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3. Brindis chino

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—El dibujo del pene es muy infantil, pero siempre humilla y hace reír

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—El dibujo del pene es muy infantil, pero siempre humilla y hace reír. Esas dos cosas a la vez.

Sí, también había añadido un pequeño dibujito a mi hermosa frase. A Brick pareció gustarle y siguió el trayecto de regreso con una sonrisa relajada en el rostro. Yo todavía no sabía bien cómo sentirme realmente, pero estaba más aliviada que arrepentida.

Sólo esperaba que Joan no nos hubiera visto al salir de su casa... 

No, basta, Maia. Habría sido imposible que llegara a vernos. Justo estábamos acelerando, y él no me reconocería del auto de los Foster.

—Siento como si maté a una persona —me encontré diciendo.

—Era sólo un auto...

—Lo sé, pero Joan lo trataba como si fuera una persona. Y hacía que los demás lo viéramos así también.

—Pues que Joan deje de fumar lo que se está fumando de una vez.

Yo hice una mueca, y fue sin querer hacerla realmente porque entendí que se trataba de una broma, pero Brick me notó y al instante se despegó un poco de la calle para verme con el ceño fruncido.

—No me digas que...

—Sí, a veces fuma con sus amigos —respondí.

Ladeó la cabeza hacia un lado, en un gesto que indicaba que no le sorprendía demasiado.

—Su mamá una vez le encontró un cigarro mal escondido en la mesita de luz —comenté, mirando por la ventanilla—. Casi lo mata, pero él no ha cambiado mucho. No sé cómo no lo echaron de esa casa todavía con todo lo que le regañan.

—Hermoso novio, el tuyo.

—Ex —corregí.

Cuando regresamos al barrio, las luces en la casa Foster seguían inundando de alegría la calle, y yo recién me daba cuenta de ello. Recién sentía esa brisa de felicidad y armonía y esas ganas de cantar, bailar, comer y beber. La gente aún seguía festejando dentro de la casa de Brick para cuando llegamos y, en cuanto vi a sus padres a través de la ventana de adelante, lo recordé.

—No hemos comprado nada —exclamé.

Brick estaba a punto de entrar el auto en el garaje, pero dejó el volante quieto de repente.

—Mierda —dijo, aunque no llevó ni una pizca de emoción. Se quedó unos segundos pensando hasta que quitó las trabas de las puertas—. Bueno, bájate y ve, si quieres. Iré a comprar algo a la tienda de la otra esquina.

Estaba reacomodando la dirección del auto cuando se dio cuenta de que yo no abría la puerta.

—Te acompaño —dije cuando me miró, encogiéndome de hombros—. Tampoco tengo nada mejor que hacer.

El chico Foster tardó un instante en contestar.

—Como quieras.

Yo no sabía exactamente qué podría estar abierto a esta ahora, en noche de Navidad, pero Brick condujo bien confiado hasta una tienda pequeña a unas dos cuadras y media de distancia: un pequeño mercadito chino.

Una noche de viernes vengativaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora