Capítulo 6, Genio no sé, especial seguro

174 29 17
                                    

Antonio recogió el mantel y la caja de cartón vacía mientras Lovino iba a limpiarse al pequeño lago cerca del que descansaban tranquilamente los camellos. Cinco y Cuatro ayudaron a Antonio con lo poco que había por hacer.

Pasó junto a los camellos que lo miraron aburridos, rumiando lo que fuera que tuvieran en la boca.

—Quitaos de en medio —ordenó arrugando la nariz por el olor.

Uno de los animales decidió que aquel era un buen momento para lanzarle un escupitajo en toda la cara al italiano que sintió como le hervía la sangre de la ira.

—¡Te mataré! ¡Bastardo jorobado! —gritó quitándose el líquido blanquecino de la cara y encarándose con el camello.

—Lovino —lo llamó Antonio desde lejos, lanzándole una mirada preocupada—, intenta no hacerle nada a nuestros medios de transporte.

—¡Me ha escupido! —se quejó indignado, señalando al camello que ahora parecía encontrar muy interesante la escasa hierba que crecía alrededor del agua.

Soltó un improperio por lo bajo e intentó ignorar el hedor de los animales.

Necesitaban un buen baño y no eran los únicos, él también necesitaba asearse a conciencia, pero aquel no era ni el lugar ni el momento. Ya lo haría cuando llegaran a la ciudad de los campos de cultivo, allí habría un buen alojamiento sin duda, aunque la idea de una cama en cierto modo le sonaba incómoda. No estaba acostumbrado a un lecho mullido, el suelo era mucho mejor pese a su dureza y frialdad.

Metió las manos en el agua y se las pasó por el pelo, con cuidado de no tirarse del rulo que salía de uno de los lados de su cabeza. Miraba a su reflejo en el agua cuando se dio cuenta de que algo brillaba en el fondo de la misma. Estiró el brazo y metió la mano en el agua, esperando sacar lo que brillaba.

Era algo metálico... agarró el objeto y comenzó a tirar de él. Era pesado, muy pesado.

Siguió tirando, comenzó a ver algo más grande de lo que había imaginado en principio. Con cada tirón aquello parecía más imposible de sacar del agua, como mucho estaba quitándole la arena que tenía encima.

—¡Bastardo de los tomates! ¡Ayúdame con esto! —pidió a gritos.

—¿Eh? ¿Qué ocurre, Lovino? —preguntó Antonio, acercándose junto a Cinco y Cuatro.

—Trae una cuerda —instó el italiano sin soltar aquella cosa metálica.

El mago sacó una cuerda de la bolsa de tela y se la entregó sin rechistar, mirándolo curioso.

Lovino ató la cuerda alrededor del objeto metálico y puso el otro extremo de la cuerda en manos de Antonio.

—Cogedla y tirad —ordenó mirando a Cuatro y a Cinco mientras él también se disponía a jalar de la cuerda.

Los cuatro comenzaron a tirar de la cuerda. El objeto seguía siendo muy pesado pero continuaron tirando hasta sacarlo por completo del agua.

—Eso es... —comenzó a decir Lovino, frunciendo el ceño.

Tenían ante ellos una especie de caja metálica, plateada y con unos cuantos hierros sobresaliéndole de la parte de atrás. Contaba también con una puerta que el italiano no dudó en acercarse a abrir.

—Un frigorífico, o una nevera o como quieras llamarlo —dijo Antonio mirando aquel extraño objeto que uno no se esperaría encontrar en medio de un lago—, creía que estas cosas eran demasiado valiosas como para deshacerse de ellas en cualquier lugar, no hay muchas por aquí porque las traen de otro continente.

Castillos de magia y sueños [Spamano]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora