Irellia se removía en los brazos del elfo, alertada por la mezquina luz que incidía molesta sobre su cara de porcelana.
Kénzon la observaba deslumbrado, nunca había estado tan cerca de una mortal. Sabía que aquello no se repetiría y quería grabar cada una de sus facciones en su mente para recordarla en su inmortalidad.
Ella abrió los ojos, pestañeó serena y sonrió. Luego de un momento cayó en cuenta que estaba acurrucada junto al demente jovencito, se ruborizó y se apartó espantada de su lado.
—¿Qué los elfos no duermen? —preguntó, avergonzada.
—Somos muy diferentes a los mortales y me valgo de ello para no perderme ni un segundo de ti —se justificó, intentando ser descarado, dibujando una pequeña sonrisa en su rostro.
—Debemos seguir adelante —habló Irellia cortando en seco la conversación.
Su compañero se incorporó, buscó una piedra y comenzó a afilar la espada, a pesar del óxido aquella arma resultaba de mucha utilidad. Una vez logrado su cometido tomó el morral, buscó una manzana, la partió a la mitad y colocó ambos pedazos sobre sus palmas.
—¿Cual eliges? —le preguntó, y se quedó callado al ver que ella tomaba la mitad más pequeña. La bondad de aquella chica no dejaba de sorprenderlo.
Al terminar de comer, los caminantes se dispusieron a penetrar nuevamente los abismos de Arcadia...
Dejaron atrás sinuosos pasillos, giraron por recodos infestados de arañas y lombrices, se encaminaron siguiendo una larga columna de caracoles que se arrastraban lentamente hacia el sur de las profundidades. A sus espaldas quedaron túneles estrechos, ante cámaras y salones extraños.
Mirando adelante, los jóvenes solo percibían maleza, raíces nudosas de robustos árboles, musgos extendiéndose como mantos verduscos y criaturas viscosas que reptaban por encima de sus cabezas.
El camino declinaba y ambos marchaban con ánimo, Cleo saltó del morral para estirar sus extremidades y los tres bajaron la cuesta al trote, sorteando derrumbes, hundiéndose en las sombras de la excavación.
Abajo no se oía nada, excepto por algunas gotas de humedad que caían de entre la maraña. Kénzon tuvo la impresión de que alguien estaba observándolos con hostilidad y ese sentimiento fue acrecentándose en su interior.
El elfo y la mortal se detuvieron frente a otra puerta gigantesca, mientras la gata saltaba de roca en roca, inquieta. El portador del mapa observó a Irellia, pero ella se demostró indecisa. Solo había dos opciones: seguir marchando, o atravesar aquella singular entrada.
Finalmente se decidieron y empujaron la puerta.
Vastos salones repletos de cuadros antiguos los invitaban a descender por sus elípticos corredores escalonados, flanqueados por un abismo.
Una luminosidad clara, proveniente de agujeros en la superficie, alumbraba con naturalidad el melancólico lugar, que comparado con todo lo visto allí abajo, se asemejaba un lujoso palacio.
Aquella galería de arte subterránea estaba compuesta por hermosos frescos, retratos que mostraban el linaje de Hylas, el soberano más extravagante que rigió en el Reino de los sabios de Hêrion, incluso una pintura en acuarela del actual monarca Malxós, cuando éste era apenas un tierno niño, aparecía pendiendo imperecedera, encerrada en un marco de oro puro con ribetes de plata.
ESTÁS LEYENDO
Kénzon e Irellia By Daniela Suarez & Leonor Ñañez
FantasyUn atolondrado elfo, aprendiz de magos... una hermosa doncella, amante de los libros... Muy pronto ambos extraños se encontrarán para vivir la travesía más grande... De una de las magníficas autoras de la reconocida obra: Los Reinos de Hêrion. De...