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2. El auto con nombre

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-Pienso que con lo que él te ha hecho se merece que lo hagan entrar en razón

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-Pienso que con lo que él te ha hecho se merece que lo hagan entrar en razón.

Brick se deslizó por el pasillo de la casa Foster y se acercó a una pequeña cómoda de roble mientras el bullicio aún se escuchaba del otro lado. Los niños habían vuelto a corretear por toda la casa y la entrada, esta vez con sus nuevos juguetes. Y aunque había algunos adultos merodeando, Brick fue como un ninja cuando abrió el segundo cajón y extrajo unas llaves con un bonito llavero de una tortuga. Nadie se percató de nada.

Desde que le había revelado mi idea -hacía apenas unos cinco minutos- parecía que él estaba más entusiasmado que yo por hacer pagar a Joan por lo que había hecho. Y aunque en el corto tramo que recorrí desde el jardín hasta aquí se me empezó a retorcer la consciencia con un leve remordimiento, ver al chico Foster tan motivado me devolvió las ganas de ir a hacer algo de lo que, posiblemente, me iba a arrepentir después.

Pero ahora yo no pensaba que fuera a arrepentirme de nada.

-Tus padres se darán cuenta de que sacaste el coche -dije.

-Probablemente -respondió, guardándose las llaves en el pantalón. No tenía ni una pizca de miedo en el rostro-, pero no pasará nada cuando vuelva con un champagne y les diga que habíamos ido a comprarlo.

-¿Te permiten tomar alcohol?

-Por favor, Maia, es Navidad.

Y, como si eso fuera respuesta suficiente, salió disparado hacia la cocina y no me dejó con otra opción que seguirlo rápidamente antes de perderlo.

Cuando salimos por la puerta trasera de su cocina, que también daba al jardín lleno de luces, Brick giró hacia la derecha y se metió en el garaje para levantar el portón delantero.

Yo entré en el auto mientras él se encargaba de despejar el camino para salir. Me pregunté de repente si mis padres se iban a dar cuenta de que yo había desaparecido por un largo rato, o si simplemente lo dejarían pasar, creyendo que estaría escondida sola en un rincón de la casa por culpa de lo que Joan me hizo.

Cuando la puerta a mi lado se abrió y la cabellera rubia y revoltosa se agachó para entrar, me puse el cinturón de seguridad de un limpio movimiento.

Él lo notó.

-Sé conducir, ¿sabes?

-Lo supuse -respondí con obviedad-, pero es obligatorio ponerse esto, ¿sabes?

Se quedó quieto un segundo antes de rodar los ojos y encender el motor. El coche de los Foster parecía nuevo, limpio, cuidado. Tenía un olor suave, a lavanda. Un olor que tranquilizaba, aunque a mí solamente se me estrujó el estómago en todo el camino desde que Brick y yo salimos hacia las calles oscuras y vacías.

Salir de nuestro barrio indicaba pasar por una zona vacía de viviendas. Ese trayecto era corto, pero pareció una eternidad cuando el silencio entre nosotros nos absorbió en una nube de incomodidad total.

Una noche de viernes vengativaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora