La noche más difícil

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Blair estaba asustada. A pesar de su corta edad, había asistido suficientes partos como para saber que su madre estaba en graves apuros.

Hacía un par de horas que había mandado llamar a la partera, viendo que la situación la superaba pero la mujer no había llegado todavía. Fuera, la tormenta estaba en su punto álgido por lo que sabía que se retrasaría todavía más. Nadie en su sano juicio se atrevería a salir en una noche como aquella.

Nunca había sido muy devota, su madre se lo reprochaba continuamente, pero en ese momento no se le ocurría nada mejor que rezar. Rezar para que su madre lograse alumbrar a su hermano por fin. Rezar para que la partera llegase cuanto antes. Rezar para que su padre no se despertase de la borrachera.

Su madre era hija de un hombre rico y había recibido una excelente educación. Se había casado bien y durante años habían sido felices.

Pero a la muerte de sus padres, su esposo se había hecho cargo de su herencia y, no sabiendo cómo manejar los negocios, se habían arruinado. Ella contaba con tres años cuando la desgracia les sobrevino.

Su vida no había sido fácil desde entonces, aunque jamás se había quejado. Tenía una madre que la adoraba, suficiente comida en el plato cada día gracias al trabajo de ésta y ropa decente que ponerse. Con eso le bastaba.

Ni siquiera le importaba que su padre se hubiese vuelto un borracho, incapaz de mantenerse sobrio más de dos horas seguidas. Justo el tiempo suficiente para robarles el poco dinero que lograban ahorrar.

Nada de aquello importaba mientras se tuviesen la una a la otra. Eran un equipo, le decía siempre su madre. Ahora, viéndola sufrir por ser incapaz de expulsar a su bebé, temió por su vida. La de su madre, la de su hermano todavía no nato y la suya propia. Si su madre moría, sería el fin.

Sólo tenía dieciseis años. Nadie la contrataría como institutriz siendo tan joven. Lo sabía bien. Y su padre no sería de gran ayuda. Más bien todo lo contrario.

-Aguanta, mamá - le dijo una vez más mientras le secaba el sudor de la frente.

Sabía que el bebé estaba atascado. Había intentado colocarlo en posición pero había algo que se lo impedía. Por más que lo intentase, no lograba moverlo. Así que, resignada a esperar por la partera, no podía hacer otra cosa que tratar de refrescarla y mantenerla despierta.

Se acercó una vez más a la ventana, sabiendo de antemano que no podría ver nada en la negrura de la noche. Pero tampoco sabía que más hacer. Se sentía impotente.

-Esto no va a funcionar - su madre atrajo su atención al hablar - Necesito que me hagas un favor, mi vida.

-Lo que sea, mamá - se acercó a ella y la tomó de las manos.

-Trata de salvar la vida de tu hermano. Y cúidalo por mí.

-No digas eso. Os vais a salvar los dos - le dijo con los ojos empañados por las lágrimas.

-Por favor, Blair. Prométemelo.

-No será necesario, mamá. Tú misma cuidarás de tu bebé.

-Me estoy desangrando, hija. Lo sé. No intentes ocultármelo. La partera no llegará a tiempo. No, con esta tormenta. Tienes que sacar a tu hermano antes de que le pase algo malo.

Sabía lo que le estaba pidiendo pero no se sentía con fuerzas para hacerlo. Ella era su madre. No podía dejarla morir para salvar a su hermano.

-No me hagas elegir entre los dos - le suplicó.

-No te pido que elijas entre nosotros, cielo. Te estoy diciendo que tienes que salvarlo a él.

Negó con la cabeza, incapaz de hablar de nuevo. Una dolorosa contracción sacó un grito de la garganta de su madre y las lágrimas cayeron rodando por sus mejillas.

La institutriz (Viaje por las Highlands 1) // Disponible en todas las libreríasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora