante?

— Sé que soy muy joven, pero no, recuerda que soy profesor de secundaria. Así que te daré la rutina de todo el año escolar, y tendrás que aprendertela, o tendrás otro castigo.

— Está bien... — aunque confundida, comenzó a pensar que Jay la creía su sirvienta.

— Te levantarás a la misma hora que yo; mientras me arreglo, tú harás el desayuno; después de que me vaya tendrás que lavar la ropa, una vez que termines almuerzas, y me esperas hasta que llegue. ¿Todo bien hasta ahora?

— ¿Hay más?

— Para mí sí. También doy clases privadas a unos chicos, así que la pizarra que viste en el sótano, tendrás que subirla y dejarla en la sala todos los días. No te preocupes por bajarla, eso lo hago yo. Después de todo eso, si te portas bien, haremos el amor como debe ser. Pero te recomiendo algo, trata de seducirme antes, y ponte siempre boca abajo. Me encanta el olor de tu cabello.

— Está bien... — tomando experiencias anteriores, se ahorró sus insultos para sí misma.

— Otra cosa, todos los viernes, y cada vez que tenga la tarde libre, podremos salir a divertirnos ha cualquier lugar, incluso a visitar a tus padres.

Camino hacia el secuestroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora