Capitulo X: Un instante imperecedero antes del adiós

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Kénzon con tristeza se acercó a Irellia.

—¡Debo irme! Lo siento... arruiné todo —miró al suelo y un mechón rojizo cayó por su frente. Irellia dejó a Cleo en tierra y se acercó a él. Se puso en puntas de pie y con manos delicadas llevó aquel cabello hasta detrás de la oreja puntiaguda de quien había sido su compañero de aventuras.

—Kénzon, desearía que hubiese otra manera de retener tu rostro en mis pupilas, el aroma de tu piel en mis sentidos, la melodía de tu voz en mis oídos. Quizás mi corazón encuentre un modo de mantener cautivo tu recuerdo. Estoy segura que aquello que la memoria pierde, el alma lo resguarda del olvido...

—Irellia, gracias por haber emprendido esta expedición con alguien tan raro como yo. Gracias por no juzgarme por mi extraña apariencia y por lo mucho que pueda llegar a conversar, reconozco que a veces puedo ser alguien insoportable. Eres amable, astuta, me haces reír incluso cuando no lo deseo o estamos en apuros. Me enseñaste el verdadero significado del compañerismo dejándome formar parte de tu mundo y el de Cleo, a quien has demostrado querer como a ti misma. Por todo esto quiero confesar que...yo... yo me he enamorado de ti y de todas esas diminutas e insignificantes cosas que hacen que seas tú, única e inigualable Irellia —tomó las manos se ella y apretó sus dedos con dulzura.

—¡Oh Kénzon! Si bien al principio temía que todo esto no fuera más que un sueño, ahora veo con claridad que la realidad me es insoportable en estos instantes. Me será arrebatado el dolor de perderte, pero a su vez la alegría de haberte conocido. En tan breve tiempo, me has enseñado algo de lo que siempre leí en libros pero jamás experimenté en carne propia: el amor. No volveré a ser la misma, de eso estoy segura. Eres noble y valiente. Asumes las consecuencias de tus actos, lo cual te hace digno de alabanza, querido elfo—. Irellia dejó caer las primeras lágrimas y ocultó su rostro avergonzada.

—Sabes... por ti me quedaría a morir en manos de los enanos, pero tengo una misión que cumplir antes de perecer. Debo salvar a un Rey y espero no lo tomes como un acto de cobardía —él acarició la palma de la doncella, luego entrelazó sus dedos—. Estos días a tu lado, en la oscuridad, aprendí que todos tenemos claridad y tinieblas en lo más profundo de nosotros, lo que importa al final de la jornada es la fuerza a la que cedemos. Yo, hoy elijo ser luz... dejar a un lado el egoísmo y marcharme a cumplir con el destino que forjé con ignorancia.

—No te vayas Kénzon, quédate conmigo.

—Te aseguro Irellia que algún día volveré y lo primero que haré será buscarte... no importa cuánto tarde, te encontraré y te abrazaré tan fuerte que nuestros recuerdos volverán a la mente. Porque creemos en nosotros y esa fuerza es más poderosa que cualquier encantamiento.

—Si no regresas por mí en esta vida... quiero que sepas que estaré aguardando por ti en la próxima —contestó y su voz temblorosa se quebró.

Kénzon envolvió con sus brazos a la joven intelectual y la sostuvo con fuerza. Enterró su cara en los hombros, entre los enmarañados cabellos color miel, y cerró los ojos, intentando inmortalizar aquel efímero instante.

Respiró por última vez el aroma a primavera que emanaba de la melena de quien lo hacía estremecerse y sentir la tempestad de sus emociones. Sabiendo que pronto ya no la recordaría, que una lanza atravesaría con brío su alma, perturbándolo y destruyéndolo con sueños que creería fantasía. Dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas mientras buscaba el sagrado coraje para soltar a quien lo hacía arder como una brillante estrella.

—Te prometo que al sentir el calor del astro mayor en tu rostro, todo desaparecerá y dolerá menos —el aprendiz de magos se separó del calor de su cuerpo, la miró fijamente antes de inclinarse para besar su mejilla y extender el recorrido de su boca hasta la comisura de aquellos labios rosados.

Kénzon e Irellia                 By Daniela Suarez & Leonor ÑañezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora