Capítulo 3, Preparativos

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Miraron hacia la ciudad antes de volver, estaba llena a rebosar de vida y movimiento. La ciudad del desierto, lugar de comercio y magia, en cierto modo quería echarle un vistazo a las otras ciudades, en aquella ciudad hacía mucho que no se le había perdido nada.

Regresaron junto a Cuatro y a Antonio.

—No lo malinterpretes, pero iré con vosotros, y definitivamente no lo hago por ti, bastardo de los tomates —aclaró Lovino nada más volver.

—¡Bien! Si todos estamos listos deberíamos ir a la granja de camellos más cercana a buscar transporte —zanjó Antonio.

Lovino lo miró horrorizado, aquel tipo era idiota, no podían cruzar el desierto sin provisiones.

—Primero tenemos que conseguir comida y agua, ¿qué es lo que tienes en la cabeza?, ¿arena? —preguntó Lovino.

—Ya decía yo que se me olvidaba algo —replicó Antonio sorprendido.

Idiotas, estaba rodeado de idiotas, Lovino se pasó la mano por la cara y le dirigió una mirada a Cinco, ahora entendía que no quisiera viajar solo con aquellos dos.

—¡Eres un maldito mago real! ¡Trabaja y piensa como tal! Maldición... no me extraña que la ciudad siga sin cambiar con tanto incompetente junto —se quejó Lovino.

—Perdón perdón —se disculpó Antonio acercándose a sus estanterías y sacando un saco de terciopelo rojo—, esto valdrá, ya podemos irnos.

—En ese saco no cabe nada y ni siquiera lo has llenado —observó Lovino enarcando una ceja.

—Es un saco mágico, puedes sacar lo que quieras del interior —explicó Antonio metiendo la mano y sacando un tomate para tirárselo a Lovino.

Lovino miró hacia otro lado intentando no parecer impresionando. Bufó y mordisqueó el tomate sin ganas, sabía bien, como cualquier tomate en buen estado que hubiera probado.

—Si ya está todo, marchemos a la aventura —apremió Cuatro.

Salieron en tropel de la habitación sin más preparaciones, abandonando el castillo con rapidez, dando casi la impresión de que estaban huyendo.

—Antes no dijiste quienes eran los reyes de Denem —dijo Cinco cuando ya estaban caminando por las calles llenas de arena de la ciudad.

—Solo conozco al mago y al bufón —replicó Antonio pensativo—, a diferencia de los monarcas de los otros reinos los reyes de Denem nunca han venido hasta aquí.

—Disculpen, ¿quieren una flor? —preguntó una voz tras ellos.

Los cuatro se dieron la vuelta, encontrándose con un chico rubio de aspecto amable con un carrito lleno de flores frescas, detrás del que había un hombre más alto con un aura intimidante que hizo que ambos italianos se escondieran al momento tras Cuatro y Antonio.

—¡¿Q-quién es ese bastardo?! —preguntó Lovino asustado, señalando al hombre tras el rubio.

—¿Eh? Este es Berwald —dijo el chico rubio señalando al hombre—, yo soy Tino.

Sonrió afablemente mientras Berwald miraba al resto con cara de pocos amigos.

—Mi esposa —dijo Berwald al poco, volviendo a emitir un aura siniestra.

—¡Protégeme bastardo de los tomates! —gritaron Lovino y Cinco a la vez.

—Por alguna extraña razón no vendemos ni una sola flor... —dijo Tino un tanto decaído.

Castillos de magia y sueños [Spamano]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora