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Escucho como la puerta se abre, pero no le doy importancia quien entra.

Ese alguien que entró jala de mi codo y me pega a su cuerpo, sus brazos rodeando mi cintura; mi cara queda en su pecho. Un sollozo escapa de entre mis labios.

—Sh, tranquila nena—susurró Michael en mi odio, abrazándome con fuerza—. Ese idiota no merece tus lágrimas. Ya no llores más.

Fueron quince minutos en los que, únicamente mis sollozos y las palabras que susurraba en mi oído se escuchaban por la habitación.

—Ven, límpiate esas lágrimas—tomó suavemente mi mano entre las suyas, guiándome hacia el lavamanos; hice lo que me indicó.

Cuando le iba a agradecer, noto que sus nudillos están ensangrentados.

Tomé una de sus manos y la observé detenidamente; lo miré, pidiendo una explicación.

—Después de que saliste corriendo, yo... No sé, fue un impulso. Algo me hizo reaccionar impulsivamente, capaz fue el hecho de querer protegerte, de querer hacer algo. Yo...—se calló abruptamente; inspiró profundamente—. No es mi sangre.

Por segunda vez en el día, algo se removió dentro de mí, pero esta vez era una sensación diferente, nada que me haya pasado.

—¿Qué hiciste, Mike?—inquirí, tomando unos trozos de papel y empezando a limpiar sus nudillos.

Sonrió arrogantemente pero hizo una mueca cuando presioné con fuerza. —Sobrevivirá. Sólo tiene el labio partido y espero que el bastardo tenga la nariz rota.

Negué, sin decir palabra alguna. Ninguno volvió a hablar durante los minutos en los que tardé en limpiar sus manos.

—¿Por qué lo hiciste?—pregunté, apoyando mi cuerpo contra el borde el lavamanos y cruzando mis brazos.

Volvió a sonreír, pero esta era una sonrisa distinta.

—Porque—se acercó y descruzó mis brazos, entrelazando nuestras manos—, no podía dejar que el causante del malestar de la chica por la que estoy loco quede impune.

Change; mgcDonde viven las historias. Descúbrelo ahora