Capítulo III Princesa de libros

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Kénzon abrió sus grandes ojos y sus pupilas destellaron verde azuladas. Se sobresaltó al no reconocer el lugar en donde yacía y lleno de pánico giró velozmente a su izquierda, pero un muro de concreto lo devolvió de un impacto a su posición inicial. El elfo se tocó la frente magullada y suspiró antes de rodar hacia el otro lado de la cama e incorporarse torpemente. 

<< ¿Dónde estoy?>>  se preguntó aturdido por el eco del silencio. Pensó que había dejado de existir cuando la corriente lo transportó con sus brazos acuosos hacia el centro del abismo submarino...


Disimuladamente abrió un cajón y miró dentro, al no encontrar nada relevante lo cerró para abrir otro y otro más. Cuando se dio cuenta estaba hurgando en la habitación desconocida: observó objetos extraños, leyó pequeñas anotaciones, vio cosas inquietantes y así fue como descubrió que se encontraba en el lugar de sus sueños, o peor aún, en el sitio de sus pesadillas.

Si era verdad lo que contemplaban sus sagaces ojos se hallaba en el continente perdido, los magos del este no lo habían engañado, finalmente había alcanzado el tan anhelado reino del conocimiento y la sabiduría, Arcadia.

Revisando los armarios y  más cajones, localizó ropa limpia. No dudó en cambiar sus harapos por aquellas vestiduras, excéntricas para su gusto. Se probó una camisa. Le quedaba muy amplia y, a la vez, demasiado corta en sus puños, lo mismo le pasó con los pantalones. Se veía realmente ridículo, incluso el mismo se reía de la imagen que le devolvía el  antiquísimo espejo de cuerpo entero que se hallaba en el centro de aquella estancia. 

Antes de arrojar al fuego de la chimenea los restos de sus andrajos, Kénzon retiró de uno de los compartimientos de su capa un pequeño frasco que contenía un líquido azulino. Se alivió al comprobar que no lo había extraviado en el naufragio. Según sus investigaciones, análisis y matemáticas, dicha poción debería tornarse de un color púrpura para completarse, necesitaba el ingrediente secreto, pero no tenía idea cual sería, ni tampoco como regresaría a casa.

Los hechiceros le aseguraron que en Arcadia encontraría las respuestas a todas sus dudas, definitivamente tenía que ponerse en marcha.

Sigiloso, el elfo abrió la puerta y la madera chirrió devolviendo lamentos en ecos, tragó saliva y miró a todas direcciones antes de deslizarse en puntas de pie por un sombrío corredor.

Estaba concentrado en el camino cuando una bola de pelos del color de la noche saltó sobre él, chillando y rasgándolo. Kénzon se la quitó de encima arrojándola violentamente al centro del pasillo. El felino aterrizó de pie y  sus ojos ambarinos lo escudriñaron en la distancia, haciéndolo retroceder. El mamífero se acercó nuevamente, moviéndose con sutil delicadeza, su presa retrocedió hasta que su espalda chocó contra una puerta al final de la galería.

La gata, con el pelaje erizado, tomó impulso con sus cuartos traseros  y  de un brinco se aferró con sus garras al cuello del intruso. Este gritó escandalizado, la puerta se abrió y ambos ingresaron rodando de sopetón dentro de lo que parecía ser una biblioteca.

Tras varios intentos, el aprendiz de magia se sacó de encima al animal, luego corrió de su cara la maraña de cabellos rojizos que impedían su visión... Así fue como la contempló, hermosa, sentada junto a la ventana.

Kénzon e Irellia                 By Daniela Suarez & Leonor ÑañezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora